Anatema

El recetario de Maia.

—13—

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—¿Qué haces aquí? —pregunté disimulando mi nerviosismo.

—Quise sorprenderte, más bien, quisimos hacerlo. —Sonrió con dulzura.

Mi pulso se aceleró y mi cuerpo se heló ¿Quisimos?

—No entiendo.

Dos cabelleras rubias se asomaron por la entrada de madera y luego mis dos hermanas aparecieron corriendo hacia mí.

—¡Cael!

Las envolví en un fuerte abrazo. Las extrañaba demasiado.

—Solo nosotras —aclara.

Eso me permitió disfrutar más el momento y besar las mejillas de mis hermanas.

—Buenos días —saludó mi madre.

—Buenos días —dijo Becca poniéndose de píe con torpeza.

Solté a mis hermanas recordando a la castaña. No pueden saber que es una humana.

—Madre —llamé su atención—. Esta es Becca, una amiga.

¿Amiga?

—Es un placer. —Mamá se acercó a la castaña con una sonrisa —. Aquila, y estas son mis dos hijas, Lyra y Ara. Saluden niñas.

hermanas y Becca intercambiaron saludos y sonrisas. ¿Qué carajo hago

¿Por qué no vamos a la casa? —sugerí abrazando a Lyra al notar como mamá miraba a Becca con curiosidad.

—Claro —respondió tomando a Ara por los hombros y yendo a la casa.

—¿Es una de tus chicas? —Lyra cuestionó con humor mientras entrabamos.

Vi de reojo a Becca, la cual nos seguía a una distancia considerable.

—No —resoplé—. Solo amiga.

—Quisiera creerte, pero tu reputación no me lo permite. Aún hay chicas en Fallenbelt que preguntan por ti, es asqueroso —renegó.

—Cael —saludó la tía Elena.

—Mamá parece ser fanática de las sorpresas, le he dicho que debió avisarnos

Enzo apareció a su lado hablando con molestia.

Asentí con un poco de reserva, no saber que venían era peligroso. Pudieron descubrirnos conspirando. Literalmente. La tía Elena no solía llegar de la nada. Miré a Enzo, el cual tenía sus ojos puestos detrás de mí.

Madre se sentó a lado de mi tía y entonces sentí como el cielo caía sobre mí. Sienna. Ella se aceró a su amiga, parecía nerviosa y sus ojos no dejaban de verme.

Mi madre sabe todo ¿Qué carajo se supone que debo hacer?

Sienna despegó su mirada y la puso en mi madre y hermanas. Ellas ya han sido presentadas. Un poco después, amabas chicas se excusaron para ir a su habitación.

—Enzo necesito algo de arriba, acompáñame. —Disimulé mi pánico.

Cuando estábamos lejos de la sala, me permití soltar un respiro y apretar los puños con desesperación. ¿Cómo se vería esto ante los ojos de mi madre? Falté a un viaje anual con mis mejores amigos para pasar unos días en la finca de Enzo con Sienna. “Surgió algo” Eso ahora no sonaba nada bien.

Caminé de un lado a otro con impaciencia, sintiéndome sofocado y con un ligero temblor en las manos.

—Cael —dijo Enzo deteniéndome. — Cael, tranquilo. Explícame no entiendo nada.

—Mi madre sabe de Sienna, le asegure que no es nada. Enzo hay cosas que no te dije, pero Sienna, ella no puede… yo… si él. Ella…ella va a decírselo y yo...

Sin poder evitarlo, dejé caer mi barrera de control y puse en evidencia mi preocupación. Madre había dejado claro que ella no era para mí y que debía tomar cartas en el asunto con ella y el resto de Immundus, sino, padre lo haría. Tengo que protegerla.

—Cael, respira —pidió con urgencia—. Puedes controlarte.

Me quedé de pie en el pasillo, mirando alrededor y tratando de recuperar la cordura. Respiré profundamente y exhalé de igual forma un par de veces con Enzo sosteniendo mis hombros.

—Mi madre sabe de Sienna, el día que fue con la tía Elena al instituto ella lo dejo claro. Puedo imaginar hasta qué punto. Lo que si me aseguro fue que mi padre no se quedará esperando por el plan de unos chicos. Fue una clara advertencia, debo hacer que los Immundus se vayan o él lo hará a su manera —confesé con impaciencia—. No puedo dejar que eso suceda. No quiero que él la lastime.

Podía sentir mis manos temblar. Mis ojos ardían y mi garganta dolía. Él no debe tocarla.

—Entiendo —murmuró Enzo—. Tranquilo, voy ayudarte ¿Está bien? Prometo que él no va a lastimarla.

Tomé un respiro escuchando a mi primo, exhalé con dificultad. De solo pensar que él se enterara, que se acercara a Sienna, mi estomago se revolvía. Pasé mis manos por mi cabello con desesperación.

—Se que no dejaras que él se acerque. Tranquilo, Cael.

—Ella tiene que desaparecer ¿Entiendes? Todos ellos, no hay opción —espeté con frialdad.

—Entiendo. —Asintió—. Ya no se trata de prejuicios ¿Cierto?

—La quiero, Enzo.

Mi confesión nos sorprendió a ambos. Una sonrisa orgullosa se dibujó en su rostro.




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