—Debes cuidarla, corre peligro en Dines. —dijo el hombre que peleaba con Brook antes de marcharse.
—¿Por qué viniste? —me preguntó Brook un poco molesto.
—Necesitaba saber qué era lo que te estaban haciendo. —respondí con un tono de inocencia, a lo que Brook me abrazó.
Después de reclamarle a Brook diciéndole que no tenía buena comida, él consiguió de no sé donde una pizza, así que volvimos a casa y al terminar de comer conversamos un poco.
—¿Sabes cual es la razón principal por la que un humano no puede ver a su ángel? —preguntó él.
—No...
—Precisamente por lo que nos está pasando a nosotros. Los humanos sentirían tanto cariño por sus ángeles que al momento que éstos no estén con ellos se sentirían realmente tristes, y eso es justo lo que intentamos evitar.
—¿A qué te refieres cuando dices "cuando no estén con ellos"? —pregunté haciendo comillas con los dedos.
—Ya sabes, nosotros tenemos que pelear y no podremos estar siempre. Cambiemos de tema, ¿quieres salir a caminar?
—Claro.
Brook y yo caminábamos por las calles de Dines tomados de la mano. Podía sentir las miradas de todos los ángeles posadas en nosotros. Brook tenía una orgullosa sonrisa en su rostro.
Finalmente llegamos a una cafetería. Brook buscaba una mesa en donde sentarnos mientras yo iba a pedir lo que tomaríamos.
—Hola, ¿qué vas a llevar? —dijo el joven que atendía.
—Dame dos capuchinos.
El chico me observó durante unos segundos, podía sentir sus ojos verdes clavados en mi rostro. Comencé a sentirme incomoda.
—¿Ocurre algo? —pregunté.
—¿Eres humana?
—¿Cómo lo sabes?
—La respiración de los ángeles no es tan acelerada como la de los humanos. No te preocupes, yo también lo soy. Soy humano.
Eso explicaba porque Brook me había pedido aquella vez en la biblioteca que aguantara la respiración. La respiración de los ángeles no es igual a la de los humanos. Por otra parte, me sorprendía demasiado que hubiera otro humano en Dines y no tuviera que huir de Charlotte.
—Me llamo Christian.
—Y yo Cassia. —dije estrechando su mano.
—¿Todo bien? —preguntó Brook acercándose a nosotros.
—¿Él.....lo sabe? —preguntó Christian apuntando hacia Brook.
—Él es quien me cuida.
—Oh, debí suponerlo, bueno aquí están los dos capuchinos. —dijo Chris entregándolos.
Brook fue a sentarse y yo me percaté de que en una de las servilletas que me había entregado Chris con los capuchinos venía un número telefónico.
—Llámame cuando necesites algo. —dijo y yo sólo asentí confundida.
Llegué a la mesa en donde estaba Brook, le di su capuchino y me senté para tomar el mío.
— No lo necesitas.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Su teléfono, no lo necesitas.