Edelina estaba parada allí, con sus ojos llorosos y somnolientos, siendo quizá la única que se sentía afectada por verse en esa tortura. Era la única que de verdad creía que ese chico era un Dios -¿Acaso ellos llevan el mismo camino que yo?- Se preguntó.
De hecho no era así, pero nadie sabía que ellos podrían morir como un humano.
Hormigas corrían por sus dedos dándole escalofríos, en ese momento ya solo había un chico frente a ella, un joven que estaba a punto de entrar a la casa de tortura para abrirle el camino. Tenía miedo, demasiado que ni siquiera era capaz de imaginarse una escapatoria, se sentía acorralada a pesar de que a su alrededor nadie más se percibía que los mismo jóvenes que estaban igual de atrapados.
Y entonces cuando su turno estuvo por pasar, la puerta se cerró frente a su rostro, estupefacta miro a todos lados, midiendo y reconociendo cada objeto, persona, color... Frente a ella estaba una mujer, la misma que la había llevado allí "Jenell" y un hombre que respondía al nombre de "Aston"... Cuando Edelina vio aquel nombre plasmado en la etiqueta de su camiseta balbuceó, -Aston- susurró para sí misma, pues después de tanto tiempo no se había dado cuenta que la diferencia finalmente se veía percibible, fantasía y realidad. Perdida después de la fiesta, justo en el momento que el perro que respondía a ese nombre, su perro, ya nunca había estado allí, cuidándola, desde es momento todo había cambiado.
- ¿Cuál es tu nombre? - preguntó Jenell como si aquello no lo supiera, como si siguiera un cierto protocolo.
Edelina no respondió.
- ¡Niña! -grito el hombre asimilando su desconcierto por todo lo que sucedía, pero aún así el silencio se mantuvo.
En el momento que parecía que el hombre la golpearía algo detuvo su puño, algo lo congelo y no era un humano. La neblina blanca se filtró desde todos partes como si las paredes fueran parte de una cabina de gas expirando así todo el humo venenoso.
Inmediatamente. Las dos personas se desmayaron excepto Edelina quién seguía de pie, sorprendida de su posible escapatoria pues ahora era libre... Sin embargo luego se dió cuenta de lo que le soportaba las espaldas, Roland estaba parado atrás suyo, sus ojos perdidos en un vacio y todas sus extremidades petrificadas por el semejante ataque inútil. Si alguien pudiera medir su madures mental diría que aquel golpe de suerte había sido el más controlado que podría hacer un novato. Que podría hacer un humano.
Edelina lo miro, él estaba sufriendo, estaba soportando el dolor de mil agujas incrustandose en su cuerpo y ese sentido lo expiraba por las protuberancias que se establecían en todo su cuerpo, las cuales parecían respirar por sí mismos, inflamandose en su color negro.
- ¿Roland?- susurró- ¿Roland estás bien?
Pero su cuerpo ni siquiera se inmutaba, su posición no cambiaba e igualmente la neblina no había cesado, en realidad se volvía más densa cada vez, dejándola rodeada de un blanco sin fin y de ésta manera evitando que viera cualquier cosa que antes había presenciado.
- Roland por favor...- su voz comenzaba a cortarse y entonces se agachó hasta su altura y tomo su rostro sosteniendolo pero igualmente sacudiendolo de una forma simple, pero no despertó y no fue hasta que despegó sus manos de su piel que notó el extraño líquido que le empapaban, como si estuviese sudando.
Se acercó más a él hasta que no pudo más y esa sustancia no solo se establecía en su piel sino en todo él, su cabello, sus uñas, sus labios e incluso sus ojos. Todo él expiraba ese líquido y ella ni siquiera se sorprendió de aquello, lo único que importaba era Roland, que aún inconsciente no podía hacer otra cosa más que segregar esas lágrimas negras.
Edelina le acarició el rostro, pasando su dedo entre la baba que cubrió su mandíbula, Roland por alguna razón siempre era peligrosamente brillante y eso no se apagaba ni en momentos como estos. Y entonces ella hizo lo que cualquiera no habría hecho, sin temer a la neblina y a la extraña sustancia que le rodeaba, le abrazo con tanta fuerza y cariño que pensaba que si eso no le sacaba del trance nada lo haría.
- Te quiero Roland...- dijo inmediatamente.
Los colores entre ambos cambiaron la blanquisca nieve y la volvió luminosa y transparente, los colores se percibieron poco a poco hasta qué finalmente de sus pechos parecía salir una luz arcoiris. El brillo más puro y sobresaliente que existía.
Todo esto duro lo inexplicable, pues a partir de unos segundos del principal silencio, unas personas con máscaras y trajes especiales la sacaron del lugar dejando solamente ver al chico inconsciente que había intentado salvar.
Edelina fuera de allí, la dejaron irse mientras regresaron aquellos hombres que la habían recuperado del catástrofe y por primera vez en toda la existencia del sagrado templo una musa ingreso al lugar, acercándose a dónde se encontraba la víctima.
Aedea tocando su la frente de Roland le transmitió unas palabras. Unas palabras que nadie más podría haber escuchado, pues le había recordado su misión ahí, fin de la historia. Aedea era la musa de la voz y la música, por lo cuál generalmente era escuchada por todos tal como a una sirena, su voz siempre era pasiva e interiormente manipuladora, un don que le dejaba ver los corazones de todos los fieles religiosos y un don que le daba la realeza sin queja alguna.
Ella fue también la que calmo los estragos en la mente de Roland, dándole el control y la paz que necesitaba para salir de ese trance. Él la miró, atontado y agobiado por todo lo que pasó y lo único que alcanzó a mirar de la mujer fue su figura borrosa que salía por la puerta, sus ojos se iluminaron y sintió primordialmente que era parte de algo, sonriendo, vigorosamente cautivado.
Edelina por su parte no se le había escapado de su mente ese extraño momento en que le corrieron de la habitación, parecía que todas aquellas personas eran de cartón, incluso las que estaban jalandola fuera. Como si quien la sacará de allí no fueran los encargados del lugar, sino el mismo Roland...
Siguió caminando por las orillas del arco del puente, el lugar en el que estaba era impresionante y de hecho nunca se había tomado el tiempo de mirarlo. El establecimiento completo parecía una burbuja gigante de la cual desprendían unos cuantos imperfectos que se veían para las nubes pero especialmente estaba ese arco, al final del puente que se abría camino entre el lago hasta unos metros más dónde se cortaba. A lo lejos había algo más, algo que el puente conectaba pero que ella no podía ver. Era como si la tierra hubiera sido flotada y quedarán las montañas reluciendo al fondo del espejo que veía. El puente era como el eclipse que separaba el día de la noche y separaba ambos espacios en el cruce con el sol.