Ángel [vancouver #1]

Capítulo 34. Un final no tan feliz

Gwren.

Mi corazón da retumbos mientras mis dientes castañean traviesos. La frazada que me ha dado Ángel no ha servido demasiado para calentar un poco mi piel mojada.

Escucho como mis dientes producen una leve musiquita e inconscientemente trato de calmarlos, no combinan exactamente con la melodía que resuena en la radio.

Veo a Ángel, él también está temblando. No puedo evitar apartar la mirada al percibir el cómo mis ojos recorren el camino que traza su delgada camiseta. Me sonrojo con levedad.

Suelto un suspiro enojada conmigo misma, no debería estar viendo así a Ángel, no debería estar aquí en su auto con él. Mucho menos debería sentir un cosquilleo en el estómago de tan sólo verlo.

Muerdo mi labio.

Su cabello se le ha venido a la cara, cubriendo parte de su frente. Sus ojos verdes se ven espectrales con aquél estilo tan gótico. Los músculos de su espalda y sus brazos se han delineado con la camiseta mojada. Veo sus manos, están aferradas al volante. Sus nudillos están blancos.

Me remuevo en mi asiento y no puedo evitar sentirme algo, incómoda por los ceñidos que están mis vaqueros a mis piernas.

Recubro la frazada a mi alrededor y hago todo lo posible por no sentir aquel hormigueo en mis mejillas al darme cuenta que Ángel me mira por el rabillo del ojo.

Sin darme cuenta, él ya ha estacionado enfrente de mi casa.

Él apaga el auto y dejando un sonidito ensordecedor me mira. Sus ojos son dos esmeraldas que brillan de una manera casi sobrehumana. Él toma una respiración y noto cómo sus hombros se elevan con levedad. Inconscientemente aprieto mi agarre a la frazada.

Ambos nos miramos por segundos, pero para mí son horas.

Entre abro los labios y suelto un suspiro. Miro hacía la ventana y me doy cuenta que afuera de nuestra protección, la tormenta sigue cayendo como si quisiera barrer con todo aquél que se le interponga.

Los vidrios están empañados y aún así puedo apreciar como el paisaje se ha distorsionado por la intensidad con la que llueve.

— Debería apurarme — comento en un murmuro mientras tomo la manija de la puerta. Alejo la frazada de mí alrededor y hago todo lo posible por no sonrojarme al notar como sus ojos de Ángel bajan de manera discreta por mi espalda —. No hay tiempo que perder.

— Eh... si, ah claro — pestañea varias veces y abre la puerta del conductor. Una cacofonía producida por la misma lluvia llega a mis oídos tan sólo un momento.

Miro por la ventana, y pese a la tormenta, veo claramente cómo Ángel corre hacía mi puerta. Lo pierdo de vista hasta que mi portezuela es abierta de un tirón.

Sofoco un pequeño suspiro.

Si alguna vez había considerado el que Ángel no fuera tan atractivo como modelos de revistas o actores famosos, estaba en gran desventaja.

Mis ojos recorren cada centímetro de su figura bajo la lluvia. La camiseta se ha ceñido totalmente a tal grado que puedo ver claramente el color de su piel y la marca de sus brazos y abdominales; los pantalones se han ajustado a su cintura y aquellos cabellos traviesos han cubierto con totalidad su frente.

Muerdo mi mejilla con discreción.

— ¿vas a quedarte ahí como bobalicona viéndome todo el día o vas a salir? — la voz de Ángel me captura infraganti. Levanto la mirada y miro su rostro. Una blanca sonrisa me recibe.

— Oh, sí perdón.

Habiendo tantas respuestas a eso...

Salgo del auto de manera presurosa y me uno a Ángel en una, no tan agradable, tormenta de otoño.

El agua cae de manera salvaje por mi espalda y así terminando con lo poco que cubría mi camiseta. Trato de no inmutarme al notar como mi sostén es más que visible para todo aquél que se moleste en voltear a mi dirección.

Ángel toma mi mano y me conduce hasta el porche de la casa.

Cuando llegamos, alejo mi mano de las suyas y como si fuese un reflejo, las llevo a mi pecho.

Si no hubiese mirado su rostro, estoy segura de que no hubiera oído su carcajada. Lo fulmino con la mirada.

Cuidando el no descubrir nada, saco las llaves de mi bolsillo trasero y abro la puerta.

Adentro, no hay absolutamente un alma, apenas ayer mi padre salió nuevamente hacía Patras. Estaba, no del todo, segura de que mi queridísimo padre iba a volver días después de mi estadía en las Vegas.

Ángel se adentra antes de que siquiera yo abra la boca. Dirijo mi mirada hacía otra dirección cuando, estos traviesos, miran la parte posterior de sus pantalones.

— Sube a cambiarte, yo te espero — comenta Ángel desde el sofá individual de la sala. Lo miro ceñuda.

— ¡Estás loco! Te vas a enfermar, ni creas que te voy a dejar salir de aquí hasta que te hayas cambiado — sonrío retadora. Él vuelve a fruncir el ceño.

— Oh, vamos ¿y qué me he de poner? Estoy seguro de que no me ería tan encantador con tus bonitos jeans.

Suelto una carcajada.

— No, idiota. Vamos —golpeo como redoble de tambores el barandal de la escalera —. No te dejaré ir.

— Ya, vale. Vamos.

Él se une a mí en los peldaños, él uno abajo y yo uno arriba. Ambos subimos de manera presurosa, aún así me avergüenza el tener mi trasero a unos pocos centímetros de su cara.

Al llegar a la planta de arriba, lo conduzco a la habitación de mi padre. Supongo que, al menos puedo conseguir una camiseta y un par de pantalones de deporte.

La habitación de papá es espaciosa y con una cama matrimonial en el centro. Los muebles están al estilo barroco con unas tonalidades oscuras; la cama de baldaquines está vestida con una bonita colcha azul marino y sabanas blancas junto con un montonal de almohadas ortopédicas.

Las cortinas color hueso dejan pasar un poco de luz a la habitación; en los burós hay retratos de mi papá en sus épocas de estudiante y una foto mía al salir de la secundaria.

Camino hacía el clóset y lo abro con una mano. Por el rabillo del ojo veo a Ángel, él pasea su vista por toda la habitación.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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