Anatema

Descubiertos.

—20—

s

—Puedes quedarte conmigo. —Becca murmuró—. Sabes que mis padres no tendrán problema, menos si tu padre se ha portado como un hijo de… ya sabes.

Sonreí agradecida.

Caelum dejó dos bandejas de comida frente a nosotros. Enzo traía el resto de comida y se sentó frente a mí.

Habíamos elegido ir a un lugar concurrido en lo que Helena y Brad llegaban a Londres para armar un plan; los cuatro se habían quedado conmigo en el auto hasta que pude dejar de llorar. No me avergonzaba, suficiente tenía con todo lo que sucedió como para añadir ese sentimiento a la lista.

—Puedes quedarte en mi casa —sugirió Enzo.

—Claro que no.

—Es culpa nuestra que tu padre haya reaccionado así.

Dejé salir un suspiro negando de nuevo.

—Es imposible que acepte que me ayudes.

—Tenemos dinero de sobra. —Caelum resopló tomando de su gaseosa.

Becca alzó una ceja interrogante hacia él. Lo miré sintiéndome abrumada ¿de verdad le importaba? ¿Su promesa fue real?

—Exacto. Además, Cael pasa la mayor parte de las vacaciones con Lena y conmigo, nuestros amigos se unen también, tú eres más que bienvenida.

Enzo sonrió con amabilidad.

—No dejaras de insistir, ¿cierto? —dije con pesadez.

Este asintió decidido.

—Ya veremos cómo va todo —susurré.

Comimos conversando de vez en cuando, ellos trataban que olvidara lo sucedido. Era algo complicado, pero me habían sacado un par de sonrisas. Enzo y Becca trabajan bien juntos. Caelum se había quedado en silencio, pero no me ignoraba. De hecho, me miraba de vez en cuando con ojos amables. Derritiendo mi jodido y roto corazón.

Helena y Brad avisaron que estaban a menos de una hora de Londres, así que nos fuimos a casa de Enzo una vez que Freddy dejó claro que era seguro. Por ahora.

—¿Por qué tengo que ir yo también? —susurró mi mejor amiga.

—Porque estamos en peligro.

Caelum respondió en mi lugar pasando a lado de ella.

—Esto es tuyo —añadió entregándole una maleta de mano.

—¿Cómo…?

—Fuimos a tu casa antes de ir por ustedes.

Becca lo observó con incredulidad.

—No te preocupes, no toque tu ropa interior —bromeó—. Deje que Enzo lo hiciera.

Terminó guiñándole antes de adentrarse en la sala principal de Enzo.

—El imbécil le conto —farfulló indignada.

—¿Te sorprende? —Reí.

—Si no lo matas tú, lo hare yo.

—¿A cuál de los dos?

La miré divertida.

—A quien sea.

Enzo salió de la sala en la que Caelum había ingresado. Me dedicó una rápida mirada, tomó mi maleta y le quitó la suya a mi amiga.

—Ven conmigo.

—¡Ja! De verdad quieres que te mate.

El pelinegro suspiró con cansancio tomando su brazo y llevándola al piso de arriba.

—Sienna, tu ve a la sala —habló mientras evitaba que mi amiga se soltara—. Estaré con ustedes en breve.

Caelum estaba sentado en el borde de una de las ventanas con un trago en la mano.

—Lo que le dije a tu padre —declaró con firmeza—, sobre que nunca estarías sola.

Lo miré con atención, esperando a que se girara y me dejara ver sus ojos.

—Fue en serio, no importa lo que seamos. Incluso si volvemos a odiarnos, no voy a dejarte sola.

Sus palabras me llenaron de emoción.

—A veces creo que nunca dejamos de detestarnos —dije aligerando el ambiente—. Es parte de lo nuestro.

Por fin me dejó ver esos ojos grises que me volvían una idiota. Me miró como lo había hecho hasta año nuevo.

—Coincido. —Sonrió levemente.

Mantuvo sus ojos en mí ¿Cómo era posible que solo una mirada me provocara tanto?

—Tu madre sabe de nosotros.

No estaba preguntando.

—Si.

—Ella no lo aprueba.

Me moví nerviosa. No sabía que tanto le agradaba la idea a mamá, no mucho. Pero ella había confiado en él, lo sentí.

—Ella confía en mi —dije con seriedad—. Creo que también en ti.

—Tu madre te ama.

Un brillo melancólico apareció detrás de sus ojos plateados.

—Fue muy valiente, lo sacaste de ella.

—La estúpida valentía. —Reí acercándome a él.

—Tenías razón —admitió—. Cuando dijiste que la envidiaba. Lo hago.

Sonreí con cariño, cada vez más cerca.




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