Elena.
Sara sujeta con fuerza el mango de la maleta mientras espera ansiosa un taxi. Mientras tanto, yo extiendo una mano y una que otra vez silbo con tal de detener algún automóvil con un diminuto letrero de "taxi" en el toldo.
Miro mi reloj, son las 8.26 am lo cual significa que aún tengo una hora para tomar el taxi y llegar a tiempo al aeropuerto para comprar un boleto. Fue bueno el revisar esta mañana los horarios, sino, hubiese estado más que frita.
Gruño exasperada al darme cuenta que un taxi pasa a toda velocidad justo al lado nuestro, ignorando por completo mi brazo extendido.
— Esto es inútil, Elle. Nunca alcanzaremos un taxi — comenta Sara mientras suelta su maleta y me mira con unos ojos verdes, abrumados. Suelto un suspiro.
— Tenemos tiempo suficiente.
— ¿por qué no simplemente sacas un auto?
Pongo los ojos en blanco.
— ¿me creerás si te digo que Ángel cerró la bodega y se llevó la llave con el fin de no sacar ninguno desde mi incidente con el Maverick? — comento con un deje de desilusión. Sara sonríe.
— Supongo que me espera una vida sin saber conducir.
— Creo que a ambas.
Ella se ríe y pronto me uno a su canto gozoso.
Suelto una respiración y ajusto el abrigo castaño de peluche que traigo justo arriba del bonito vestido coral que con seguí esta mañana del clóset.
Sara extiende su brazo con el fin de detener un taxi; y sin embargo, ningún automóvil se detiene o incluso mira en nuestra dirección.
Miro el poste de luz que se encuentra justo al lado del cuerpo de mi hermana que viste un precioso blusón de encaje junto a una chaqueta de cuero azul.
— Quizá deberíamos irnos a zona de tránsito — comento mientras tomo el brazo de mi maleta y la arrastro hacia la izquierda.
— Quizá.
Sara habla y antes de que pueda dar otro minúsculo paso, un bonito Chevel platina derrapa llanta justo al lado de mí dejándome totalmente estupefacta. Me detengo en seco y Sara no tarada en hacer lo mismo.
Miro mi reflejo en los vidrios polarizados, algunos de mis rizos rubios caen como resortes sobre mi rostro y mis orejas, otros se escapan de mi improvisado chongo hecho con palillos. Retiro algunos de mi rostro.
El vidrio de la puerta del copiloto comienza a descender, dejando a la vista al perfecto conductor qu me mira con unos impotentes ojos grises.
Por acto reflejo levanto las comisuras de mis labios hacía arriba. Las bajo de inmediato.
Vince Samuels frunce el ceño desde su lugar y aleja ambas manos de la palanca y el volante para halar su cuerpo en mi dirección.
Muerdo parte de mi mejilla interna como movimiento nervioso. Él está ahí, sentado en su auto con perfecta tapicería oscura que sólo sirve para hacer un halo poderoso a su aura autoritaria, al igual que hacer resplandecer su bronceada piel en esa camiseta de cuello polo color añil.
Sus ojos resplandecen como pequeñas lets en la oscuridad. Brillosas, llamativas y autenticas. Miro el resplandor del auto, demasiado opaco para sus quinqués.
— ¿Vas a algún lado, Helena? — ahora soy yo la que frunce el ceño, divertida. Me sorprende el hecho de que su voz suene tan pacífica.
— Voy al aeropuerto — comento y miro a Sara, ella me sonríe picara —. Nos vamos a Maine.
— Oh... justo hoy venía a verlas — abro los ojos, sorprendida —. Creí que el distanciarnos un poco calmaría el agua entre nosotros.
— Supongo que ayudó.
— Bien — sonríe y se estira hasta tocar la manilla de la puerta. La abre para mí —. ¿Quieres que las lleve?
— Yo no...
— ¡Gracias Vince! — Sara abre la boca antes de yo pueda decir alguna palabra y se monta en la parte trasera. Vince le sonríe y después se dirige hacia mí.
— ¿Quieres que te lleve?
— Me voy a arrepentir de esto después.
Él se ríe y sale del auto.
Camina hacia mí y toma mi maleta.
Sus ojos conectan con los míos y por un diminuto segundo ambos mantenemos una lucha interna en nuestros quinqués. Aparto la mirada antes de tiempo.
Vince, por su parte, conserva aquella pose inquisidora que sólo sirve para sacarme de quicio. No sé qué es peor, o el que Vince esté más que cabreado, o el que esté totalmente inmutable.
— Vamos a guardar esto — me limito a asentir.
Vince y yo caminamos con las maletas en las manos, hacía la parte trasera del auto. Él deja la mochila de ruedillas morada que carga mi ropa interior y mis productos de higiene y maquillaje. Me ruborizo inconscientemente, me limito a bajar la mirada y tratar de ocultar mis mejillas en mi cabello.
Él saca las llaves del bolsillo trasero de sus pantalones y la introduce en la cerradura para después abrir la puerta de la cajuela.
— Veme pasando las maletas, Helena. Yo acomodo — asiento un tanto mareada. Me agrada el cómo dice mi nombre, cómo su voz impotente lo abraza en su tono.
Tomo la primera maleta (la cual es de Sara) y bajo el brazo de ésta para después cargarla y colocarla en sus manos. Sus dedos tocan tan sólo las puntas de los míos y eso es suficiente para sentir una pequeña vibración que me deja con un frío corriendo por mis brazos.
Él parece no notarlo ya que en el preciso momento en el que la maleta cae en su poder, retira sus dedos de los míos y coloca la maleta en la cajuela.
Después de eso, trato todo lo posible por no tocar ningún centímetro de piel y así ambos terminamos de guardar mi equipaje y el de mi hermana.
— Listo — comenta él mientras cierra la cajuela.
Camino hacia la puerta y sorprendentemente él se adelanta para abrir la puerta del automóvil. Lo miro con ojos inocentes.
— Los modales ante todo, Helena — noto el deje de burla y diversión en su voz y eso sólo provoca una pequeña sonrisa en mi rostro mientras subo mis pies en el auto.
Vince cierra la puerta cuando ya estoy acomodada en el asiento. De forma casi instantánea, él llega al otro extremo del auto y se sube en su respectivo lugar.