Saque de mi mochila mi gorra roja, porque sabía que el sol,
aunque aún no había salido del todo podía hacer estragos en mi
cabeza y no sería la primera vez. No había que confiarse siquiera
en días nublados como este. Tantas horas bajo el sol incluso a la
sombra del roble que era mi única compañía por allí podía
fastidiar bastante. Saque mi balde, mi tabla y mi cuchillo, los
acomode a mi lado, nada más puse la carnada en el anzuelo,
coloque el fierro que sostenía mi caña en pie, y después de hacer
el lanzamiento la pequeña bolla naranja quedo flotando a mitad
del río. Coloque la caña en su sostén y me senté al lado con mi
dedo enredado en la tanza segura de que sentiría el tirón de
inmediato porque los peces esperaban ansiosos para desayunar
mis lombrices. Desayuno que para almas hambriento sería su
última comida. A los pocos minutos pico algo y la tanza tironeo
mi dedo una vez antes de que ya estuviera de pie girando la
manivela del real a toda velocidad.
Amaba mi trabajo. Amaba el aire fresco de la mañana cuando la
bruma lo cubría todo y el sol despertando apenas dejaba ver sus
rayos en el horizonte. Por alguna razón que no me supe explicar,
de pronto amé mi vida. ¿Por qué había cambiado tanto mi
perspectiva? Quizás el haber estado tan cerca de la muerte me
había hecho valorar un poco más las pequeñas cosas en mi vida
que antes me pasaban tan inadvertidas. Cosas que antes veía como
rutinario y obligatorio. Y que ahora anhelaba y disfrutaba.
No quería admitirlo, pero de pronto me sentí agradecida con el
sujeto de anoche, me había salvado la vida, y yo ni siquiera sabía
su nombre. Me dije que sea lo que sea que me pidiese estaría
dispuesta a ayudarle. Después de todo se lo debía. Entonces
comenzó a intrigarme. “¿Había dicho que era un ángel? No,
mucho peor, había dicho que era mi ángel.” A lo mejor se refería
al hecho de haberme ayudado, ¿lo diría metafóricamente?
“Seguramente” me dije creyéndome que el sujeto no era tan
extraño después de todo. Entonces recordé que parecía estar
leyendo mis pensamientos. Bueno, estaba muy angustiada y
agotada, puede que mi rostro reflejase más de lo que yo quería, y
hay personas que de solo mirarte a los ojos pueden percibir
algunas cosas.
Me relajé, entonces mientras traía el anzuelo cargado pensé: “Si
el joven tiene apenas mi edad, ¿Cómo es que sabe a qué juegos yo
jugaba en la privacidad del patio de mi casa? Cuando yo tenía
siete él tendría esa edad y no recuerdo ver ningún rostro pálido ni
ojos negros observándome del otro lado de la valla. Tampoco
tenía vecinos de mi edad. Pensar en ello me dio unos escalofríos.
A lo mejor fue un comentario de mi mama a alguna vecina uno de
esos chismes que siempre revolotean.
Me sacudí de la cabeza esas ideas y me dije, ya no importa que
tan raro sea todo, él me ayudo, le debo igualmente algo de ayuda.
Al salir el pez, le quité el anzuelo de la boca y lo degollé para
luego arrojar el primer cadáver del día al balde. Observe el puente
a lo lejos. Pensé en cómo me sentía hacía apenas unas horas allí
arriba. Mientras meditaba en ello no me di cuenta de que el
tiempo había pasado y ya llevaba más de media mañana allí. De
pronto mientras cortaba y cargaba de carnada el anzuelo una
mano se apoyó en mi hombro. Di un salto hacia delante y me di la
vuelta con la navaja en dirección a.… el, era el muchacho de
anoche.
Llevaba los mismos pantalones y zapatillas negras exceptuando
porque se había quitado el abrigo con capucha y ahora llevaba una
remera beige. No sabía mucho de moda, pero estaba segura de
que para ser un lunático se vestía bien.
- ¿Qué haces? ¿Quieres matarme? - Le grite. El también pareció
asustado ante mi reacción. Pero entonces algo le hizo gracia.
-Que irónico que lo digas. Pienso que deberíamos dejar de
encontrarnos así o a alguno de los dos se le parara el corazón. No
puedo dejar de pensar en lo espectral que te veías anoche.
