Gwren.
El cielo amanece gris el primer día de año nuevo. Vaya sorpresa.
Me abrazo a mí misma y atraigo mis rodillas a mi pecho mientras observo atenta los pequeños detalles blanquizcos del cielo triste. Aprieto mi agarre al sentir la brisa helada de Enero.
Desde hace dos semanas que Atenas había caído en un horroroso clima que estaba para calarte los huesos. Yo siempre he odiado el frío, nunca me ha gustado, odio tener que usar bufandas y abrigos al igual que ponerme dos cobijas extras en la noche, sin embargo, en esta ocasión, el frío llegó justo cuando lo necesitaba.
Llego el cigarro que tengo en la mano a mis labios y le doy una calada.
Ya tenía mucho que no fumaba.
Desde hace unos días que había empezado de nuevo con esa maña.
Papá ya me había cachado mis cajetillas vacía y me había dado una buena riña que me hizo recordar sus sermones de cuando era una niña. Sin embargo, pese a a sus molestas reprimendas, no evitó que al día siguiente fuera a comprar otra cajetilla.
El fumar se había vuelto más una forma de vida que un simple placer.
Alejo el cigarro de mi boca y dejo escapar el humo. Siento algo dentro de mí liberarse, una parte de mí simplemente se aleja de toda esa mierda que últimamente ha estado aplastándome no sólo en día sino también en la noche.
Cierro los ojos un momento y me permito el desquebrajarme un poco.
"Dame una buena razón para perdonarte."
"Yo te amo"
"Ya no es suficiente."
Aprieto el agarre al tabaco.
No, Gwren, no vayas por ahí.
Trago duro saliva y le doy una nueva calada al cigarro, sin embargo, sé bien que ni fumándome toda la cajetilla completa voy a poderme salir de aquel hoyo en el que nuevamente me he metido.
Dejo caer el cigarro al suelo y lo apago con el zapato.
— Olvídalo, olvídalo, olvídalo, olvídalo — llevo mis manos a mi cabello y halo de él. Tengo que olvidarlo, simplemente tengo que olvidarlo.
Ojalá fuera más fácil hacerlo que decirlo.
Cierro los ojos con fuerza. No es bueno que piense en eso, no es bueno que piense en él. El tan sólo recordarlo provoca que esa parte que se ha marchitado dentro de mí vuelva a oprimirse hasta el punto de sentir un dolor agudo invadir todo mi pecho.
No.
Me pongo de pie y subo la escalinata del porche de mi casa.
Después de la discusión que tuve con Ángel tomé todas mis cosas y salí huyendo esa misma noche de la casa de los Vancouver. Me fue casi imposible contener el llanto cuando pasé de lado de Ángel y lo ví con los ojos rojos por el llanto.
Pero lo conseguí.
Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo.
A quién engaño, no soy fuerte.
Estoy destrozada.
Aún recuerdo sus manos temblorosas a lado de sus costados, aún veo el cómo trataba de contenerlas y mostrarse fuerte. Aún recuerdo cómo podía notar esa aberración y esa culpabilidad hacía sí mismo.
No me engaño, al principio, una parte de mí se sintió bien, sintió que tenía el control de la situación y que Ángel lo merecía, que merecía sentir al menos una mínima parte del dolor que él me provocó a mí.
Pero las cosas son muy diferentes al verlas y pensarlas.
Creí que iba a ser fuerte al ver a Ángel — una parte de mí sabía que iba a enfrentarlo — y que iba a sacar esa fiera que siempre sale de mí al termino de una relación, pensé que iba a dejarlo caer todo por la borda sin decir siquiera un lo siento.
Pero me equivoqué.
El ver a Ángel no me ayudó en nada, sólo sirvió para abrir aún más esa herida que nadie había intentado cerrar. El que escuchara el cómo lloraba afuera de la habitación de Elena tampoco fue un gran consuelo.
Aprieto los puños a mis costados.
— Deja de pensar el él, deja de pensar en él, deja de...
— ¿Gwren? — la voz de papá me toma desprevenida. Giro sobre mis talones y lo encaro.
Joseph Rowell me mira con una mueca de disgusto en el rostro, dándome a denotar que le molesta el verme despierta, nuevamente, en la madrugada y peor aún, con la cajetilla de cigarros en mi mano.
In fraganti.
Papá suelta un largo suspiro y baja las escalinatas del porche hasta llegar hasta mí. Él me mira un momento, tratando de denotar si esta vez dejaré el abrazarme.
El que haya vuelto, no significaba el que lo había perdonado.
Suelto un suspiro, cansada y me dejo caer en los brazos de mi padre.
Siento sus hombros relajarse.
Algo dentro de mí se deja llevar por el alivio y el amor de mi padre hasta transportarme en nuestra propia burbuja de cristal que me dicta el que todo estará bien. Ya extrañaba tener esa sensación de paz en mi mente, extrañaba sentir una chispa de consuelo en mi pecho.
Me aferro a la espalda de mi padre y escondo mi rostro en su cuello.
Las lágrimas comienzan a amenazar mis ojos nuevamente.
Olvídalo, olvídalo, olvídalo...
— ¿No puedes dormir? — pregunta papá por lo bajo. Asiento en su pecho aun que, a decir verdad, los dos conocemos a la perfección la respuesta. Mi padre suelta un largo suspiro —. ¿Una pesadilla?
Niego en su pecho.
Quisiera mentirle a mi padre y decirle que sólo es una pesadilla más de una adolescente de diecinueve años por haber visto una tétrica película de terror, sin embargo, una parte de mí siente esa desgarradora sensación de querer desahogarse con alguien.
Cierro los ojos con fuerza, ahí es cuando quisiera tener a mi madre conmigo. Quizá y ella pudiese entenderme, quizá y ella podría darme un consejo.
Papá se queda callado un momento.
Él sabe por qué no he podido dormir, él no quiere decirlo en voz alta.
Aún sigue reacio a aceptar que su hija se ha enamorado de su peor enemigo en los negocios.
— No me caía bien y ahora siento que lo odio — el tono tan tajante y aniñado de mi padre me provoca el soltar una pequeña risita. Escucho un murmullo que es lo más cercano a la simpatía y la burla que he oído en un largo tiempo.