Anne

•Capítulo Treinta y Cinco•

Un golpe en la puerta interrumpe nuestras risas por lo que a regaña dientes me separo de Max y me dirijo a la puerta para abrirla, lo más probable es que sea Marta. Y no me equivoco, la cara de felicidad de la madre de mi mejor amigo aparece en mi campo de visión cuando abro la puerta y tras ella se encuentra mi familia entera.

—Adelante —digo cuando Marta pasa corriendo a la habitación prácticamente empujándome— No te preocupes, estoy bien —digo lo bastante bajo al ver que no se disculpa. Sara me giña el ojo y se ríe por lo bajo, por lo visto ella si me escucho.

—¡Hijo mío! —Marta abraza a su hijo y reparte besos en su rostro, veo como una lágrima resbala por el suyo mientras acaricia el pelo de Max— No puedo creer que ya estés bien, no vuelvas a hacerme algo así. Ven aquí —No deja pronunciar palabra alguna a mi amigo porque vuelve a llenarlo de besos— Mi pequeño héroe, te quiero tanto. ¡Gracias, Dios mío!

—Yo también te quiero, mamá, pero me estás aplastando —dice Max con una sonrisa forzada, Marta se separa rápidamente.

—¿Te hice daño? ¿Quieres que llame al doctor? Discúlpame Maxi, Anne ve por el doctor, por favor...

—Mamá...

—Vamos niña, muévete —me ordena Marta desesperada— Ya vendrá el doctor...

—Mamá escúchame —Max tiene que levantar la voz para que su madre lo oiga— No hace falta que nadie vaya por el doctor, estoy bien. Hola —habla ahora mirando a mi familia.

—Hola muchacho, que bueno verte despierto —dice mi abuelo mientras pasa un brazo por mis hombros.

—Te extrañamos mucho, idiota, en especial Anne —dice Sara pícara y yo toso para hacerla callar— ¿Estás bien, hermanita? —Pestañea como siempre hace cuando quiere parecer inocente.

—Todos te extrañamos Max, fue muy doloroso verte en ese estado pero eso ya quedó en el pasado —Mamá se acerca al pelinegro y deja un beso en su coronilla.

—A mí también me alegra verlos a todos, aunque para mí el tiempo paso mucho más rápido.

—Me imagino —dice Sara mientras Marta se sienta en la silla que yo estaba ocupando y Mamá se coloca junto a mí— ¿No tienes malestares o dolor muscular?

—No, la verdad es que siento el trasero aplastado por estar en la misma posición durante tres semanas.

—Eso es bueno —murmura Sara.

—¿Por qué? —Pregunta sorprendido el abuelo y yo no puedo evitar contestar.

—Porque así por fin mi querida hermanita tendrá más trasero que Max —las dos señoras carcajean y mi mejor amigo se sonroja.

Awww, se ve tan adorable así todo sonrojado. Necesito una cámara en este mismo instante.

—No lo decía por mí, lo decía por ti tonta —replica Sara—, estoy feliz de que ya no seas una tabla comparada con el bombón de Max.

—¿Crees que soy un bombón? —Murmura Max.

—¿Crees qué eso a mí me molesta? —Inquiero a mi hermana— Por favor —bufo teatralmente— Desde cuándo has visto a un bombón Arcor rebajándose al nivel de un chocolate de mala calidad —la miro de los pies a la cabeza y soplo mis uñas como si las acabase de pintar.

—¿Yo un chocolate de mala calidad? ¡Ja! A ti te dijeron que eras un bombón para levantar tu autoestima, chiquita.

—¿Y contigo fueron sinceros? Sigue soñando niña.

—Yo no soy...

—Ya basta, se me van afuera si van a seguir discutiendo —dice firme mamá y las dos automáticamente callamos, yo giro levemente mi rostro como para que nadie me vea rodando los ojos— ¡Anastasia!

—¿Qué? —Digo haciéndome la desentendida.

—Como me vuelves a rodar los ojos te quedas sin cenar toda la semana.

—¡Pero mamá! —Chillo.

—Mamá nada, jovencita —Max y Sara me miran burlosos y yo los miro de una manera que indica lo que les depara si dicen una sola palabra.

—¿Por qué no van a buscar algo de cenar muchachas? Aún no hemos cenado —Pide Marta para cambiar de conversación.

—Marta tiene razón, yo tengo mucha hambre y ya es hora de que hagan algo productivo —dice el abuelo con una media sonrisa.

—Yo también tengo hambre ¿podrían preguntar si puedo comer algo decente o solo la porquería que dan en los hospitales? —Solicita Max haciendo círculos sobre vientre.

—Ok —digo irritada—. Me llaman la chacha —susurro mientras me giro en dirección a la puerta— Vamos, Sara.

—Ya volvemos —dice Sara tomando el dinero que le tiende el abuelo. Salimos de la habitación y aprovecho para darle un cabezazo.

—Por tonta —digo y empiezo a caminar más rápido.

—¡Oye! —Río mientras me encamino a la enfermería, allí debe de haber alguien que me diga si el pesado de Max puede o no comer, pero no es necesario llegar hasta allí porque la misma enfermera que examinó a Max junto con el doctor se cruza conmigo a unos metros de la farmacia del hospital.

—Señorita —digo llamándola, ésta se me acerca y me brinda una mirada amable— Quisiera hacerle una pregunta.

—Claro, dígame en qué puedo servirla.

—Verá, mi amigo es el chico que acaba de despertar del coma y este... En...

—Tiene hambre —termina por mí Sara al percatarse que no encontraba la palabra correcta.

—Debí imaginármelo, no se preocupen enseguida le llevaré la comida que debe de ingerir.

—¿Y no puede comer una comida decente? —Pregunta Sara y le piso el pie para que cierre su boca.

—Si decente llamas a la comida que no es preparada por el hospital, no, Maximiliano acaba de despertar luego de varias semanas y su organismo aún no está preparado para alimentos sólidos o cualquieras. Podrían darle una sopa de verduras licuadas en todo caso, pero nada que pueda lastimarlo.

—¿Y si le compro la sopa de verduras esa? No me lo tome a mal pero es que la comida del hospital es asquerosa —digo tratando de ser sutil al hablar de la mierda que llaman comida en este lugar.

—Si es sopa creo que no habrá problema, pero ningún otro tipo de comida, están avisadas —dice advirtiendo.




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