Entrecerré los ojos.
-Y tú te veías como un vampiro.
-Al menos los vampiros pueden morir con una estaca en el pecho.
Los fantasmas en cambio aterran más, ya están muertos.
-Los vampiros pueden chuparte la sangre hasta morir. Los
fantasmas solo asustan no pueden hacerte daño.
-Bueno, como sea. - Parecía molesto, se notaba a flor de piel que
era muy orgulloso. - ¿No eres una fantasma verdad?
-No.
-Bien yo no soy un vampiro.
-Lo sé. Eres un ángel. - Me reí en mi interior.
Sonrío y abrió grandemente los ojos, no pude evitar reírme
fuertemente de él.
-Bien no necesito que me creas, necesito ese favor.
-Si vamos. - No solía hablar mucho con la gente. Mucho menos
con alguien que se creía un ángel. Aunque se lo debía asique
continúe. - Ve al grano, ¿que necesitas?
-Tengo algunos amigos. Que necesitan ayuda. Tienen algunos
problemas en sus vidas. Problemas de verdad y… - Se detuvo al
ver que yo enarcaba las cejas.
- ¿Y qué tendría que ver yo con eso?
-Bueno, como ya dije anoche, tú eres un gran ejemplo de
fortaleza. Y esa chispa puede hacer que estas personas que se
están apagando, recobren su llama.
-No sé porque hablas así… Tan extraño, pero creo que entiendo a
qué te refieres. ¿Eres de un grupo de atención al suicida?
-No.
- ¿Escribes un libro de autoayuda?
-No.
-Ya sé. - “Trabajador Social” Pensé.
-No, tampoco eso.
Me quede muda, no me acostumbraría jamás a que insinuara que
podía leer mis pensamientos.
-Solo soy un ángel que ayuda a las personas, y necesito que
vengas conmigo y vivas lo que yo vivo un poco.
- ¿A qué te refieres con vivir lo que tú vives? Mira, ¿Sabes que
creo?
-La verdad, sí.
-Creo que deberías tomarte las cosas con calma. Que me hayas
ayudado anoche a seguir con mi vida, no significa que de pronto
eres un ángel.
-No soy cualquier ángel, soy tu ángel.
-Mucho menos mi ángel. Esto es demasiado. Dime la verdad,
¿Cómo sabes tanto de mí?, si me vienes con la verdad podría
ayudarte en lo que necesites, pero si sigues con cuentos y
hostigándome no llamare a la policía, pero te daré una golpiza
para que no vuelvas a acercárteme. - Sentía como si me saliera
humo de la cabeza, no me gustaba la manera en que me trataba,
con ese aire de superioridad, como si yo fuera una niña a la que
hay que convencerle de que Papa Noel existe.
-Está bien, veo que lo que dices es cierto. Asique lo haremos a tu
manera, no quiero que me golpees. - Lo decía desdeñosamente.
Lo cual me enfurecían mas. - Y empecemos de nuevo, ¿sí? Mi
nombre es Joel.
Me tendió la mano.
-Joel. -Susurré. - Me suena familiar.
-Es porque…- Se detuvo. Me miro con fijeza como si quisiera
explicarme algo. Pero lo reprimió y con un suspiro volvió a
hablar. - Porque es un nombre muy común.
Sabía que había algo más, pero, aunque la intriga me llegaba hasta
el cuello no quería preguntar. Preguntar si habría algo más sería
como insistirle para que volviera con sus locos cuentos de
ángeles. Era mejor así, no entrar en sus tontos juegos.
-Bien, Joel. ¿Puedes decirme que necesitas de mí?
-Necesito ayuda con un amigo. Se llama Brian. Y, bueno él tiene
algunos problemas. En la escuela algunos de sus compañeros le
tratan con demasiada dureza, y él se está cansando. He intentado
hablarle, pero no me escucha. Pensé que a lo mejor a ti sí.
No sabía si eso era cierto. O si yo podría hacer algo al respecto.
¿Qué podría decirle yo? ¿Por qué me necesitaba a mí, no sería
más fácil llevarlo a un psicólogo y listo? ¿O decirles a sus padres
o a sus maestros? Todo me parecía una locura, pero aun con todas
mis dudas acepte, se lo debía.
