2 de noviembre de 1947 -. Noruega.
En el pequeño pueblo donde vivía Britta todos se conocían entre si y las amas de casa inmersas en su aburrimiento, mientras sus maridos trabajaban, se jactaban de calumniar las vidas ajenas por medio de chismes y rumores que esparcían como pólvora por todos los rincones del lugar, el rumor de que Britta cuidaba de una pequeña niña no fue la excepción y en menos de una semana todo el pueblo sabía de la existencia de Annelise, por supuesto, Britta de encargó de mantener ocultos sus probables orígenes alemanes mientras que buscaba una familia con la cual dejarla, porque ella no la podría cuidar.
— ¿Entonces ahora eres madre? –. Preguntó el dueño de la panadería donde Britta trabajaba y por lo tanto el jefe de la misma, su apellido era Larsen y por respeto Britta lo llamaba "señor Larsen" en lugar de mencionar su nombre de pila.
— No soy su madre –. Respondió la rubia. — Solo estoy cuidando de ella mientras busco con quién dejarla, no tengo la capacidad para tenerla.
— ¿Por qué no? Con este trabajo tienes lo suficiente para comer.
— Pero solo para comer, yo le agradezco mucho la oportunidad que me da al dejarme trabajar aquí; pero un niño necesita atención, ropa, cuadernos, regalos, juguetes… Son cosas importantes que yo no le puedo dar.
— Si lo quieres ver así –. Suspiró su jefe. — Pero recuerda que la juventud no va a durarte toda la vida y una mujer necesita de una familia para estar completa.
— Creo que por el momento lo mejor sería no pensar en eso ¿No cree usted? Además, si me disculpa debo retirarme, ya hay demasiado trabajo que hacer.
Ella sabía que la juventud se le escapaba como arenisca entre los dedos, debía buscar un marido mientras aún era joven y hermosa; sin embargo, el corazón de Britta solo pertenecía aquel chico del que siempre esperaba noticias en la oficina postal, si, hacía más de seis años que no lo veía y desde que no sabía nada de él, pero la esperanza por su regreso seguía latente en su corazón. Britta continuó con su trabajo el cual consistía en limpiar la panadería, incluyendo los restos de harina, huevos y leche del mesón donde se amasaba el pan, era un trabajo pesado ya que las retos de masa solían adherirse a las superficies mejor que cualquier pegamento, pero aún así logró dejar el lugar reluciente.
La hora de salir de su trabajo llegó y recibió su paga de pan, pescado, avena y leche, Britta no trabajaba a cambio de dinero como era lo común, sino a cambio de comida y en algunas ocasiones por leña, muy pocas veces recibía el pago en efectivo ya que con la inflación que tenía el país le serviría de más bien poco; no obstante su día aún no terminaba, con la bolsa de alimentos entre las manos salió de la panadería para dirigirse al único lugar del pueblo donde existía una mínima posibilidad de encontrar alguna información sobre Annelise, quién para ese momento, ya debía sufrir de mucha hambre en la casa de la chica.
— Buenas tardes –. Habló Britta presentándose en la oficina de registros del pueblo, la única que había en todo el lugar y su más viable esperanza a encontrar a los padres de Annelise o al menos una familia que la adoptara.
La oficina tenía un ambiente monótono con un fuerte olor a madera de roble y tabaco, al parecer alguien de allí anduvo fumando en horas laborables.
— Buenas tardes señorita… ¿Algo en lo que la pueda ayudar? –. Preguntó el encargado del lugar, un hombre de baja estatura y un mal temperamento.
— Me gustaría preguntar sobre una niña, quería saber si alguien en el pueblo ha adoptado a una pequeña en los últimos días –. Explicó.
— ¿No cree que una información demasiado general? Aquí de tocan temas serios ¿Por qué no va a hacerle de comer a su esposo o a su padre? –. Preguntó de mala gana y en tono mordaz. Britta suspiró tragándose las palabras venenosas que tenía en su garganta y al contrario le respondió con una educación digna de una dama.
— Es un asunto de suma importancia, además, con la situación que vive el pueblo no creo que sean tantos niños los que son adoptados ¿No cree usted? –. Ahora fue el turno del encargado de morderse la lengua ya que la chica tenía razón.
— Haré lo posible para buscar entre tantos documentos… ¿Tiene alguna otra información? ¿Edad del infante? ¿Nombre?
— Su nombre es Annelise -. Respondió en un susurro, ella no sabía si estaba bien decir un nombre alemán tan alto. — Y tiene unos cinco años, es una niña muy linda y educada, llegó en tren.
El hombre asintió con una mueca de asco, tan solo nombrar algo relacionado con Alemania era suficiente para ganarse las malas miradas y el repuesto de la gente, para la mayoría del pueblo noruego todos los alemanes eran malos y les guardaban un profundo rencor por las atrocidades cometidas por los soldados en tiempos de guerra, cualquier contacto con un alemán era contacto con el enemigo y por lo tanto mal visto entre los habitantes de Noruega.
El encargado no consiguió nada de lo que Britta buscaba en su oficina, por lo que tuvo que salir de la misma para buscar algo más de información dejando a la mujer sola, la rubia se sintió incómoda en el lugar, principalmente por las cabezas de animales disecados que colgaban de las paredes en modo de decoración. El silencio no era total pero solo se veía perturbado por el constante "tic-tac" de un enorme reloj y el rechinar de la silla en la que se encontraba Britta ante el más mínimo movimiento de ella, la impaciencia inundó a la mujer de una manera tal que estuvo a punto de levantarse; pero el encargado llegó con una pila grande de papeles antes de que eso sucediera.
— ¿Encontró algo? –. Cuestiono Britta ganándose una mala mirada del hombre.
— Que mujer tan impaciente es usted –. Gruñó el encargado de mala gana soltando la pila de papeles sobre la mesa causando que algunos cayeran al suelo.
La de ojos color avellana tuvo que respirar profundo y tragarse las palabras desagradables que pensó en el momento.