¿Alguna vez tuviste la necesidad de huir y poder dejar esta tierra para irte junto a las estrellas? Si respondes que si es muy posible que seas uno más de los hijos estelares. Pensar que en toda esa inmensidad hay grandes secretos de los cuales no somos conscientes que suceden a diario. Ve y mira al cielo, analiza cada estrella que veas, mírala brillar y los guiños que te hacen, posiblemente te diga algo o, es puede que te cuente historias las cuales con un poco de atención lograras entender. Yo siempre fui un niño curioso y muy creyente en la magia, como cualquier niño normal, el cual, estaba destinado a vivir cosas para nada normales, esto no lo supe hasta cierta edad.
Mi abuela solía contarme, cada noche antes de dormir, que las estrellas más antiguas del firmamento, albergan dentro de ellas estrellas más jóvenes, las cuales tomarán el lugar de su madre cuando esta llegue al final de su existencia. Pero el universo está lleno de peligros, criaturas nacidas en las oscuras nebulosas o provenientes de la porción desconocida del espacio, que buscan devorar las estrellas. Estas horridas criaturas se alimentan de su luz y su calor; cuando esto sucede, la estrella madre deja ir a la pequeña que albergaba, la cual se convierte en una estrella fugaz que cae a la tierra y vaga por el mundo esperando encontrar la forma de volver a casa.
De pequeño esos cuentos me emocionaban y llenaban mis sueños de magia, pero conforme fui creciendo terminé por definirlos como historias o mitos que una abuela amorosa cuenta a un niño asustado las noches de tormenta. Que equivocado estaba sobre eso, pero obviamente no lo sabría hasta años más tarde donde me choqué con el muro de la realidad y crucé hacia el lado místico del mundo.
Mi abuela vivía en el campo a unas horas de la ciudad, detrás de su cabaña se extendía un hermoso bosque de grandes y viejos árboles lleno de vegetación que parecía llegar a los confines de la tierra, de pequeño, me gustaba explorar una parte de él imaginando que era un pirata o un valiente explorador. Mi abuela solía recordarme que no me adentrara mucho en aquellos bosques pues decía que era la tierra de la magia y debíamos respetarla, yo la obedecía, aunque no la entendía muy bien.
Aquella noche de diciembre todo cambio, tenía quince años, mi madre había tenido que tomar un trabajo fuera del país para mantenerme, yo me quedaría con mi abuela a terminar mis estudios y cuando tuviéramos dinero suficiente iría con mi madre; eran casi las doce o eso creía. A mi abuela no le gustaba la tecnología, por eso se empeñaba en que nada de eso entrara a su casa, así que antes de mudarme tuve que despedirme de mi celular, televisor e internet; después de muchas discusiones con mi madre solo había admitido la instalación de un teléfono con el cual ella comprobaba que seguía vivo; cansado de intentar adivinar la hora usando las estrellas como reloj me lamente haber tomado tanto refresco, rodé fuera de mi cama, calcé mis botas y me puse una manta en los hombros; salí despacio de la cabaña ya que el baño se encontraba a unos metros de ahí, estaba a punto de cerrar la puerta del baño cuando un estruendo resonó en todo el lugar, miré el cielo asustado, este no tenía el típico color azul oscuro parecía que el sol estuviera recién ocultándose tiñendo todo de un naranja sangriento, me quedé quieto aferrado a mi manta como máxima protección, el azul volvió a reemplazar al naranja lentamente, me percaté que mi abuela había salido de casa y miraba al cielo con el rostro neutro, parecía buscar algo, yo sabía que cerca de aquí no había ningún aeropuerto así que no debíamos preocuparnos por el choque repentino de un avión o algo por el estilo; me acerque a ella para llevarla dentro de la cabaña pero la imagen frente a mí me dejó helado. Desde un extremo del cielo una estrella fugaz se aproximaba hacia nosotros, pasó sobre la cabaña hacia el bosque donde se estrelló haciendo temblar la tierra nuevamente, las aves salieron volando de las copas que se sacudieron violentamente.
Mi abuela corrió hacia el bosque, yo había caído de bruces cuando me percaté de ella, sin pensarlo la seguí, a pesar de su edad se movía rápido entre las ramas, como si conociera el lugar, yo en cambio obtuve muchos golpes y raspones antes de alcanzarla. Se había detenido casi en el medio del bosque, o eso creía, aunque aquel lugar era un laberinto de ramas y oscuridad, una luz brillante casi blanca salía de un cráter humeante, me acerqué más, curioso de saber que había y ahí pude ver a la extraña criatura. Era una joven, seguramente tenía mi edad quizá un poco menos; su piel totalmente blanca casi del color de la luna emanaba el resplandor, sus cabellos negros le caían por el rostro, estaba arrodillada con la cabeza gacha.
Mi abuela avanzó hacia ella, yo estaba paralizado, tenía miedo y rogaba no orinarme encima. Cuando ella tocó el hombro de la niña, esta levantó la cabeza, mis ojos azules se encontraron con el negro abismo de los suyos, no había ni una parte blanca, parecían los ojos de un demonio, la respiración se me cortó y sentí el frio descender por mi cuerpo. Mi abuela sin fijarse en los ojos de la criatura la ayudó a ponerse de pie, la joven con dificultad logró hacerlo, no traía nada encima, el repentino sonido de mi nombre en labios de la anciana mujer me despertó de mi estupor, ella me extendía las manos señalando la manta, mi cerebro procesaba todo muy despacio, como un robot programado le entregue mi manta con la cual cubrió a la chica.
Parecía un cachorro envenenado temblando cuando regresamos a la cabaña, todo el camino me había mantenido detrás de ambas mujeres, mi mente era un revoltijo de explicaciones y viejas historias de niño, algo en mi interior sabía que esa chica venia de las estrellas tal y como mi abuela me contaba. No pude hacer ninguna pregunta al llegar a casa, sin opción a reclamos fui enviado a mi habitación y aunque intenté replicar su dulce mirada me dijo que obedeciera, aquella noche no dormí.
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Editado: 11.04.2022