Ángel
Mis ojos viajan de arriba a abajo de la complexión de Gwren. No estoy seguro si dejarme intimidar por esa reluciente figura en aquel vestido, o sentirme compasivo por esa carta que a cualquier niña de 13 años rompería.
Debo elegir, la chica de 19 o la de 13.
Vuelvo a mirarla, ella está parada en las escaleras, recargando parte de su cuerpo en el barandal de madera blanca. El vestido que le ha regalado su amiga Jeannine está más que bien en ella, es como si al momento de comprarlo, hubiera tenido una flecha enorme señalándolo mientras decía: « ¡es para Gwren, cómprame! «
Sé que sonara un tanto maleducado, pero me permito darle una buena barrida, porque ¡hombre! Pese a que quiera darle mi más sentido pésame, no puedo hacerlo mientras use esos vestidos de infarto.
Una larga capa de tela que cubre hasta sus rodillas para después rematar con tul y así formar una cola en la parte trasera del vestido hasta los talones. Un escote de corazón que deja una increíble vista para el buen gusto. Debo admitir que no confesaré eso de nuevo.
Ella ha usado una gargantilla y zapatillas de infarto y oh… aretes largos. Siempre he creído que los aretes largos son algo sexy y más si el cabello está sujeto, ¡y Santo Cristo! Lleva el cabello sujeto en un moño alto.
Debo admitirlo, si sentía alguna lastima y ganas de consolarla, se han esfumado esos puñeteros sentimientos al momento de verla.
¿La chica de 13 o 19?
Sin duda me quedo con la del 19 y vestido, por favor.
— Deja de babear —. Elena me trae a mi realidad. La miro instintivamente apartando mis ojos de aquel vestido, que para colmo y descontrol de salud, es rojo.
— Te ves bien, Elena —. Comento en serio. Lo hace, se ve bastante bien, aunque claro nunca será tan sexy por el simple hecho de no llevar aretes largos.
Creo que debo dejar de delirar con esos aretes.
Miro a mi hermana y le doy una corta inspección, el vestido que había usado en el centro comercial ahora luce fabulosos con los tacones que ha comprado, al igual que el maquillaje tenue y las arracadas que prenden de sus orejas. A diferencia de Gwren, ella ha dejado su melena suelta y solo sujeta a unas horquillas.
— ¿No hay nada para Gwren? —. Mira a su amiga.
¿Qué si no hay nada? Joder, le he dado una inspección completa, ¿qué otro puñetero comentario debería dar, además de los que me reservo?
— ¿No se ve candente? ¿irresistible?
Dejare eso para mí mismo.
Doy un vistazo a su morena amiga. La inspecciono de una manera menos discreta, pero a la vez con la misma. Trato de no dejar esos pensamientos al aire. Pese a que no soy tan dado a dar miraditas a muchas mujeres, me hace sentir extraño que a la primer mujer que mire después de Jane sea la mejor amiga de mi hermana.
Demasiado incómodo.
— Sí, claro —. Sonríe la morena y vuelve a reír. Me recuerda nuestra pequeña charla en las escaleras.
— Pues… —. Comento desinteresado. La miro y esta vez, me encuentro con sus ojos. Esos ojos de tono peculiar que ahora lucen mucho más grandes y mortíferos con el delineador —. Te ves bien, Gwren.
— Qué detallista.
Quiero sonreírle, me encanta su sarcasmo, me gusta que me siga el juego. Sin embargo, no lo hago. Antes de que siquiera podamos dar otro comentario a una de nuestras bromas, el timbre suena y así, trae al mundo a Gwren.
Por un momento parecía que éramos nosotros dos y nuestra broma privada.
La miro bajar las escaleras, atento. Escucho sus tacones resonando con la madera. Miro como su cuerpo se mueve hacía la puerta. Alejo mis ojos de ella y miro a Elena. Ella ya está ocupando un espacio a mi lado y ambos miramos a Gwren y a su cita. Cabello largo negro, justo en la yugular; ojos grises y un aura de chico malo. Eso me hace reír internamente porque… Hombre, ¿quién no ríe con un chico malo en un puñetero traje?
Debe ser la broma del año.
Gwren ni siquiera se inmuta de mi broma, o al menos parece no entender el chiste. Está tan concentrada en Chico Malo que ni siquiera presta atención a mi mirada fulminante.
Es el mismo imbécil del Centro comercial.
Recuerdo como flirteaba con Gwren y recuerdo como quiso plantarme cara, y eso me enferma: odio que quieran darme una patada en el culo. Si es eso, ¡que les den! Ian, sino mal recuerdo, le entrega un ramo de rosas junto con una sonrisa. Siento cierto recelo, normalmente soy yo el de las rosas. Creo que no olvidaré ese detalle. ¡Por dios! Eso lo inculcó mi madre. Siempre llevar rosas a casa de una chica.
Mierda, recordé a mi madre.
Niego interiormente y saco todo recuerdo de mi madre. Recuerda, Vancouver: no recordar lo más que puedas a tus padres o todo lo que tenga que ver con ellos y eso da como resultado: toda mi vida con ellos.
Creo que esa fue la razón del por qué vine a Atenas. No soportaba ver el fantasma de sus recuerdos por todos lados, no soportaba dormir en la cama en la que muchas veces mi madre me arropó o durmió conmigo. No soportaba comer en la misma mesa donde los cinco (de vez en cuando mi abuela) comíamos todos los días. Mucho menos podía soportar el jardín donde los fines de semana hacíamos parrilladas e invitábamos a los jodidos vecinos.
No podía y sigo sin soportarlo.
Alejo esos pensamientos porque sé que si sigo insistiendo en esto, no querré salir de esta casa más que para ir al bar y atiborrarme de vino y cerveza hasta perder el conocimiento. Creo que a mí me golpeó más duro — no digo que a Elena y a Sara no les duela —, si no lo hubiera hecho, no lloraría con un marica en las noches o podría conciliar el sueño.
Joder, nuevamente estos pensamientos.
Levanto la vista del piso, de verdad no supe cuando baje el panorama, y al hacerlo me encuentro a una sonriente y satisfecha Gwren. Gruño.
— ¡Ian! — chilla como toda niña alegre al ver su botarga favorita. Llevando las flores a su pecho, lo toma por el cuello y lo abraza.