Elena.
El especial sobre aspiradoras de la Paid Programation me está volviendo loca. Tomo el control del sillón consiguiente de mi sofá y cambio de canal hasta llegar la repetición matutina de las CCN. Suelto un bufido y dejo caer la cabeza.
Miro nuevamente el reloj de mi muñeca: son las 4.20 de la mañana cumpliendo cinco horas seguidas sin dormir y pese a ello sigo sin un deje somnoliento.
Suelto un pesado suspiro, hace al menos cuarenta minutos que me levanté de la cama después de haberme dado cuenta que el estar acostada sin dormir era inútil. Sigo insistiendo, el tratar de que todo está bien es una total pérdida de tiempo.
Cierro los ojos y trato de alejar ese dolor en el pecho que se siente como un puño en el estómago. Mis padres se sentaron en este sofá cientos de veces mientras los seis mirábamos la televisión. Siempre Sara y yo nos sentábamos en el regazo de mi padre mientras que Ángel permanecía largas horas con mi madre.
Alejo esos pensamientos de mi mente.
Me pongo de pie casi como un resorte y comienzo a andar por la casa mientras tengo los brazos cruzados y siento mis pies descalzos. La bata larga de seda color rosa cuelga hasta llegar a la parte trasera de mis rodillas dejando al descubriendo parte de mis piernas en shorts.
Los cuadros d pinturas mandadas a hacer cuelgan del corredor principal de la casa para cruzar a la habitaciones, éstas hacen un perfecta sintonía con las paredes color caramelo oscuro. Mientras paseo, observo detalles que de pequeña nunca había captado, como el hecho de que millones de manchas hechas por Ángel y por mí en nuestras guerras de comida siguen ahí, al igual que los diminutos rayones de los dibujos abstractos de Sara en la pared. Sonrío un poco con disimulo.
— ¿Qué haces despierta a estas horas, Ellie? — la voz de Nubia a mis espaldas me toma rotundamente por sorpresa. Doy un giro de ciento ochenta grados y la encaro. Ella luce cansada y con los ojos aún llenos de sueño. Su ropa de dormir sigue en su lugar dándole un aspecto tradicional de ama de buena casa adinerada.
— No puedo dormir — digo con sinceridad. Nubia me mira con sutileza para después acariciar mi rostro con su mano tibia.
— Mi niña, ven. Te haré un buen té limón con miel, verás cómo te vas a dormir en un santiamén.
Asiento con desconfianza.
Nubia toma mi mano y me conduce a la cocina. Al llegar, me siento en una de las sillas que se encuentran en la mesa de cuatro dentro la cocina. La admiro con sutileza, las losetas grises combinan con el piso negro de figurillas. Los muebles oscuros resaltan el contraste gótico.
Recuerdo bien que la cocina la mandamos a remodelar mínimo unas tres veces debido a nuestras ingeniosas travesuras que Ángel y yo hacíamos. Pero no era nuestra culpa, siempre eran desinteresadas como aquella vez en la que explotó nuestra malteada de fresa o aquella en la que tanto Sara, Ángel y yo tuvimos una guerra de pasteles de lodo que por casualidad llegó a la cocina. Recordar eso me provoca una sonrisa.
Mientras tanto, Nubia se encuentra justo frente a mí, poniendo el agua en la tetera mientras busca en la alacena los sobrecitos de té que mi abuela compra todos los domingos en el súper, pero no es su culpa, Nubia la ha contagiado de su delirio al té. Creo que el convivir con una inglesa inclina a que tomes ciertas costumbres.
Escucho el sonido el humo salir de la boquilla de la tetera, indicando el qu ya está listo el té. ¡Ja! Menuda maña de los ingleses de querer arreglar todo con té aunque, no niego el que tomar té es algo reconfortante.
Nubia sirve en pequeñas tazas la bebida y tras ponerlas en una bandeja plateada, las coloca en nuestra mesa y se sienta justo frente a mí.
— Y bien, querida, ¿por qué has estado rara desde qu llegaste? —pregunta mi madrina. Después, se lleva la taza a los labios y sorbe un poco de la cálida bebida. La miro con sutileza.
— No he estado rara — argumento. Tomo la oreja de la taza y miro el contenido tratando de evitar los ojos acusadores de mi nana.
— Dios, Elena. Te conozco desde que eras una pequeña bolita rosada, te cambiaba los pañales y calmaba tus berrinches. Te conozco a la perfección y NO puedes mentirme — su voz es dura y firme a la vez pero con un deje de maternidad en ella. La miro, un instante, tratando de ser la misma Elena, la fuerte y la astuta que no deja mostrar sus verdaderas caras. Sin embargo, al ver la cara de mi nana, tan sagaz, preocupada y materna, rompo en un horrible llanto que me deja absorta.
Las lagrimas caen sobre mis mejillas mientras un horrible hueco se instala en mi pecho a tal grado que siento el que todos mis órganos junto con mi corazón se han comprimido con el fin de provocarme un insoportable dolor. Mis mejillas arden y los ojos me duelen junto con la cabeza al recordar y ver la imágenes de mis padres todavía vivos por estas fechas. Sólo faltan cuatro días para mi cumpleaños y no sé si estoy lo suficientemente lista como para enfrentar un año más de la defunción de mi madre y mi padre.
Nubia me mira con ojos aturdidos mientras dejo caer mi cabeza sobre mis manos y me dedico a berrear sin importarme la hora, el ruido o siquiera si mi abuela y Sara se despiertan. Escucho el sonido de la silla al hacerse hacia atrás y después los delicados pasos de Nubia. Después, siento su cálido abrazo de madre como los que me daba cuando era pequeña y me raspaba la rodilla o cuando hacía un berrinche por un juguete prometido.
Los brazos de mi nana me sostiene con fuera mientras rodeo su espalda y dejo caer mis lágrimas sobre ella. La opresión en mi pecho trata de desinflarse con cada lágrima que derramo; sin embargo, ésta es tan fuerte que no se deja vencer. Mientras tanto, Nubia acaricia mi cabellera con dulzura mientras me dice palabras de aliento.
Lloro como no había llorado y misteriosamente, más tarde, aparezco en mi cama, con las cobijas encima y las cortinas cerradas, al igual que mis cosas perfectamente ordenadas.