La misteriosa sombra se acercó peligrosamente a Javier, pero antes de que pudiera tocarlo, Angélica se interpuso en su camino. A pesar de que tenía miedo, se armó de valor y dijo con firmeza.
—¡No te atrevas a tocarlo!
Al escuchar esto, Javier volteó para ver a quién se dirigía Angélica y, al no encontrar nada sospechoso, preguntó confundido:
—¿A quién le hablas?
En tanto, el profesor Agustín, desesperado por la desobediencia de su alumno, exclamó aún más irritado.
—¡Joven Pacheco! ¿Qué espera para salir de mi clase? ¡No me haga repetirlo!
La voz estridente del maestro hizo temblar a la sombra y, al instante, se desvaneció. Esto asombró bastante a Angélica, que dirigió su vista hacia el hombre severo y murmuró:
—¿Qué extraño? Juraría que la voz de ese hombre es capaz de expulsar a esa sombra.
—¿Sombra? ¿De qué estás hablando? —cuestionó Javier, que no podía ver al ente.
Esto hizo que la joven recordara que “su protegido” estaba en problemas e inmediatamente señaló:
—¿Eh? ¡No es nada! Mejor enfoquémonos en librarte de ese profesor fastidioso.
Tras decir esto, corrió para acercarse al oído del maestro. Javier intentó detenerla, pero se contuvo al ver que el profesor parecía estar hipnotizado.
—¿Qué mierda estás haciendo? —murmuró contrariado.
Al mismo tiempo, Angélica le susurraba al oído del maestro.
—Olvide lo que acaba de pasar y permita que Javier tome su clase.
Aunque no estaba segura de que tenía esa habilidad, Angélica cruzó los dedos para que la “hipnosis” funcionara. Para su fortuna, el hombre reaccionó de acuerdo a dicha orden.
—¡Ah! En vista de que perdemos tiempo en una discusión infértil, será mejor que siga con la clase —dijo en un tono resignado, para después dirigir una mirada fría a Javier—. Joven Pacheco, si quiere quedarse o no, es su decisión, no estoy de humor para lidiar con gente como usted —recalcó con resentimiento, mientras terminaba de dejar las cosas en el escritorio y tomaba asiento.
Todos en el salón quedaron atónitos al ver que el profesor se había rendido con la persistencia del atrevido Javier. Después comenzaron a murmurar en contra de este por siempre zafarse de un castigo. Las habladurías irritaron al profesor, dejó a un lado lo que estaba haciendo en el pizarrón, para reprenderlos.
—¡Basta de parlotear! Saquen sus libros y resuelvan los ejercicios de la página 45.
La voz imponente de ese hombre causó escalofríos entre los alumnos, que obedecieron de inmediato. En tanto, Javier tomó asiento para aprovechar la oportunidad que Angélica le había conseguido, mientras le preguntaba mentalmente: «¿Le lavaste el cerebro o qué?
Ella se acercó y respondió divertida.
—¡¿No es genial?! ¡Ya tengo otro poder y es el mejor de todos!
Esto no agradó a Javier, que añadió: «¡Ugh! Por favor, nunca uses ese poder en mí».
La joven esbozó una sonrisa perversa y añadió.
—Je, je, ni siquiera te vas a dar cuenta cuando lo use en ti, ¡ya lo verás!
«¡Arg! ¡Deja de provocarme y guarda silencio de una vez! ¡No quiero meter la pata otra vez por tu culpa!», pidió Javier, ansioso de que el profesor volviera a reprenderlo por estar distraído.
Angélica estaba a punto de objetar, cuando fue interrumpida por Virginia.
—Javier, ¿te sucede algo malo? ¿Por qué hoy estás actuando tan extraño? —preguntó ella, en voz baja.
Esto puso en jaque a Javier, que apretó los puños de nerviosismo y luego respondió con una falsa despreocupación.
—¿De qué hablas? No me pasa nada.
—¿Seguro? Y a quién le hablabas, si no era al profesor.
—¿Por qué estás tan pendiente de lo que hago o digo? —reviró Javier.
Tal comentario ofendió a Virginia, que resopló de malestar y recalcó.
—¡Uf! No vuelvo a preocuparme por ti.
Luego de decir esto, volvió su vista al libro para continuar resolviendo los ejercicios. En tanto, Javier se congeló con esta última frase y su mente voló:
«¿Qué acabo de escuchar? Ella… ella… ¿Ella dijo que se preocupa por mí?».
En tanto, Angélica le dio un sape en la cabeza a su “protegido” y dijo con autoridad.
—¡Joven Pacheco! ¿Acaso quiere impresionar a esa chica actuando como un idiota?
A pesar de que Angélica era “invisible”, sí podía infligir daño, así que en el momento en que tocó a Javier, este fue impulsado hacia adelante, empujando al compañero que tenía en frente. Como era de esperar, el muchacho reaccionó iracundo.
—¡Oye, idiota! ¿Estás loco o qué?
El reclamo atrajo de nuevo la atención del maestro, que sin esperar a confirmar si Javier era el responsable, azotó la mano contra la mesa y gritó.
—¿Otra vez, Pacheco?
Tal situación dejó a Javier como cordero en el matadero, ya que no tenía argumentos para defenderse. En tanto, el chico afectado acusó sin piedad.
—¡Maestro! ¡Javier me acaba de golpear!
—¿Qué? ¡Yo no lo hice! —replicó Javier, desesperado por defenderse.
—¡A la dirección! —sentenció el profesor.
Al ver que de nuevo metía a Javier en problemas, Angélica intentó acercarse para “lavarle” el cerebro al profesor Agustín, pero el muchacho la detuvo con una expresión de rabia e impotencia.
—Basta, no lo arruines más —murmuró, para después tomar sus cosas y salir del salón.
—¿Qué? ¡No puedes permitir que te castiguen por algo así! —insistió ella, desesperada por remediar las cosas.
Ignorándola, Javier abandonó el salón en silencio, en un intento por mantener el poco orgullo que le quedaba.
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Editado: 10.02.2024