Ángel [vancouver #1]

Capítulo 25. Después de la Tormenta

PUBLICANDO CAPÍTULO UN MINUTO ANTES DE MI EXAMEN DE ORGÁNICA.

JAJAJAJAJA.

LES MANDO MUCHO AMOR ♥♥

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

 

Elena.

Sara está más callada que de costumbre y mira que decir eso es bastante. Mi hermana menor es una de las personas más enigmáticas que ha pisado nuestra amada Grecia, para describirla solo bastan dos palabras: cautelosa y cerrada.

La rubiecita jamás habla de sus sentimientos como los haríamos Ángel y yo, no profundamente sino de una forma tan superficial que sin quererlo, no terminas dándote que cuenta que es su modus operandi de protección para no dejarte entrar y que no te preocupes. En sus quince años, he sabido cómo leerla, al menos lo suficiente para saber cuándo algo va mal.

Ella está en su habitación, sentada detrás de un atril con partituras encima, el cello entre sus piernas, una mano sosteniendo el arco con gracia y la otra moviéndose a través de las cuerdas. Una melodía triste se cuela por mis oídos cuando abro la puerta, ha mejorado muchísimo en estos últimos años.

Me quedo en mi sitio, disfrutando de cómo mi piel se pone chinita al escuchar esas notas afinadas que reflejan una técnica perfecta. Sara no es del tipo de músicos al que les guste improvisar o enrollarse en sus emociones — como Gwren —, ella es más del tipo que acata las reglas.

Como si notase mi presencia, ella deja de tocar y coloca el arco sobre el atril. Estoy de espaldas a ella y noto cómo sus músculos se tensan. Automáticamente deduzco que nada ocurre con ella sino que se ha enterado de algo y no quiere decirme. Es fácil leerla, no porque ella sea tan transparente como un cristal al igual que mi hermano, sino porque la conozco tan bien como la palma de mi mano.

— Hola, Ellie — dice entre dientes y gira la cabeza hasta apoyar el mentón sobre su hombro. Sus ojos verdes como los míos se encuentran —. ¿Necesitas algo? Estoy ensayando.

— Pensé en que podíamos ver una película — sonrío —, has estado muy distante desde hace tres días. Más de lo usual.

Sara suelta un suspiro y camina hacia mí arrastrando los pies. Ella no es demasiado alta para su edad y tiene un cuerpo aún más delgado conmigo, al punto de aparentar menos años de los que tiene. Parece una niña. No una señorita que está pasando por la pesada adolescencia, la etapa de los amoríos platónicos y el estrés de la preparatoria.

Cuando se detiene frente mí, muerde su boca sumamente nerviosa. Se ve graciosa frente a mí, con sus pantalones de pijama llenos de estampados de mariposas y una camisola de franela que le queda excesivamente grande. Sara no es muy devota de los camisones como yo, es más, no es fan de mi estilo de vestir, ella va más por la discreción y la comodidad no como yo que me caracterizo por mis ansias de verme refinada.

— Es solo que... — sus mejillas se sonrojan escandalosamente y automáticamente mi sentido curioso se enciende. Ver como un tomate a la menor de los Vancouver es algo nuevo —. Mmm... me peleé con Savannah.

Parpadeo varias veces, atareada.

Esas dos chicas son como uña y mugre, desde que se conocieron no han podido estar separadas, al punto que la madre de Savannah se ha convertido en una constante en la vida de la rubia. Incluso más que mi hermano y yo.

Sara y Savannah son el reflejo diminuto de Gwren y yo, solo que en una perspectiva menos complicada, una en la que pareciese que los problemas jamás tocarán en su ventana. Lo dice la manera en la que fluyen tan bien pese a ser polos opuestos.

— ¿Por qué? — pregunto, sentándome en la cama.

La rubiecita suspira y mirando a otro lado se acerca a mí. Hay algo en su forma de pararse que me llama la atención, es como si estuviese cargando un piano tras su espalda, la culpa inminente.

— Digamos que... ella malinterpretó mis intenciones.

Mi curiosidad aumenta en un cuatrocientos por ciento no solo por su comentario sino por la alarma en todo su rostro. Ella ha dejado de ser mi hermana para convertirse en un tomate con patas que con trabajos puede mantener la postura. ¡Está que se muere de la vergüenza! Y eso es más inusual que no verla tocar todo el día encerrada en su cuatro.

Mi hermana es el descaro echo persona, ella jamás duda al lanzar sus muy ingeniosas frases. En pocas palabras, Sara Vancouver no tiene un filtro.

— ¿Qué quieres decir?

Sara bufa con frustración, probablemente preguntándose qué hizo mal para merecer una hermana mayor tan ingenua como yo.

Sus ojos de una tonalidad verde diferente a la de mi hermano y la mía, recorren toda su habitación que está tapizada de retratos familiares. Sara es la única de los tres a la que le gusta tener un pedacito de su vida en las paredes, ella es valiente en enfrentarlo mientras que Ángel y yo somos unos cobardes que no soportan en lo más mínimo la idea.

— Hace unos días Savannah hizo una reunión en su casa— comienza a narrar con una incomodidad tan grande que casi es perceptible en el aire —. Yo fui, naturalmente, porque soy su mejor amiga, aunque no tenía mucho entusiasmo por ir. Ya sabes, las fiestas no son lo mío y sí, ya sé lo que estás pensando, una pequeña reunión no es igual que una fiesta pero para mí... ¡Dios! Fue peor que eso, invitó a varios de nuestros compañeros...

— ¿Y qué hay de malo en eso?

— Que creen que soy una rarita — se encoge de hombros—. No es como que me importen mucho sus comentarios, siendo honestas, pero prefiero mantenerme distante. Tengo la creencia de que si no te quieren en un lugar, es mejor mantenerse a raya.



#35322 en Novela romántica
#5877 en Chick lit

En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.