Angela, mi primer amor

Capítulo 6

—Mira lo que conseguí —canturreo Mateo apareciendo del otro lado de la puerta de mi departamento con una sonrisa de oreja a oreja y un libro.

Me obligué a sonreír.

—¿Qué haces aquí?

Encogió los hombros.

—No respondes mis llamadas.

Suspiré apartandome para dejarlo pasar.

—Si es que no me siento bien estos días.

—Ya veo —exclamó y la cerrar me volteé a ver el desastre que era el pequeño espacio que tenía. La ropa en el suelo, las cajas de cartón de pizza apiladas en la esquina, el olor a comida podría y las moscas que salían del fregadero dónde había algo que seguramente se echó a perder.

Me apresuré a ordenar el suelo.

—Lo siento.

—Tranquila Tina, lo entiendo —dijo él arremangado la chaqueta y caminando hacia la cocina—. Limpiaremos en unos minutos.

Y antes de que pueda protestar comenzó a limpiar todo con jabón y agua, cantando quién sabe qué sin dejar ir esa sonrisa amable que tenía siempre.

Suspiré con culpa y terminé de recoger metiendo todo dentro del armario que Bautista me regaló. Junte las cajas de pizza, las metí en una bolsa con algunos desechos de la heladera que Mateo también tiró, barrí y me dispuse a sacar la bolsa mientras él seguía ordenando. Había que poner la cortina también, pensé mientras bajaba las escaleras, hace una semana se había caído y seguía en el suelo. Podría pedirle el martillo a la vecina, siempre la oía colgando cosas, seguro que… Me detuve al ver el auto blanco afuera del edificio y a su dueño a pocos pasos, a punto de tocar el timbre.

—¿Qué haces aquí? —pregunté cuando pude salir de mi asombro. No planeaba volver a verlo por la sensación que generaba en mí, por el escozor en mi estómago y las ganas de abrazarlo y llorar aunque sabía que no iba a poder hacerlo.

—Hola —dijo dando un paso cerca y sus ojos se iluminaron cuando me vio tragar saliva—. Te extraño.

Me aleje.

—No puedo…

—Tina, necesito saber que pasó. —Insistió con voz suave y tuve que alejarme otro paso—, ¿Qué hice mal?

Mire al suelo.

—Nada, solo… no sé. Quizás fueron las peleas.

—¿Peleas?

—Si, peleas —dije y lo miré pensando que iba a poder enfrentarlo, pero él siguió mirándome sin comprender—. Porque tú siempre tenías algo que decir.

—Espera, esas no fueron peleas, fueron discusiones.

—Es lo mismo.

—No, amor —volvió a decir con tono suave y el nudo de mi estómago se apretó —, quedamos en que nos diríamos todo para que funcione, discutir no es pelear. Tú me decías que te molestaba y yo…

Me aparte porqué él había comenzado a acercarse. El corazón me latía con fuerza. Él estaba ahí cuando yo le dije que no quería volver a verlo ni a saber nada, después de que lo bloqueé y lo eliminé, después de todo eso él seguía ahí.

—No puedo hablar de eso ahora.

—Volvamos a intentarlo —pidió y por un momento nos vi haciendo todo de nuevo, prometiéndole cosas que sé que no le podré cumplir, soportando ver cómo carga conmigo y a la vez se harta de mí por no ser como él—. Lo haré mejor, lo prometo.

El estómago se me retorció, iba a vomitar pero me lo tragué y lo enfrente recibiendo lo que esperaba, la mirada cargada de pena y lástima que recibía de todos.

—¿Es que no lo entiendes? Mereces más, Bauti, te estoy haciendo un favor.

Sus ojos se volvieron vidriosos y apretó los dientes.

—¿Me hace un favor al dejarme por mensaje?—bufó y luego se recompuso tomándome por fin de las manos—. No, escucha, lo siento, debí ponerte como prioridad, dame otra oportunidad, juro que…

—No. —Me aparte.

—Pero…

—No, no tienes que ponerme como prioridad, yo no estoy bien y no puedes cargar conmigo por eso.

Soltó una mueca y todo su rostro cambió.

—¿Hay otro?

—No.

—No te creo.

—Nunca te mentí.

—¿Entonces por qué? —preguntó y su voz me rompió por dentro—. ¿Por qué no me quieres?

Negué, no tenía explicación para eso y me dolía más a mí que a él.

—No lo sé, solo ya no te quiero. Hay algo en mí que está mal y cuando discutíamos, cuando me dijiste que no podías… solo no pude quererte más. Vete, necesito estar a sola y descansar un poco.

Lo había explicado de una manera sencilla pero cruel, quería que se fuera, que me abandonara, que dejara de intentar porque sabía que ese interruptor que había bajado ya no volvería a subir.

El me miró durante un minuto en silencio, parecía enfadado, quería decirme algo, pero terminó por dejar caer los hombros con resignación y agachar la cabeza. Supongo que intentando entender algo que ni siquiera yo entendía. Darle forma o sentimiento a lo que me pasaba era algo que nadie podía hacer y a veces rompía las cosas hermosas que yo podía tener con alguien. Como esto, como Ángela, como las personas después de ella que intenté amar y no lo logré.

Decidí ser yo quien rompiera con el contacto y me volteé para tirar la basura en el contenedor. Las náuseas hacían que quiera doblarme en dos por tanto dolor, y el no dejaba de tragar saliva empujando ese sentimiento hacia el fondo, para que desaparezca, para que termine por llevarse la culpa por lo que le estaba causando.

Camine hacia las puerta con la cabeza baja, intentando desaparecer y buscar un excusa para estar sola. Pero ya no podía, en mi cabeza se repetía una y otra vez su mirada cargada de dolor, de enojo, la desconfianza porque no encontraba nombre para lo que hice.

—Te das cuenta de lo que haces, ¿no? —dijo un momento antes de que yo entre.

Lo miré.

—¿Qué?

Respiró profundo. Iba a mandarme a la mierda. Me lo merecía, acaba de romperle el corazón sin explicaciones. Me sostuve el estómago con ganas de romper a llorar y lo miré expectante, pero él no me insulto.

—Nada, me voy. Cuídate. —Se subió al auto con movimientos tensos, encendió el motor y arrancó, perdiéndose al final de la calle.



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En el texto hay: romance, secretos, lgtb

Editado: 18.08.2023

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