ÁNGELES.
El reloj en la pared marcaba ya las cuatro de la tarde. Estaba totalmente aburrida en casa, así que decidí ir a dar una vuelta por la ciudad.
Caminé por las calles de Seattle mientras observaba todo a mi alrededor. Las calles estaban algo vacías y el aire pagaba en mi cara.
Finalmente opté por entrar a la cafetería que tenía enfrente de mí, después de todo no tenía nada mejor que hacer. Estaba apunto de entrar cuando vi que un chico se acercaba hacia mí corriendo.
—Escóndete —me dijo el chico.
Sin saber por qué, lo obedecí y me escondí detrás de un contenedor de basura. Asomé un poco mi cabeza para ver que era lo que estaba sucediendo. Vi a uno....dos...tres hombres peleando contra aquel chico. Los tres hombres tenían una mala apariencia y estaban armados, mientras el pobre chico sólo contaba con una espada.
Después de varios minutos de golpes que preferí no ver, el chico acabó con los tres hombres. ¿Los había matado?
Salí de mi escondite con miedo y pude verlo detalladamente. Era guapo. Sus ojos eran grises y su cabello castaño caía levemente por su rostro. Se podía ver a pesar de que llevaba la capucha de su chaqueta negra puesta.
—¿Quién eres? —dije aún con miedo, pues no sabía si era un asesino o si lo que había hecho era en defensa propia.
—¿Qué? Espera, ¿puedes verme?
Lo miré totalmente confundida, ¿este tipo se cree invisible o qué?
—¡¿PUEDES VERME?! —repitió al ver que no le contesté.
—Amigo, deja las drogas. —fue lo único que logré decir.
—Maldición, ¿qué hice mal? —se dijo a él mismo apoyado en la pared de la cafetería.
—¿Qué sucede?
—Me....me despidieron de mi empleo. —dijo como si se lo acabara de inventar.
—¿Y cuál era tu empleo? —dije siguiéndole el juego. Este tipo tenía problemas mentales.
—No te lo diré.
—Bien, entonces me iré. —dije dándome la vuelta.
—Protegerte, ese era mi trabajo.
Volteé hacia él, su rostro permanecía serio, no parecía estar bromeando, lo cual me preocupó aún más.
—¿Protegerme? ¿Quién eres?
—Si te lo digo creerás que estoy loco.
«Oh, descuida eso lo creo desde la primera palabra que dijiste ».
—Sólo dilo.
—¿Podemos ir a otro lugar? Prometo contestar a todas tus preguntas y explicarte todo, pero por favor vayamos a otro lugar.
—Ni siquiera te conozco. —dije.
—Por favor, Cassia.
Al escucharlo decir mi nombre pasaron por mi mente millones de preguntas, pero sabía que sólo las respondería si íbamos a otro lugar.
No tuve otra alternativa más que acceder.