Angela, mi primer amor

Capitulo 17

Cuando el celular comenzó a sonar con insistencia lo tomé y salí del departamento tan rápido como pude. Ya estaba incómoda, hace hora y medía que lo estaba. Al terminar recostados en el sillón caí en cuenta que el vecino de Mateo gemía demasiado y respiraba como asno, me fastidiaba y el sudor de su cuello enrojecido y sus brazos rodeándome mientras seguía besándome me hizo dar cuenta que había cometido un error. De nuevo.

—Hola —saludé a Mateo cuando lo divisé frente a su puerta con el celular en la oreja.

Sus ojos se abrieron con asombro y palideció, ¿Se notaba que tuve sexo o era demasiado obvia? ¿Por qué todos mis errores eran tan obvios?

—¿Qué hacías ahí? —preguntó señalando con el dedo vacilante hacia la puerta abierta de su vecino.

Solté una mueca.

—Me quedé allí esperando que vuelvas.

—¿Cuándo? —Balbuceó y yo me acerqué a él atándome el cabello por el calor que comenzaba a sentir. Quería huir tan rápido como fuera posible, fue un error ir, quedarme, dejar que ese desconocido me tocara. Dios, necesitaba un baño.

Sacudí la mano con desdén y me detuve a su lado.

—Vine temprano. ¿Entramos?

—¡Oye tina! —El vecino se asomó por la puerta con el pecho desnudo y el cuello todavía enrojecido. Me sonrió con los ojos brillantes y apoyó la cima de la cabeza en el marco de la puerta—. ¿Cuándo vuelves? Oh, hola Mateo.

Me cubrí el rostro con las manos.

—¿Volver a qué? —preguntó mi amigo a mi lado y yo lo miré.

—Marcus, escucha, ¿vamos a hablar?

Él parpadeó pasando su mirada de el vecino a mí y volvió a balbucear.

—¿De q-qué vamos a hablar?

Me reí porqué no sabía qué otra cosa hacer. No era la primera vez que él sabía de mis aventuras espontáneas pero eso no hacía que fuera menos difícil contarlos, menos aún si cada vez que lo vaya a visitar tenga que verle la cara.

—Pasaron cosas…

—¿Cosas? Co… No importa. —Sacudió la cabeza frunciendo la nariz con molestia, observó al vecino aún esperando respuesta y suspiró metiendo la llave en la cerradura. Empujo la puerta—. Ven, entra.

Prácticamente me lancé dentro cuando estuvo libre el espacio, ya estaba harta de sentirme incómoda pero no podía solo irme. No era una buena excusa y yo estaba ahí por Mateo, tenía que esperarlo o se vería extraño, ¿no? Fue realmente un alivio entrar al resguardo del pequeño departamento y ocultarme en su sillón que no olía a sudor y pedos.

Exhalé aliviada terminado de acomodarme el cabello y miré a mi amigo dejar su campera y mochila junto a la puerta. Se veía extraño, tenso, por lo que no pensé en preguntarle sobre su trabajo para no molestar. Me levanté y caminé a la cocina para preparar algo de café.

—¿A que no sabes qué sucedió con Ivana y con Ángela? —comenté buscando entre las alacenas algo para comer, él siempre tenía galletas aptas para mí. Saqué dos tazas, las deje a un lado y coloque el café en la cafetera eléctrica.

—No, no sé —dijo y al voltearme lo vi parado en medio del salón, a pocos pasos de la isla que dividía la cocina.

—¿Qué sucede?

Volvió a arrugar la nariz y sacudió la cabeza.

—No, nada, cuéntame qué sucedió.

Presioné el botón de la cafetera y le conté todo sobre la cita con Ivana en el restaurante del idiota del hermano de Ángela. La comida, la médica que no se separaba del asiento junto a Ángela, la incomodidad, el alcohol que corría por sus manos cada vez que me lanzaba una mirada y luego la manera en que me alejo en el baño. Fue grosera y fría, me hizo sentir mal y al comentarlo miré a Mateo para ver su reacción.

No vi nada, tenía la mirada perdida.

Serví las dos tazas de café y me volteé por azúcar continuando. Fue más resumido, obvie algunas partes y pensé en lo tonta que fui cuando la ayudé a llegar a su departamento y sentarme en la cama, pero también fallé al reírme cuando le conté que tocó el timbre de su vecino y corrió. Sonaba como si lo hubiera pasado bien, como si ella me gustase y la verdad era que me arrepentía de haber pasado la noche juntas porque sabía la herida que podría abrir en mí y en ella.

Tragué el amargo del café y respiré profundo intentando no perder la paciencia por su silencio. Él sostenía la taza con ambas manos, mirando un punto fijo en la mesa con los labios apretados, parecía perdido hasta que tomó su celular, tecleó algo y bloqueó.

Volví a buscar algo para comer, tenía el estómago hecho un manojo de nervios y arrepentimiento, pero de nuevo no encontré nada para mí y opté por un paquete de algunas galletas de chocolate.

—¿Crees que Ángela te odia? —preguntó de repente, cortando el silenció incómodo.

Solté una mueca y mordí una galleta.

—Si, al menos eso dijo.

—Si, pero ¿por qué? —Clavó sus ojos en mí.

Mastiqué confundida.

—¿A qué te refieres?

—Tina quiero saber —dijo y apartó la taza para apoyar los codos en la mesa y cuadrar los hombros—, ¿Por qué te odia?

Sacudí la cabeza, tragué y bebí café.

—No lo sé.

—Si lo sabes —cortó y ya no pude mirarlo a los ojos, había algo en su mirada que era frío—. Tu la engañaste.

Sentí náuseas y tragué la sensación al instante.

—No fue así, no…

—¿Con quién fue? —Insistió y para mí fue como volver a estar parada frente a ella mirándome con los ojos acusadores, llenos de dolor, de lágrimas.

—¿Q-qué quieres decir?

Mateo se inclinó hacia adelante para que lo mire.

—¿Quién fue la persona con la que engañaste a Ángela?

Volví a tragar mis náuseas y me levanté del asiento para respirar mejor. No, ella no podía arruinarme también esa amistad, ella no tenía ese poder, pero al mirar a Mateo encontré la misma acusación, esa cruz que me ponían encima como si yo hubiese matado a alguien, como si los hubiera traicionado.

Me aleje cuanto pude de él y comencé a pensar en lo que me decía, lo que significaba.



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En el texto hay: romance, secretos, lgtb

Editado: 18.08.2023

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