Angel Guardian

-Capítulo 26.5- Fractura.

Qué tonto puede ser el corazón o qué tontos nosotros por seguirlo             

Qué tonto puede ser el corazón o qué tontos nosotros por seguirlo...

˜Cosmin.

-Cecilia-

Camino por la calle sin rumbo, inmersa en mis pensamientos. Necesitaba alejarme de ese lugar, quería estar a suficiente distancia de Rex por al menos unas horas; verle tan frágil me había hecho perder la cabeza. 

Mis labios todavía están hinchados por aquella batalla de besos que libramos anoche, mi cuerpo aún vibraba al recordar el tacto de sus dedos y la sensación de su boca recorrer mi piel desnuda. En este preciso instante me gustaría estar en esa cama, hundiendo mi cabeza en su cuello y sintiendo la calidez de su pecho contra el mío; pero él tiene razón, esto fue un error. 

«¿Por qué Cecilia? ¿En qué pensabas?». 

Ese el punto, no estaba pensando. Si hubiera sabido lo peligroso que era acercarme a él, en este momento estaría hasta la otra punta del mundo. 

«No mientas Cecilia, sabes que te gusta y por eso lo dejaste estar». 

¡Maldición, cállate! 

Ya sé que cometí una burrada y me dejé llevar por lo agradable que era estar con una persona que no fuera yo misma por una sola vez en la vida; obviamente fui estúpida. ¿Quién me manda a ignorar la innegable atracción que siento por aquel chico bipolar?

Todo de él me mantiene a la expectativa, su manera ruda de actuar y esos aires de superioridad que lo hacen ser un cretino en potencia, pero que muy en el fondo es mil veces más sentimental que cualquier otro que haya conocido antes. Se enfada con facilidad y pone esa careta de imbécil despreocupado mientras te observa en silencio y va adaptándose a ti como acto reflejo para protegerse.

Para mí, este tipo se volvió bastante predecible. Su coraza no suele ser muy sólida cuando le encaras de frente y sé que es porque a diferencia de otras personas yo no me ando con rodeos; siempre le suelto lo que pienso a la espera de una respuesta, esa es la única forma de sacar información certera de otra persona, soltando algo que la deje desconcertada y en conflicto consigo mismo.

Así comenzó mi curiosidad por aquel chico de aires misteriosos y sonrisa de idiota. El problema tuvo origen cuando nos acercamos en lo cotidiano, fue tan natural el ambiente que fluyó entre nosotros que mi mente dejó de funcionar de forma correcta y el corazón reemplazó esa función.

Entonces un día común, llega y habla conmigo de lo más tranquilo —causando en mí una revolución emocional, de esas hormonales que te pegan fuerte— para horas después salir y no volver hasta el amanecer siguiente. 

Luego de abandonarme sin más, me pide entrenar el día posterior; solo que, a diferencia de otras veces, estaba desganado y con la cabeza en cualquier otra parte, menos conmigo.

¿Me utiliza cómo distracción para aliviar la tensión? 

No sé si sentirme halagada o enfadada. Bueno, eso ya no importa. 

El punto es que luchamos un poco y yo disfruté provocarlo con mis técnicas de defensa personal para casos excepcionales; al cabo de un rato, terminamos charlando como si nada y nos pasamos igual el resto de la semana, lo más normal que se puede.

Pero ayer sucedió, su actitud se tornó fría y se la pasó rondando por toda la suite de forma ausente. Ni siquiera tocó sus Cocoa Krispies y se sirvió la leche en un vaso en vez de usar su tazón predilecto de los New York Rangers.

¿Quién me puede culpar por estar tan desconcertada? El típico chico infantil había desaparecido hasta dar paso a un tipo que daba miedo. 

En la tarde decidí hablar con él y terminó mal; pensé que tal vez me había pasado, incluso me asustó la posibilidad que si seguía insistiendo él me rechazaría de una forma tan dolorosa que me hundiría. Sin embargo, eso nunca pasó. Cuando escuché sus gritos de frustración y vi su rostro conteniendo algo con desesperación, fui hacia él, me pegué con fuerza y me aferré a ese chico como nunca antes lo había hecho en toda mi vida.

Me dolió verlo tan desolado y con el corazón destruido, sentí su dolor como mío y quise ayudarlo a escapar y permití que se refugiara en mí, deseaba esconderlo bajo mi piel para que se sintiera seguro. Claro que estaba loca, demasiado loca como para realmente querer convertirme en su salvavidas.

¿Cómo es que una persona puede adueñarse de tus pensamientos sin siquiera haberle dado permiso? ¿Es posible enamorarse de alguien que no conoces en lo más mínimo? 

Ahora soy consciente de mi desgracia, he perdido el rumbo. El corazón me tiene atada de manos, impidiendo aferrarme a una base sólida que sostenga mi peso y me dé seguridad; Rex no es más que arenas movedizas, de esas que aparentan ser tierra firme y al dar el más mínimo paso en falso te traga sin avisar.  

¿Por qué tú Rex? ¿Por qué tú entre tantas personas que han cruzado mi vida? 

«Porque tú lo permitiste».

Eso es verdad, esto pasó porque yo dejé que pasara.

Tanto tiempo creyendo que era imposible para alguien como yo dejarse llevar por sentimientos hacia otra persona e irónicamente estoy aquí, luchando contra la sensación de ir a la deriva, sin poder contradecir a mi traicionero corazón.

«Genial Cecilia, te has ganado una buena». 

Suspiro con resignación, es hora de volver. Las calles estaban llevándose de gente a más no poder, las vías repletas de carros y el tráfico iba mal, como cualquier mañana normal en Manhattan. Veo algunos taxis haciendo cola para tomar pasajeros y sonrío al recordar lo normal que es aquí ver los característicos vehículos amarillos, son como el emblema de esta ciudad.



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En el texto hay: novelajuvenil, romance, angel de la guardia

Editado: 10.06.2020

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