๑۩.Ángeles Caídos.۩๑

ஜ۩۞ஜ El ángel caído y la traidora ஜ۞۩ஜ

Acto I-Parte 1.

Lilith

Me deslizo con una lentitud exasperante entre las nubes esponjosas del cielo, sintiendo en cada paso la cautela y el temor de caer. Un simple resbalón sería suficiente para dejarme varada en la nada, sin nadie que acuda en mi rescate, y terminaría siendo la protagonista de la lista  "Diez personas más estúpidas de...". Bueno, eso no importa. Miguel siempre me da sermones sobre lo peligroso que es caminar por allí en mi situación. Siempre me acompaña a todas partes cuando salgo del "salón celestial", que, a pesar de su nombre, no es más que una estúpida celda disfrazada de habitación.

Ah, Miguel, siempre tan atento a mi bienestar. Aunque hoy esté ocupado, me deja sin su compañía celestial y, lo que es peor, sin mi ración de comida. Es evidente que todos me odian, aunque Miguel diga lo contrario. Está claro que todos aquí me tratan como si me hubieran lanzado a las aguas negras. Él es el único que se preocupa por mí o tal vez solo se siente culpable por haberme maldecido.

La verdad no me preocupa que salga lastimado en su misión de captura. Vamos, el muchacho está como quiere. Fue lo último que vi antes de quedar ciega y, oye, no me quejo. Al parecer, hay un demonio que se ha escurrido en el jardín del Edén. Una estrategia sin sentido, si me lo preguntas, pero ¿quién soy yo para juzgar? Sin embargo, mi cautelosa estrategia se ve interrumpida por un empujón violento que me hace morder el polvo celestial.

El silencio se apodera del momento, y mi rapidez para ponerme en pie se debe en parte a mi ansia por escuchar la aguda voz de Micaela, reconocible en cualquier lugar.

—Este es mi territorio —afirma después de un breve silencio, mordiendo mi labio inferior—. Te he advertido varias veces, no quiero a una traidora rondando por aquí. Sería recomendable que te hicieras amiga de tu celda.

Ruedo los ojos, su tono no me agrada. Respiro profundamente, necesito mantener la calma. Le respondo con una sonrisa, inclinando la cabeza en un gesto de reverencia que refleja respeto, aunque en realidad estoy rezando para que un agujero negro se abra en el cielo y la succionen.

—Sé que no le agrado, pero le repito que no soy una traidora. Tengo derecho a moverme libremente por las zonas menos concurridas. Debería anotarlo en su diario celestial.

Aunque sus gestos no son visibles para mí, capto el tintineo de su risa, un sonido que me eriza la piel.

—Hablas en serio. Tu apariencia es el vivo reflejo de la impureza —jala bruscamente mi cabello rosado, obligándome a levantar la cabeza—. Tus ojos han perdido todo rastro de luz.

Sus dedos presionan mi rostro, y a pesar de mis intentos por ser paciente, he llegado al límite de mi zen celestial. Decido que ha llegado el momento de añadir un toque cómico al drama celestial y, como acto de desesperación, muerdo su mano con todas mis fuerzas, como si fuera el ganchito que estuve guardando durante horas.

—¡Loca de mierda! ¡Suéltame! —su grito coral poco celestial se une al puñetazo que me regala en la cara. No me importa el golpe, ya que he logrado arrancarle un pequeño souvenir carnoso en retribución. Sé que Miguel se enfadará conmigo por este acto de imprudencia, pero tengo una excusa perfecta: hacerme la víctima.

Escupo su asquerosa piel, esperando que el golpe que recibí valga la pena y me deje un moretón. Mi tez es pálida, pero al menos quedará una marca rosa en mi mejilla, y ese pensamiento me arranca una sonrisa.

Con esto, tengo más que suficiente por hoy. Voy a quejarme de cómo los ángeles me dejaron sin comer y de los maltratos que recibí. Merezco una recompensa por eso. Me preparo para huir lejos de Micaela, por razones obvias. Estoy en desventaja: ella es un ángel, mientras que yo soy una mortal odiada por la raza angelical. Además, no soy buena peleando y no puedo ver. No necesito más razones para salir corriendo como una cobarde. Si me quedo allí, me convertiré en un saco de boxeo, algo que no está en mis planes de vida.

Corro con la esperanza de que Micaela me deje en paz, pero soy consciente de que mi esperanza tiene tanto fundamento como un cerdo volando. Ella no me dejará marchar con tanta facilidad, sin ponerme obstáculos.

De repente, una fuerza golpea mis costillas, haciéndome volar. Aunque en otro momento, esto habría sido una oportunidad magnífica para castigar a esa mujer por usar su poder divino en contra de un humano, esta vez es diferente porque no siento el suelo.

Caigo a toda velocidad, escuchando un grito que ya no me importa. Cierro los ojos, abrazando el aire celestial mientras espero el impacto, cubriendo mi cabeza con mis brazos. Tal vez, solo tal vez, Miguel vendrá por mí.

El golpe llega rápido, y el dolor se despliega desde mi columna vertebral hasta cada rincón de mi cuerpo. Suelto un grito desgarrador, seguido de sollozos y suspiros que comparten el mismo aire agotado. Pasan varios minutos antes de que logre pensar con calma y hacer un inventario de mis extremidades.

Extiendo mis manos en busca de información táctil sobre mi entorno celestial. Al tacto, el césped se convierte en mi lienzo de referencia, pero lo más importante, encuentro el tronco de un árbol

que se convierte en mi punto de apoyo. Mi respiración se agita incluso con el movimiento más mínimo, como si mis pulmones hubieran decidido hacer una maratón celestial, lo cual resulta molesto.

Debo admitir que aunque estaría mejor acostada en mi cama atiborrándome de comida, mi situación actual podría estar peor. A pesar del dolor, aún puedo moverme. Agradezco que Miguel, además de maldecirme con ceguera celestial, me haya bendecido con una resistencia sobrehumana.



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En el texto hay: humanos, angelesydemonios, romance

Editado: 14.01.2024

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