Ángel [vancouver #1]

Capítulo 58. Recuerda mi promesa

Elena.

— ¿A dónde me llevas, Vince? — pregunto mientras miro por la ventana los edificios rústicos que van pasando como pintura al óleo.

— Dijiste que podía llevarte a donde yo quisiera.

— Bueno, eso no me pone más tranquila.

Escucho como una carcajada sonora impacta contra mis oídos. Le sonrío, divertida.

— No es como si fuera a llevarte a un motel — mis mejillas se sonrojaron al oír su propuesta. En lo muy hondo de mí no suena tan mal pero, obviamente, no es como si fuera a decirlo en voz alta —. ¿O sí?

— Deja de ser un prototipo de chico malo y dime a dónde vamos.

— Ya verás.

Asomo la cabeza por la ventana, el borde de la alta marea me recibe, dándome una grata vista de lo que representa el puerto de Atenas. Varios barcos y lanchas están sobre el mar al igual que un montón de turistas que no hacen más que tomar fotografías desde la bahía de las preciosas luces amarillas que se asoman al frente del mar al igual que el cielo que ha empezado a tornarse rojizo. Por un momento pienso el que Vince se detendrá cerca del estacionamiento con el fin de llevarme al bordillo, sin embargo, él sigue emprendiendo su camino.

Escucho la voz de mujer que suena en la radio, me agrada su tono de soprano. Recargo mi cabeza en el asiento del auto y dejo que Vince siga conduciendo mientras me permito mi propio recorrido turístico, pero no exactamente de la bella Atenas. Los brazos de Vince lucen imponentes mientras sus manos sujetan con fuerza el volante, me atengo de la tensión de sus hombros que le hace lucir aún más su espalda ancha. Su cabello rubio está peinado de manera despreocupada, libre de gel o siquiera de fijador. Muerdo mi labio al percatarme de su boca entreabierta haciéndolo ver aún más sexy de lo que, oh santo cielo, ya es. Recuerdo por un momento ese día en su casa cuando él me tomó por las caderas y me acorraló a la pared, aun siendo ya bastante tiempo de eso, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo de tan sólo recordarlo.

— ¿Disfrutas de la vista? — su pregunta me toma por sorpresa pero no la suficiente como para apagar esa Elena risueña que no hace más que pasar una piruleta por sus labios y rizar su cabello con un dedo.

— Te mentiría si no — ríe con fuerza ante mi comentario —. ¿Te molesta?

— Por supuesto que no — sus ojos me miran con un brillo en ellos —. Siempre y cuando me dejes mirar a mí también.

Mis mejillas se tornan de un color rojizo y mis piernas comienzan a temblar. Oh dios, él ha insinuado... aparto la mirada, apenada y al hacerlo, descubro un barrio más que conocido para mí. Ya sé exactamente a dónde planea llevarme o al menos, tengo cierta idea.

— ¿Vas a llevarme al gimnasio? — pregunto con una voz ofendida más que falsa —. Creí que tenía buen físico.

— Te mentiría si no — entrecierro los ojos ante su comentario.

— ¿Y tú cómo puedes afirmar eso?

— Me he permitido mirar.

Trato de no reírme pero me es imposible. Vince se une a mi carcajada inminente hasta que, en pocos segundos, el auto es un transporte de risotadas, andante. Vince estaciona frente al gimnasio del que Rixon me echó, lo miro por un momento, debe de ser una broma para una cita. 

— Le dije a Gwren que me hablara un poco de ti — sonríe. Voy a matar a mi mejor amiga sí habló demás —. Me dijo que practicas boxeo.

— Lo hacía — sonrío tímida —. Rixon me echó por mi poca persistencia en ello.

— Supe de eso — se encoje de hombro y sale del carro, le sigo hasta que llegamos a la cajuela —. Hablé con él y ya sabes... nos conseguí una cita en el gimnasio.

— No servirías de rompecorazones.

Vince abre la cajuela, dejando por un momento sus manos sobre el borde de ésta. Miro sus brazos cincelados, tratando de no babear ante sus inminentes músculos que no hacen más que tentarme a aferrarme a su torso y dejarme rodear por sus brazos. Miro su camiseta de botones lo suficientemente holgada para levantarse un poquito y permitirme ver parte de la piel de su vientre. Alejo mí vista de él cuando baja la mirada hacia mí, miro el interior de la cajuela y me quedo estática.

— ¿Qué es esto? — sujeto los guantes de boxeo rosados que he cogido del interior de la cajuela.

— Me permití el ser un poco original y olvidarnos de la cena romántica o las películas cursis — se encoje de hombros y saca la maleta de deporte al igual que el otro par de guantes rojos —. ¿Por qué no una cita en el gimnasio?

— Claro, mientras estás todo sudoroso y no hace más que producir testosterona.

— El sueño de toda chica — me guiña un ojo —. Te voy a permitir el verme mientras me cambio si quieres o meternos los dos en la ducha.

Golpeo su hombro con fuerza, él ríe mientras corre hacía la puerta de la entrada al gimnasio, le sigo sonriente pese a que los tacones no estén haciendo más que matar mis pies con cada paso que doy.

El interior de la palestra sigue igual a como lo dejé en Diciembre: el cuadrilátero está en el centro en donde se encuentra Rixon instruyendo a un par de jóvenes bien equipados que no hacen más que ponerse en guardia mientras se miran fijamente. Estudio el perímetro, encontrándome con la barra, la entrada a las duchas, varios costales de box al igual que la zona de pesas. Vince me toma de la cintura y me encamina hacia el cuadrilátero en donde, Rixon al verme, detiene la pelea y baja de un salto por las cuerdas.

— Vancouver — me sonríe después de quitarse el casco de protección, le estrecho la mano —. ¿Vienes a practicar?

— Vengo a una cita — frunce el ceño, confundido —. Pregúntale a él, a mí ni me mires.

— Samuels, vaya sorpresa — ambos se dan un abrazo, me sorprendo un poco al ver la familiaridad entre ellos —. Este hombre viene tres veces a la semana a practicar y a las pesas, deberías aprender de él, Vancouver.

Anoto eso en mi recordatorio interno, tenía razón, va al gimnasio tres veces a la semana. Perfecto.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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