Angel Guardian

-Capítulo 22.5- Implacable.

-Cecilia-             

-Cecilia-

—¡Bienvenida a Nueva York!—bufa, malhumorado mientras toca la bocina—. La ciudad sobre poblada más jodida de nuestro país. Tan solo mira ese atasco, pero qué demonios pasa con esta mierda. 

Pongo los ojos en blanco y me encojo en el asiento de copiloto. Llevamos horas en medio del tráfico y ya hace mucho que las piernas me habían dejado de responder. Miro la cantidad de vehículos que hay por delante y caigo en cuenta que no es posible divisar el final de este maldito puente. 

—Solo a ti se te ocurre venir conduciendo a hora punta—vocifero observando a lo lejos esos característicos rascacielos de Nueva York. 

Los he visto millones de veces en televisión y documentales, lástima que no lograron capturar su verdadera belleza; esta ciudad es imponente. Desde el puente Brooklyn se puede apreciar el emblemático Empire State Building, un rascacielos de más de cien pisos y una aguja en la punta; con estructuras de acero reforzadas y una arquitectura de influencia art decó en su diseño, sin duda alguna, toda una obra histórica en su máximo esplendor. 

—Y dime princesa—alza una ceja—, cómo esperabas llegar. ¿En tu alfombra voladora? 

Frunzo el ceño y callo. Era arriesgado sobrevolar esta área de forma ilegal; además, es cosa imposible burlar a las autoridades, si mal no recuerdo, mi aliado posee más que una orden de captura, por lo que comprar un boleto de avión y venir en clase turista no era posible. 

—Solo cállate y sigue avanzando—suelto cortante. Cruzo los brazos en mi pecho y finjo un repentino ataque de sueño, girando el rostro en dirección a la ventana. 

—Nada me gustaría más que eso—dice entre dientes—. Tal vez iría bien que bajaras del auto y fueras  al primer carril repitiéndolo hasta que surja efecto. 

Ignoro su comentario y cierro los ojos. Ya va siendo hora de que se vuelva más comunicativo y menos idiota, hasta el momento no hemos hecho nada más que discutir y estoy perdiendo la paciencia. No sé a donde me lleva ni de quién estamos huyendo —a parte de la policía—exactamente; además, hemos hecho un viaje intercambiando vehículos sin detenernos ni una sola vez y estoy bastante cansada.

He tenido la cortesía de evitar cuestionar sus decisiones, claro que he reprochado en cada oportunidad, intentando sacar alguna pista u medio que me permita obtener respuestas, pero no parece haber nada.  

¿Cuándo podré conocer a su jefe? 

—Vamos Cecilia—susurra él—. ¿Acaso piensas dejarme hablando solo?

Me remuevo un poco y sigo sigo sin responder. 

—Bien...—Finalmente se rinde y apoya la cabeza hacia atrás en el asiento, dando un profundo suspiro cansino—. Va siendo hora de que lleguemos...

****

Parpadeo, confusa y me desperezo sintiendo el cuerpo entero demasiado entumecido. Cuando abro los ojos completamente, me fijo en el panorama, el atardecer se abre paso tiñendo el cielo de muchas tonalidades.

—¿Dónde estamos?—inquiero al ver calles estrechas. 

—Estamos dentro del distrito financiero, en Wall street para ser precisos. 

—¿Y a dónde se supone que vamos?—digo expectante.

—A robar un banco.

La seriedad de su voz me deja perpleja, intento decir algo, lo que sea; no sale nada. Trago saliva descolocada y abro los ojos sin darle crédito a sus palabras. Una carcajada sonora retumba en el auto y vuelvo a respirar al ver una sonrisa socarrona dibujarse en sus labios. 

—Hubieras vista la cara que pusiste—suelta en tono burlesco—. ¿Ves si quiera posible que tú y yo robemos un banco en Manhattan? 

—¡Imbécil, estoy hablando enserio!—aprieto los dientes y alzo mi mano hecha puño. 

—Oh, está bien. Tranquila muñeca—se defiende, apartando el brazo de mi lado en un intento de esquivar el golpe—, solo estaba bromeando. 

—Tus bromas apestan—bufo—. ¿Puedes por un segundo tratarme como tu igual y explicarme qué diablos hacemos en Nueva York? 

—Ocultarnos. Esperar, al menos hasta ver si podemos contactar al resto—dice tranquilo. 

—¿Y cuándo será eso?—alzo una ceja y mi pie comienza a moverse con ansiedad. 

—Ni idea—Rex aparta la mirada del frente y voltea hasta que sus ojos me enfocan.

—¿Debería estar molesta?—susurro sin apartar mis ojos de los suyos. Nuestras miradas colisionan, distintas tonalidades de azul se encuentran en una batalla silenciosa. 

—Yo lo estaría, pero somos dos personas muy distintas—responde aquella pregunta que había soltado para mí misma. 

—Escucha Rex, sé que no me has pedido nada, yo estoy aquí por decisión propia y no debería exigir mucho, pero necesito obtener respuestas antes de que termine por volverme loca. ¿Entiendes?—mis palabras salen atropelladamente. Llevo mi mano hecha puño a la boca y como hábito, mordisqueo la uña de mi pulgar. 

Sus ojos examinan los míos por un instante y luego pasa una mano por el rostro hasta terminar en su cabello, dando un largo suspiro. Justo en ese instante me percato de que en algún momento nos habíamos estacionado, debo haber estado demasiado distraída como para notarlo. 

—¿Te parece si primero comemos? Muero de hambre. 

—Yo también—asiento.

Bajamos del auto y caminamos calle arriba. Poco después, damos algunas vueltas hasta que termino muy desorientada. Una fachada de ladrillos aparece ante nosotros, es un edificio sencillo y nada llamativo, hasta que cruzamos la puerta principal y un lobby inmenso y lujosos aparece.

Mostrador de cristal, una pequeña sala con sillones de cuero negro y mesa de centro, televisores que muestran imágenes de la seguridad externa y adornos extravagantes por todas partes. 



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En el texto hay: novelajuvenil, romance, angel de la guardia

Editado: 10.06.2020

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