Me encuentro esperando en larga fila para retirar los resultados de la prueba, desde hace como media hora. Ariel y papá han estado conociéndose desde el momento en que nos subimos al auto hasta ahora, de vez en cuando los miro y me tranquiliza ver la sonrisa en sus caras y por sobre todo que mi papá se encuentra distraído.
El hombre que se encuentra en frente mío tiene pinta de que va a caerse en cualquier momento, tiene la piel pálida y bajo los ojos tiene unas ojeras bastante pronunciadas, cambia su peso en distintas piernas cada tanto y como hace cinco minutos su pequeña de diez años tuvo que sostenerlo.
Miro a papá. Él se nota deteriorado, pero lucharé para que no llegué a estas instancias.
Miro nuevamente hacia la ventanilla, cada vez quedan menos personas por ser atendidas y en vez de alegrarme, tengo la sensación de querer salir corriendo antes de que me toque turno.
La mujer que entrega los resultados tiene un aire de indiferencia y prácticamente gruñe en lugar de hablar, pero sin embargo, su ayudante es más amable y trata como se debe a las personas.
Dirijo la mirada en dirección a la salida, se me hace muy tentadora en estos momentos, las manos me tiemblan y las piernas parecen cada vez más pesadas y difícil de hacerlas caminar.
El hombre sale de la fila con dificultad junto a su hija, a duras penas llega hasta un asiento, se desploma en él respirando pesadamente, un joven le ofrece agua pero este se niega y cierra los ojos tratando de reponer la postura. Una aclaración de garganta hace que vuelva a la realidad y me de cuenta de que ya estoy al principio de la fila.
—Diga —dice con indiferencia la mujer detrás de la recepción del laboratorio.
—Este... —Se me traba la lengua y no soy capaz de hablar coherentemente— Vengo a retirar unas pruebas, es para un transplante de órganos.
—Nombre y cédula de identidad —espeta.
—Claro, aquí tiene —le entrego mi cédula y ella la mira levantando una ceja, se pierde detrás una cortina que divide su pequeña oficina y vuelve con un sobre en mano.
—Tome —me entrega el papel y salgo de la fila sin tan siquiera agradecer.
Me acerco junto a los hombres que me acompañaron y me siento mirando el papel evitando levantar la vista hacia mi padre.
Lo acaricio con mi pulgar, sintiendo la aspereza de la hoja y los relieves de la tinta.
Tengo miedo.
—¿Lo abrirás ahora? —Pregunta Ariel con cautela y asiento.
Suelto un suspiro.
—Ok —murmuro y con toda la dificultad del mundo voy despedazando el sobre que contiene el futuro de mi padre y de mí.
Saco la hoja del interior y la extiendo. Leo el interior sin dejar entrever nada. Las pruebas de orina para detectar alguna anomalía en mi interior demuestran que estoy en perfecto estado para donar, no tengo ningún tipo de enfermedad y mi peso es el correcto. Siento el alivio recorrer mi ser.
Saco la otra hoja.
No entiendo los números que aparecen, pero sí entiendo las palabras.
La palabra que condena a mi padre.
“Compatibilidad 6,35788%”
Creo que mi corazón dejo de latir en el momento en que leí el resultado.
Es imposible, tiene que ser un error, tengo todo lo necesario para ser donante, no puedo ser incompatible. Dios mío, tiene que ser un error, un terrible error.
Giro el rostro en dirección a papá, pero él solo me mira expectante, aún no a leído la hoja que tengo en mis manos. Está arrugada a causa del temblor involuntario de mis dedos.
—¿Qué pasa, Anne?¿Qué fue lo que salió? —No puedo contestar y siento como una lágrima resbala por mi rostro. Abro los ojos desmesuradamente. No puedo ser donante— ¿Por qué lloras? —Ariel me arrebata cuidadosamente el papel para leerlo.
—Es un error —balbuceo negando con la cabeza—. Cometieron un error —esta vez lo digo más fuerte, pero siento que lo menciono más para mí que para mi padre.
—Dame la hoja, Ariel —ordena papá y el aludido se lo da, dudando, la reacción de mi padre es igual a la mía.