Ángel.
Llueve.
Miro por la ventana de mi habitación las gotas caer una tras otra sin frenesí mientras mojan las carreteras y atacan a los peatones que, pese a su paraguas, huyen de manera desmesurada de la lluvia tratando de no mojarse, sin embargo, el aguacero es aún más rápida que ellos. El cielo grisáceo le hace compañía al batallón al igual que la poca luz del sol que se filtra entre las nubes. Desde hace media hora que empezó a llover.
Deslizo mis dedos por la cortina y cubro la ventana con ella. Desde hace mes y medio que Atenas había sufrido una alta precipitación por parte de los huracanes al igual que la época tan invernal — vaya ironía — que representa la presencia tanto de Diciembre como de Enero.
Camino hacia el interior de mi habitación, permitiéndome apreciar un poco la vista de Gwren en mi cama mientras dormita tranquila y se aferra a la almohada que, hace una horas, había sido mi sustento de una buena siesta. Tomo asiento en la esquina del colchón, procurando no despertarla y permitirme un momento de tranquilidad con ella a mi lado.
Desde la fiesta de recaudación de fondos Gwren y yo habíamos hecho las paces y hasta ayer habíamos decidido el tener una pequeña "cita" de lo más normal, sin embargo, las cosas no salieron específicamente como me lo esperaba. Salieron mucho mejor.
Había citado a Gwren en mi casa, Elena había salido con Vince y Sara estaba en el avión a punto de regresar de sus bellas vacaciones con la abuela, así que, bueno, no resultaba mala idea después de todo. Gwren aceptó, estuvo a gusto de que no fuese ni una cena o siquiera un desayuno sino algo espontaneo que había dejado por completo a su consideración.
Había preparado varias cosas, estaba nervioso y lleno de angustia. Si la cita salía fatal, sabía bien que significaría otra ronda de días hasta que Gwren se acostumbrara nuevamente a mi presencia... a mí.
Ella llegó esa tarde vistiendo un bonito bléiser junto a unos pantalones pesqueros y su suéter de cachemir negro. Se veía serena, contenta y sobre todo dispuesta a afrontar nuestros problemas pese a que ello significara el terminar con unos buenos gritos y con mar de lágrimas andantes. No voy a mentir, seré honesto, ese día que Gwren se plantó en mi puerta con esa sonrisilla injuriada fue como quitar un peso de encima, por un lado y por el otro, como si me hubiesen dado buen golpe en el rostro.
Su cabello castaño estaba sujeto con una coleta alta dejando ver a la perfección su rostro el cual, no tenía ningún rastro de maquillaje ni siquiera la más mínima señal de un bálsamo para los labios.
Ambos nos adentramos en la sala la cual la estaba llena de comida y un montón de DVD's, libros, reproductores e inclusive, juegos de mesa. Ella frunció el ceño en mi dirección mientras me miraba con unos ojos vivarachos llenos de ansias por obtener respuesta. Me avergoncé por completo de mi comportamiento tan... extraño, sin embargo, para ella no fue más que un buen chiste.
— ¿Hiciste todo esto por mí? — preguntó mientras tomaba asiento en el sillón de dos asientos que se encontraba frente al televisor. La miré atento un momento y tomé asiento a su lado.
— No tuvimos exactamente un plan clave — sonreí tratando de calmar ese nerviosismo que poco a poco comenzaba a carcomerme. No quería arruinarlo de nuevo —. Tenía que estar preparado, yo....
— Todo está bien con nosotros Ángel — dijo ella con escepticismo pero no le creí. Ella me estudió bajo su escrutinio de penetrantes y seductores ojos marrones y con ello bastó para darle una idea clara de cómo me sentía. Sonrió nuevamente pero esta vez, con la tristeza inundando sus ojos —. No sabes lo difícil que fue para mí el fingir que no te amaba.
Ella me besó.
Sus labios se sentían familiares sobre los míos y pese a ello aún esa sensación desconocida recorría cada fibra de mi ser, aturdiendo cada uno de mis sentidos y comprimiéndome hasta volverme sólo uno junto con Gwren. Ella tomó las solapas de mi camiseta y haló hacía ella mientras deslizaba mis dedos sobre la suave piel de sus mejillas. Un beso se unió con otro, formando una cadena de uno, dos, tres, cuatro, quince, veinte... perdí la cuenta después de un rato.
Mi mente divagó, se unió al capricho del juguete prometido y convirtió a Gwren en el más grande deseo. Sus manos me transportaron a un yugo en donde ella y yo éramos los protagonistas de nuestra propia historia en la cual no había ningún actor secundario. Los besos dijeron lo que no podíamos con palabras desde un "lo siento" hasta una promesa que, desde ese día, me juré el cumplir a pie de la letra cada uno de los días de mi vida.
— ¿Ángel? — su voz dormilona rompe mi transe emocional por completo. Oh, no... otra vez divagando, Vancouver. Miré en su dirección y la encontré tallándose los ojos como lo haría una gatita. Sonreí ante el recuerdo del felino —. ¿Cuánto he dormido?
— En mi sentido de horario al menos unas dieciséis horas — sonrío ante su aturdimiento —. En un horario estipulado al menos unas cinco.
Pone los ojos en blanco ante mi broma y mira el pequeño despertador que pende de mi buró, lo reincorpora en su lugar después de mirar la hora. Son 7.15 apenas y ya siento un cansancio tremendo, anoche apenas y pude dormir ante el recuerdo que... bueno, aún me atormenta tanto de noche como de día. Hace unas semanas engañé a Gwren con mi exnovia en la cama y pese a haber arreglado por completo nuestras diferencias sigo sintiendo ese nudo en la garganta y ese peso en la espalda que no me dejan seguir.
Gwren vuelve a tumbarse boca abajo en mi cama y suelta un pequeño gemido que me indica el que quiere volver a dormir como lo estaba haciendo al menos hace cinco minutos. Coloco la palma de mi mano sobre su espalda baja por encima de las cobijas.
— Cuidado con esa mano, Ángel Vancouver — dice ella con seriedad pero sé a la perfección que es mera broma —. Si te atreves a tocar mi trasero te voy a dar una patada en las bolas.