—Toc, toc
—¿Quien es?
—No te va a gustar la repuesta
Me quedé en cama realizando las tareas hasta que empecé a sentir hambre. Eran casi las nueve de la noche, y el cielo estaba algo nublado y oscuro.
No quería tomar aún las pastillas para dormir, quería quedarme despierta y estudiar matemática ya que mis notas estaban demasiado bajas y mi tutor no estaba ayudándome demasiado.
Estaba cortando el pan cuando escuché la puerta abrirse, no me preocupé ni me volví hacia la sala. Mamá solía llegar a estas horas.
Sin embargo, no la escuché subir las escaleras, ni siquiera venir hacia mi.
—¿Qué...?
Grité al sentir algo detrás de mi, me di la vuelta y Keim cubrió mi boca con su mano derecha, arrinconandome en el refrigerador y pegándose a mi para no dejarme escapar.
Mi corazón se aceleró, pero no podía moverme.
Él llevó su mano libre a su boca para indicarme que guardara silencio.
¿Cómo había obtenido la llave de la casa? ¿Cómo sabia donde vivía?
Cuando finalmente me soltó, se alejó apenas unos centímetros de mi, dejandome sentir aún su respiración cerca de la mía, y sus ojos fijos en mi.
—¿Qué haces aquí? —murmuré, intentando no parecer asustada y apretando el cuchillo en mi mano, ocultándolo en mi espalda.
—Sólo paseaba —dijo, alzando su mano y acariciando suavemente mi muñeca, subiendo el suéter y descubriendo mis cicatrices—. Vi tu casa y decidí visitarte.
—¿Cómo entraste?
—Tu madre siempre deja la llave debajo del jarrón de flores. Un cliché bastante sutil, por eso lo supe.
—No tienes derecho a estar aquí.
—Tengo derecho a entrar donde quiera —miró hacia la cocina—. ¿Ibas a comer? ¿No crees que es muy tarde para estar despierta?
Miré hacia la puerta. La había cerrado, seguramente con llave. Keim seguía tan pegado a mi que no podía escapar, casi no podía respirar.
—¿Estás buscando por donde huir? —dijo en tono burlón—. No es como que fuera a matarte, Elly
—Vete —mi voz tembló.
—¿Por qué?
Me estaba asfixiando por el pánico. Mi respiración se volvía pesada y entrecortada. No podía mirarlo a la cara.
—Porque no quiero que estés aquí.
Keim levantó mi mentón con sus dedos, haciéndome mirarlo. Él sonrió, acariciando mi cuello y mi garganta.
—Que miedosa —me soltó y se alejó, alzando sus manos—. En cuanto a ese cuchillo, ten cuidado donde lo clavas.
Bajé la mano que ocultaba a mi espalda con el cuchillo y di un paso hacia la isla de la cocina, rodeando a Keim para alejarme de él.
Él me sonreía, siguiéndome con la mirada y sin hacer ningún movimiento. Salí de la cocina y caminé hacia atrás sin dejar de mirarlo.
—Dame la llave y vete —le exigí, alargando mi mano hacia él.
—¿Por qué haría eso? —bajó sus manos y dió un paso seguro hacia mi, alargué el cuchillo hacia él, yendo atrás— Estamos tu y yo solos, podría hacerte lo que quiera y nadie se enteraría nunca. No tenemos que pasar por todo esto —dijo, frunciendo el ceño y señalando al cuchillo, no sé si estaba molesto o desesperado—, podemos ser amigos si quieres. Solo tienes que dejarte querer un poco, tu también lo quieres después de todo.
—No quiero tener nada que ver contigo.
Suspiró con fastidio.
Mi espalda chocó con la mesa.
—Podríamos tener una cita ahora, olvidaré todo y te invitare de nuevo. Esto podría funcionar, somos más parecidos de lo que piensas.
Ya no podía retroceder, no podía moverme de donde estaba, y él se acercó hasta quedar a sólo unos centímetros del cuchillo.
—No hagas esto más difícil.
—¿Por qué me haces esto? —estaba temblando, y sentía un nudo en mi garganta, casi estaba llorando de pánico.
En realidad, era difícil describir lo que me sucedía. Estaba asustada, y él estaba tan tranquilo, sin temer al cuchillo en mi mano, que era aún más terrorífico. Pero era, de cierto modo, una sensación gratificante. Oía lo que me decía, y quería oír más de eso.
—Porque me gustas —respondió—, porque cada vez que te miro siento que debo tenerte. Me cansé de verte de lejos, de tenerte cerca y no poder tocarte. Por eso lo hago. Quería tocarte y ahora puedo hacerlo, quería que fueras mía y ahora puedo hacerlo —y añadió, en un tono que me hizo tener escalofríos—. Quería volverte loca y lo estoy logrando. ¿No crees que soy genial?
—Por favor, aléjate —me deslicé al otro lado de la mesa, temblando, y él me siguió.
Me sentí febril, y no hice nada cuando me quitó el cuchillo de la mano y lo dejó caer a suelo.
Bajé la cabeza para no mirarlo a los ojos, él era mucho más alto que yo. Con su mano izquierda me levantó el rostro y lo miré a los ojos.
Editado: 10.10.2020