—Ven hijo, vamos a rezarle al ángel para que puedas dormir —dijo la madre arropando a su hijo.
—Mamá, ¿él siempre se quedará conmigo? —preguntó el niño.
—Siempre hijo mío, no tengas dudas que siempre que necesites apoyo, te lo dará. Ahora junta tus manitos y recemos ¿de acuerdo? —respondió la madre.
"Ángel de la guarda, mi dulce compañía; no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que sin ti me perdería..."
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Mientras la madre con su pequeño rezaban, habían dos ángeles que estaban junto a ellos, ambos brillando muy fuerte, uno estaba complacido y el otro pues...no tanto....
—Así son todos los niños, nos rezan y pocos se acuerdan de nosotros cuando crecen —dijo el ángel observando la escena con ironía.
—Sebastian, ¿podrías dejar de quejarte? —respondió el otro ángel que también observaba la dulce situación.
—¿Por qué hacemos esto Arturo? Siempre vigilamos a un niño y cuando es adolescente nos encargan otro niño —cuestionó Sebastian.
—¿Estas desafiando a Dios? —preguntó serio Arturo, el otro ángel retrocedió ante su pregunta.
—No lo hago, solo pensaba en voz alta —contestó Sebastian.
—¿Cuándo entenderás que lo que hacemos es solo hacerle compañía hasta que estén listos? -dijo Arturo.
—Eso lo sé y esta bien, pero deberían dejarnos en cargo a un solo niño y fin de la historia, sería más fácil —respondió Sebastian aburrido.
—No es prudente, muchos de los ángeles que han intentado hacer eso, no han sido los mismos —contó Arturo analizando la situación.
—Naaaaah, es solo una exageración; el próximo niño que me encarguen, lo cuidaré hasta que sea adulto y verás que no me volveré loco como los otros
—Sebastian, no lo hagas y es una advertencia...
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Sebastian llevaba un buen rato volando, estaba un poco cansado pero muy atento a la señal que emanara de sus alas, estaba un poco enojado con Arturo, creía que exageraba en el asunto de la locura de los ángeles que se quedaban con sus niños hasta que crecieran...
—Bien ahora ¿Qué niño me toca cuidar? Empezaré por esa calle, tal vez encuentre algo —dijo en voz alta Sebastian; estaba cansado de que fuera el ángel que solo cuidaba niños por muy corto tiempo, no era para menos ya que apenas tenía un siglo de edad, y para un ángel esa edad representaba inmadurez.
—¿Qué haces aquí volando solo? —preguntó una niña que estaba mirando la ventana, su mirada simplemente cautivo a Sebastian.
—¿Eeeeh? ¿Puedes verme? —dijo sorprendido el ángel, no esperaba que una humana le hablara directamente a los ojos, ya que estaba acostumbrado a que lo "invoquen" por medio de una oración.
—Si, tengo el don de ver a los ángeles de cada niño y tú eres el mío ¿verdad? —dijo la pequeña muy curiosa.
—Mmmm, pues supongo que sí, pero no me esperaba una niña —contestó Sebastian un poco desilusionado, ya que esperaba a un niño muy revoltoso.
—No entiendo ¿puedes explicarme? —dijo la pequeña confundida, al darse cuenta de lo que había dicho, Sebastian intentó "aclarar" el pequeño mal entendido.
—Claro, pero no creo que sea prudente —respondió el ángel preocupado.
—No te preocupes, sé guardar secretos —dijo la niña quien le sonreía muy pícara.
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El ángel entró prudentemente y se sentó en la cama junto a la pequeña, ella lo observaba y le sonreía.
—Mi nombre es Lucía —dijo la pequeña presentándose —¿Cómo te llamas?
—Me llamo Sebastian, supongo que ese es mi nombre —respondió el ángel pensativo, después de todo, así lo llamaba Arturo.
—¿Por qué dices que supones que es tu nombre? —interrogó Lucía.
—Pues verás Lucía; algunos ángeles, alguna vez fueron humanos como tú —contestó Sebastian muy precavido de hablar de más —pero después de cumplir su vida aquí en la tierra, algunos se convierten en ángeles y otros siguen renaciendo en el mundo terrenal.
—¿Podría convertirme en ángel yo también? —preguntó emocionada, Sebastian no quería ilusionarle, aunque él tampoco sabía con respecto a las decisiones divinas de Dios, sobre los ángeles.
—No podría asegurarlo aunque es posible —respondió Sebastian finalmente, luego observó la habitación de la pequeña y algo le llamó la atención; no tenía ninguna foto de su familia cerca de su escritorio, o que este pegado a la pared —¿y tus padres pequeña?
—Pues no lo sé, se fueron cuando era bebé y me cuida mi tía —dijo Lucía encogiéndose de hombros, Sebastian entendió que no era conveniente hablar de ello y cambio el rumbo de la conversación.
—Tu tía es muy creyente en Dios —afirmó Sebastian mirándola mucho más cerca y le sonreía —muy creyente.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó Lucía asombrada.
—Personas que enseñan a los niños a rezar, tienen muy cerca a su ángel —contestó el ángel pensativo —además brillas y cuando más intensa la luz, más creyente es el niño.
—¡Es asombroso! y ¿te quedarías conmigo hasta que me duerma? —dijo la pequeña mientras bostezaba y se acostaba a su cama.
—Por supuesto, yo te cuidaré...
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Lucía era risueña y muy devota, siempre rezaba y Sebastian trataba de responder sus inquietudes con respecto a la religión. Tenía el cabello lacio color marrón, y sus ojos brillaban como el mismo sol. Su sonrisa era tan encantadora, y el ángel sabía que sería una buena mujer y fiel a sus principios; pero todo cambió de repente.
Era otoño, el frío se podía sentir por todo el cuerpo y era muy difícil abrigarse, Sebastian estaba desde lejos observando a Lucía jugar con sus amigos; hasta que de la nada apareció Arturo en la escena.
—Sebastian, vamos —dijo Arturo muy apurado y agarrando del brazo a Sebastian.