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MAYA (I)
Maya volvió a respirar con normalidad sólo hasta que cruzó la puerta y estuvo de pie en su recibidor. Pegó la espalda contra la puerta de caoba pintada de blanco, y se tomó unos segundos para terminar de procesar lo ocurrido. Lo siguiente que hizo, cuando pudo reaccionar, fue avanzar hacia la sala y echar un vistazo muy discreto por la ventana hacia la acera, esperando, aunque fuera de forma inconsciente, ver aún a la chica de al lado ahí de pie.
Por supuesto, Lake ya no estaba ahí.
Lo que sí vio fue aquel mismo vehículo negro al otro lado de la calle. Igualmente le llamó la atención, pero no lo suficiente para detenerse a apreciarlo por demasiado tiempo. En su lugar, se apartó de la ventana y avanzó con la bolsa de víveres hacia la cocina.
Encontró a su madre sentada en la mesa de la cocina, con sus grandes gafas puestas, y un inquieto lápiz bailando entre los dedos de su mano derecha, mientras se seguía peleando con aquel crucigrama del periódico; debía ser una de las únicas cinco personas que seguían comprando el periódico local en físico, y su motivo principal era precisamente el crucigrama.
Cuando Maya ingresó a la cocina y pasó de largo la mesa hacia la encimera, su madre no levantó el rostro del periódico. Pero eso no significaba que no hubiera notado su arribo.
—¿Trajiste lo que te pedí? —preguntó con seriedad, y un segundo después abalanzaba su lápiz hacia unas casillas vacías.
—No, sólo me puse a dar vueltas con mi moto y me acabé el dinero que me diste en cigarrillos —ironizó Maya, mientras sacaba de la bolsa de papel un cartón de seis huevos, dos barras de mantequilla y extracto de vainilla, y lo colocaba sobre la cocina.
La Sra. Stuart alzó su rostro sólo lo necesario, asomando su mirada por encima del armazón grueso de sus lentes.
—No sabes lo afortunada que eres, muchachita —indicó con aspereza—. En mis tiempos, nunca me hubiera atrevido a hablarle a mi madre de esa forma.
Maya soltó una nada discreta risotada.
—¿Ya eres de esas personas que dicen “en mis tiempos”?
—Cómo me ves te verás —fue la respuesta sencilla de su madre, y acto seguido volvió a centrar su atención en el crucigrama; ya iba un poco por arriba de la mitad.
Maya tenía más cosas que le hubiera gustado responder a eso, pero se las guardó de momento.
Una vez terminó de sacar los víveres recién comprados, hizo una bola con la bolsa de papel y se dirigió a la cesta de basura para depositarla en ésta. Fue justo después a la taja para lavarse las manos, y echó un vistazo rápido por la ventana de la cocina justo delante de ella. A través de ésta, se tenía una vista casi directa de la casa de al lado, separada de la suya sólo por una vieja valla de madera que hace mucho necesitaba una pintada.
Con las manos limpia, tomó una manzana del frutero a lado de la estufa, y se subió de un salto sobre la encimera para comer tranquilamente su fruta.
—Lake está aquí —comentó de pronto tras su primera mordida.
—Sí, algo me dijo Esther el otro día sobre que vendría para las vacaciones —comentó su madre con bastante menos sorpresa de la que su fugaz encuentro le había causado a ella.
Maya dio otra mordida más de la manzana, mientras observaba pensativa al techo.
—Qué extraño que no se fuera de fiesta a alguna playa exótica con sus amigos de universidad —dijo, aderezando sus palabras con sólo una pequeña dosis de animosidad.
—Oh, Lake siempre fue una niña muy buena y apegada a sus padres —señaló su madre con tono dulce—. Me da gusto que le esté yendo tan bien.
Maya torció su boca en un marcado gesto de desaprobación, que por suerte su madre no miró por estar enfocada en escribir la respuesta de la 12 vertical.
—Sí, por supuesto —respondió con voz neutra.
—¿Por qué dejaron de pasar el tiempo juntas? —soltó su madre súbitamente, desencajado a Maya un poco—. De niñas ambas eran inseparables.
—No lo recuerdo —contestó Maya rápidamente, con brusquedad—. Y no creo que haya sido tan así como dices.
Se bajó en ese momento rápidamente de la encimera, con la clara disposición de irse.
—¿Tienes turno nocturno hoy? —preguntó rápidamente al pasar junto a la mesa.
—Todos los días hasta nuevo aviso —respondió su madre con voz cansada—. Al menos es un poco más de dinero.
—No tanto —masculló Maya con algo de pesar—. Estaré arriba dibujando.
Su madre simplemente asintió como respuesta.
A pesar de lo que había dicho hace un momento, lo cierto es que Maya se seguía sintiendo un poco aturdida. Por ese encuentro fugaz con Lake, por supuesto, pero también por lo que su madre había dicho: “de niñas ambas eran inseparables”. Una afirmación que quizás en cualquier otra situación resultaría exagerada, pero… no en el caso de referirse a ellas dos.
Ciertamente de niñas eran muy, muy unidas. Pero ahora, evidentemente no eran siquiera capaces de saludarse como era debido. Desde hace años, difícilmente podrían encajar en la descripción de “conocidas”, mucho menos llamarse “amigas”.