Había transcurrido un año entero desde aquella conversación a través de Facebook que inicio con una felicitación por su cumpleaños, a la cual siguieron cientos de conversaciones más, quizás miles, y después el amor. Un amor a distancia ingenuo y torpe pero genuino al cien por ciento, un amor que me mantuvo al borde del abismo y que hoy por fin se confirmaría con ese primer encuentro, con las primeras miradas, con las primeras caricias, con los primeros besos.
Mientras salía de la ducha comenzaba a cuestionar la vida. Mi cabeza se llenaba de preguntas, no lograba comprender que y como había sucedido todo exactamente. Cuánta suerte debo haber tenido para estar en estas circunstancias.
El día era bastante caluroso casi 30 grados de temperatura, el pretexto perfecto para usar bermudas, una playera ligera y unos tenis sin anudar, anteponiendo la comodidad al glamour como siempre lo hago. Estaba nervioso, ansioso, temeroso.
Aborde el autobús con rumbo a ese pueblito que estaba justo a la mitad del camino entre su ciudad y la mía, el lugar elegido para ese primer encuentro. Era un pueblito pequeño y lindo, lleno de árboles de pino y cabañas por doquier, un clima frio y húmedo. No sé si fue el clima, el paisaje arbolado, las pequeñas cabañas del rumbo o la enorme tranquilidad que se percibe lo que nos animó a elegir ese sitio.
Lo primero que note al llegar fue el aroma a pino y la humedad que flotaba en él aire. Subí por un pequeño camino de tierra que daba hacia una casa grande con paredes de adobe y techos de teja. Toque el timbre, salió un hombre como de unos 60 años pidiéndome mi identificación y acto seguido coloco en mis manos las llaves de una pequeña cabaña que había reservado semanas atrás y que se encontraba al fondo de aquel inmenso sitio. Camine hacia ella con mucha calma, mi mente permanecía en blanco, mi cuerpo se hacia uno solo con el aire fresco del sitio, hasta que comenzó a surgir cierto arrepentimiento por haberme puesto esas bermudas y por no tener un suéter a la mano.
Por fin llegue. Era una cabaña pequeña como de unos 5 metros de ancho por 5 de largo, con un piso de barro cocido y casi todo lo que había en su interior estaba hecho de madera en acabados rústicos, en la entrada había una terraza con una pequeña mesa de café al centro y un par de sillas. Decidí esperar sentado en una de esas sillas.
El atardecer era hermoso y aquel un estupendo sitio para contemplarlo. Transcurridos pocos minutos la luz del sol se extinguió y dio paso a una noche clara con una luna llena enorme que cubría con su tenue brillo el camino que daba a la cabaña. Tiempo después un par de luces se asomaron en la distancia y se aproximaban con cierta calma, a pocos metros de llegar alcance a distinguir el color azul del auto. ¡Era el auto de ella!. Pronto se estacionó y al verla descender de el noté como su belleza poseía un brillo semejante al de la luna. Nos miramos en la distancia, en silencio. Caminó despacio hacia mí, y cuando la distancia entre ambos no era mayor a un par de pasos ella se abalanzo sobre mí con lágrimas en los ojos y me abrazo con fuerza, un abrazo que parecía no terminar. La tome por sus mejillas y coloque su rostro frente al mío para contemplar sus pequeños pero hermosos ojos cafés, pero no me contuve y la bese con tanta ternura y con tanta pasión mezcladas que no hubo necesidad de palabras para percatarnos del amor puro y sincero que sentíamos el uno por el otro. Fue un vaivén de emociones intensas e inexplicables.
De pronto sentí unos ligeros golpecitos fríos y húmedos en mi frente, comenzaba a lloviznar, pude ver como ella entraba lentamente a la cabaña, caminando con un sutil pero sugerente movimiento de caderas. Muy decidido di el primer paso para ir tras ella, pero un frio muy intenso y un espasmo corporal me detuvo y…. desperté.
Me había quedado dormido en aquella banquita de madera y la fría e intensa lluvia me había despertado. Me incorpore rápidamente, tome mi cámara, mi tripié y mis objetivos para protegerlos de la lluvia. Fui hacia el baño por una toalla. Me quite la ropa húmeda y me sequé la cabeza. Ya en la cama comencé a revisar todas las fotos que había tomado esa tarde antes de sentarme en esa bendita banca. Me esperaba mucho trabajo de edición. No sé qué tan buena fue la idea de realizar esa sesión fotográfica en ese lugar.
Haciendo esfuerzos por no pensar en aquel sueño intente dormir sin lograr conseguirlo. Es difícil descifrar esas bromas de la mente para hacerte creer que por unos minutos fue lo que nunca fue, pero la consciencia te recuerda que esa persona fue, y luego ya no. Y ahora es, pero solo en el ayer.