Volví a tomar mi caña me senté y esperé mientras me contaba con
detalles la vida de aquel tal Brian. No parecía habérselo
inventado. El niño vivía con su abuela, sus padres prácticamente
le habían abandonado después de separarse. Tenía unos catorce
años, era obeso y con serios problemas de acné. En la escuela no
se cansaban de hacerle la vida imposible simplemente por ello y
le maltrataban, tanto física como psicológicamente. Después de
narrarme toda la historia de la vida del niño me insistió un buen
rato con que era urgente que nos presentemos ante él y no
debíamos perder más tiempo, asiqué cuando mi paciencia se vio
frustrada le dije:
-Está bien, déjame vender estos peses y por la tarde...
-No, no entiendes, tiene que ser ahora. - Su insistencia era
impasible y sus ojos profundos me escrutaban, abiertos como
platos. Sentía que no podía negarme.
-Al menos déjame limpiar uno y freírselo a mi padre.
Guarde todo y me acompaño de vuelta a casa.
Desde el terreno vi a Marriot, la vecina de al lado, que salía de
casa con una canasta en la mano. ¿Qué se llevaba ahí? ¿O que
habría traído?
Fui al cuarto de mi padre que estaba dormido y a su lado había
una bandeja vacía. Un olor a guisado de pollo invadía toda la
casa. Cuando mi mama recién había fallecido, Marriot, una mujer
soltera que tenía una enorme sonrisa siempre se había tomado la
molestia de venir cada medio día y cada noche para traernos
comida. Hasta que yo tuve la idea de valerme por mi cuenta.
Nunca supe como agradecérselo. Pensé varias veces en ir a su
casa y tan solo darle las gracias, pero me parecía demasiado poco.
Y al final nunca había hecho nada. Me afligí por ello un
momento. Pero pensé que no era tarde aún asique lave la bandeja,
coloque un par de peces en ella y me dirigí a su casa para
devolvérsela. “Algo es algo” pensé. “Debo recordar que las cosas
pequeñas a veces son las más importantes”
Golpeé dos veces, pero nadie atendió. Me pareció raro que
hubiera salido ya que acababa de verla entrar con su canasto. Y
más raro era que de pronto después de tantos años volviera a
atender a mi desvalido padre. Bueno, ella tendría sus razones. A
lo mejor de pronto solo quería asegurarse de que siguiera vivo.
Pues nadie más lo había visto salir de casa desde hacía muchísimo
tiempo. Y aunque en la pescadería o algunos vecinos curiosos me
preguntaban por él cada tanto, mi respuesta no era más que un
vago “Descansando”, o “Durmiendo”. Cualquiera podría
preocuparse.
Volví a casa y fue entonces en el camino cuando recordé a Joel.
No estaba en la cocina cuando volví de la habitación de mi padre.
¿O sí? Estaba tan sorprendida por la visita de Marriot que siquiera
recordaba su presencia. Corrí al percatarme de que había dejado a
un loco en mi casa, solo y con mi padre desvalido. Estaba sentado
en la mesada con los pies cruzados y me miró a los ojos cuando
entre. Esos ojos obscuros me produjeron un escalofrío, no me
acostumbraba a él y todo el misterio que le rodeaba como un aura
impenetrablemente obscura a su alrededor. Percibí un sentimiento
en mi interior. Que hacía años no sentía, desde que era pequeña y
luchaba con mis pesadillas en las noches. Justo antes de que mi
mama entrará para arrullarme en sus brazos. Se trataba de temor.
- ¿Está todo bien? - Me preguntó.
-Claro. - Dije intrigada. ¿Qué podría haber cambiado en unos
segundos? ¿O acaso percibía mi miedo? Intenté sonar lo más
segura posible al decir. -Vamos, terminemos con esto de una vez
por todas.
Entre a la habitación de mi padre, más que nada para asegurarme
de que estuviera bien. Todo estaba en su lugar, hasta mi padre, en
la misma posición fetal de siempre. Pase a mi habitación, me
cambie con un jean, unas zapatillas y una remera verde de modal,
pase un minuto al baño y me lave la cara. La cual note un poco
pálida. A lo mejor estaba un poco descompuesta, y eso explicaba
que no sintiera nada de hambre.
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Editado: 23.11.2021