—¡Anne! —exclama el abuelo sorprendido al verme, la mujer con la que está hablando se gira y puedo, por primera vez, ver sus ojos, son idénticos a los míos, color verde pasto; ésta me mira de una manera extraña, ¿Qué nunca vio a una joven a comienzos de la edad adulta?— No cariño, no ocurre nada, solo estoy conversando con la señorita, quien ya está de salida
—Un gusto conocerte Anne, me han hablado mucho de ti —me saluda la mujer, le sonrío por cortesía.
—El gusto es mío —alego—. ¿Quién le habló de mí?
—Nadie importante —evade—. Tu abuelo tiene razón, ya estoy de salida —se gira hacia el abuelo y le dice—: hablaremos luego, esta conversación aún no ha acabado.
—Hasta pronto, Marina —se despide éste, no muy contento por la aclaración, y la tal Marina se va.
Hay algo extraño en ella, no lo sé, pero verla me causó como nostalgia, tal vez sea imaginación mía, pero me recuerda a alguien, tal vez la haya conocido de niña porque su voz, su rostro, es como si los conociera, me resultan tan familiares.
—¿Qué quería? —pregunto cuando desaparece de mi campo de visión.
—Nada —asegura el abuelo—, es sólo una vieja conocida que no veo desde hace años. Ahora vuelve a trabajar que no tenemos todo el día para estar holgazaneando.
Se que está mintiendo, lo conozco perfectamente, pero haré como que le creo, pero eso no quiere decir que no vaya a investigar al gato encerrado en esta situación.
—Ok —digo dando el tema por zanjado— ¿y Max?
—Está en el fondo buscando algunas herramientas.
Voy hacia la pequeña habitación, donde guardamos partes para repuestos y herramientas, al encuentro de Max. Se encuentra en el piso mirando hacia un agujero en la pared.
—¿Qué buscas?
—Nada importante —contesta y se endereza otra mirarme— ¿Dónde estabas?
—Por ahí, ya que cierta persona me dejó plantada, me tocó ir a almorzar con otra persona.
—¿Y se puede saber quién es esa persona?
Agarra una caja de tornillos y sale de la estrecha habitación.
—El chico del auto deportivo —le hago saber.
—¿El pijo de ayer?
—El mismo —confirmo—, vino a buscar su coche y de paso me invitó a dar una vuelta.
Salgo tras él.
—¿Saliste con él?
—No, con su hermano gemelo —digo con sarcasmo.
—No me agrada ese tipo Anne —se pone frente mío— Además solo lo conociste ayer.
—Corrección, lo conozco de hace tres noches, le hice servicio de grúa —Le empujo la cabeza con el dedo índice—, y por otro lado, a mí si me agrada, por lo que si se me da la oportunidad volveré a hablar con él.
—Lo conozco de la Facultad —menciona.
—¿Ah, sí? —Lo esquivo y me dirijo a una moto que necesita unos arreglos.
—Sí, y no es la mejor persona que digamos, es un egocéntrico narcisista.
—Ya me di cuenta Max, no soy ciega.
—¿Me estás prestando atención? ¿Desde cuándo te juntas con personas así? —me pregunta poniéndose a un costado mío.
—¿Y tú desde cuando tienes una novia fresa? —Contrataco— No tienes derecho a venir a reclamarme nada.
—Te gusta —afirma.
Sus ojos me escudriñan en busca de respuesta. Tengo una tremendas ganas de estamparle un puñetazo en la nariz, es un idiota, a él qué le importa lo que me guste o deje de gustar. Yo no le dije nada cuando me comentó lo de Maura.
—¿Y si así fuera qué? Max, ya estoy bastante mayorcita para te metas en mis asuntos.
—No me interesa si tienes cien años —replica—, yo siempre te cuidaré Anastasia, y sé que Ariel te hará daño, como amigo o como algo más, y eso es algo que no lo permitiré.
—Sabes que no es necesario que me digas esto —refuto molesta—, y desde ya te digo que no me importa como es, eso se puede remediar. Las personas cambian.
—No puedo creer que lo estés defendiendo —espeta incrédulo.
—No lo defiendo —corrijo—, solo no quiero ser prejuiciosa —explico más calmada—, no quiero hacer con él lo mismo que hacen conmigo.
—¿De qué hablas?
—No te hagas —pido—, sabes muy bien de lo que hablo, toda persona en esta ciudad que me haya visto lo primero que ha hecho es mirarme como a un bicho raro, por el simple hecho de trabajar en este taller.
—Pero a ti eso nunca te importó.
—Y no me va a importar, pero de todas formas las personas son prejuiciosas, lo primero que piensan es que soy marimacha, y no, no me importa, pero el daño está.
—Anne, yo...
Niego con la cabeza para que no diga nada. No lo culpo, todo hacemos eso, aun que sea inconscientemente.
—Estás siendo como uno de ellos, no lo conoces personalmente, solo te dejas llevar por las apariencias y por los rumores. También debes de recordar lo que yo hice cuando conocí a Maura.
—¿Casi le das un puñetazo?
—No, bueno, también —acepto—, pero no es de eso de lo que estamos hablando, a lo que quiero llegar, es que yo le di una oportunidad a pesar de lo estúpida que se comportó conmigo. ¿Y quieres saber qué pienso de ella? Que es una hijita de papi que no conoce lo que es el sacrificio y se cree capaz de insultar a quien se le plazca por el hecho de sentirse superior.
—Y dices que no te gusta el prejuicio —masculla.
—No la estoy prejuzgando, ella me insultó y luego me hechó la culpa ¿y sabes qué? —agrego fastidiada— Me cansé de esta discusión, mejor ve terminar lo que estabas haciendo.
—No, terminaremos está conversación ahora, Anastasia —ordena obstruyéndome el paso.
—Yo ya no tengo nada que decir y si tú sí, habla con uno de estos autos porque a mí ya me aburriste.
—Contigo no se puede —dice entre dientes.
—No, contigo no se puede. Eres terco y pedante —insulto—, y me tienes hasta el cogote. Porque no te vas y te pierdes por ahí
—Ok, porque ni tiene sentido esta conversación.
—Tienes razón —coincide mi abuelo. Ambos giramos a mirarlo, él nos devuelve la mirada y nos hace un ademán con la mano para que nos movamos—, ahora sigan trabajando.