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VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (III)
Lake se fue a su casa poco después, aprovechando que el Sr. Stuart aún seguía roncando en la sala de estar. Así que a Maya le tocó terminar de acomodar a Annie en la que sería su residencia temporal. Le preparó el colchón, un par de frazadas, le trajo una botella de agua de arriba, así como algo de jamón y pan en un platito por si le daba hambre.
—Espero puedas comer algo de esto —comentó Maya, al tiempo que colocaba el platito y la botella a lado del colchón. El ser de piel azul, sentado en el centro del colchón, la observó mientras hacía eso, y le esbozó otra sonrisa en cuanto terminó—. Veo que estás mejorando en eso de sonreír —indicó Maya con cierto humor—. Si es tu forma de decirme “gracias”, yo te digo “de nada”.
Annie siguió limitándose a sólo mirarla sin borrar su sonrisa.
Maya se quedó un rato más ahí abajo con su invitado, y en todo ese tiempo no lo vio tocar ni el agua, ni el pan, ni el jamón. De hecho apenas y los había volteado a ver. En su mayoría se la pasó recorriendo de un lado a otro aquel reducido espacio, envuelto en una frazada verde, contemplando por quinta vez cada objeto ahí almacenado.
—De seguro has visto muchos planetas en tus viajes, ¿no? —comentó Maya con curiosidad, mientras la observaba andar de un lado a otro—. Muchos más bonitos e interesantes que este aburrido sótano. Y aun así, esas viejas cajas apiladas parecen interesarte mucho. ¿No existen las cajas en tu planeta?
—Ca… jas… —lo escuchó de pronto murmurar, tomándola por sorpresa.
—Aprendes rápido —rio divertida—. Dentro de poco podrás contarme cosas sobre ti; tu verdadero nombre, por ejemplo. Y entonces ya no tendremos que llamarte Annie.
—Annie —pronunció la criatura con entusiasmo, girándose hacia ella rápidamente.
—Sí, Annie. Así es como te llamaremos hasta saber cómo te llamas.
—¡Annie! —repitió, ahora con un volumen considerablemente más alto.
—Sí, correcto, pero baja la voz —le susurró despacio, temerosa de que aquello hubiera llegado a oídos de su padre.
Unos segundos después, escuchó claramente el sonido del vehículo de su madre abriéndose paso por la rampa de acceso, y las luces de sus faroles alumbraron por un instante el interior del sótano por la ventanilla.
—Rayos, es mi mamá —exclamó alarmada, parándose rápidamente para dirigirse de inmediato a las escaleras.
—Annie —pronunció la criatura a sus espaldas mientras subía.
—Sí, sí. Buenas noches, y procura no hacer ruido, ¿está bien?
Maya sabía que lo más probable es que no le entendiera ni media palabra, pero le rogaba al cielo que al menos tuviera el sentido común, o lo equivalente en su planeta a ello, para saber que necesitaba quedarse muy, muy callada.
El cielo pareció responderle, para variar, pues la primera noche de Annie en el sótano de los Stuart fue bastante tranquila. No hizo ningún ruido extraño, y sus padres ni hicieron ninguna mención o expresaron sospecha alguna antes de retirarse a dormir. Si acaso Annie había entendido su advertencia, o quizás había sido mera coincidencia, poco importaba en ese momento.
A la mañana siguiente, en cuanto su padre salió a su trabajo, y mientras su madre aún dormía, Maya se dirigió presurosa hacia el sótano con otro platillo, y éste tenía un par de salchichas asadas que habían acompañado su desayuno.
—Annie —susurró mientras bajaba cada escalón con paso precavido—. ¿Estás aquí? Te traje algo más para comer.
Se dirigió entonces al rincón en donde habían ocultado el colchón, y se tuvo que detener un segundo para intentar procesar todo lo que vio en ese momento.
Lo primero era que el jamón y el pan que le había traído la noche anterior estaban intactos, justo como los había llevado; aunque la botella de agua sí estaba totalmente vacía, y eso que no era precisamente una pequeña.
Pero el tema de la comida no tuvo tanta relevancia, como el montón de libros colocados alrededor del colchón, algunos apilados entre sí como pequeñas torres. Eran, si no se equivocaba, los libros universitarios que su madre guardaba en aquel librero al fondo del sótano; todos ellos. Y sentado en el centro del colchón se encontraba Annie, con uno de esos gruesos libros sobre sus piernas, y su rostro casi pegado contra él. Sus ojos turquesa recorrían rápidamente el contenido de las páginas, y tras unos segundos cambiaba a la siguiente, repitiendo la misma acción.
—¿Qué haces? —preguntó Maya, confundida. Annie alzó rápidamente su rostro hacia ella, un poco sobresaltada—. No me digas que puedes leer todo eso.
—¡Annie! —exclamó en alto como única respuesta.
—Es claro que no captaste del todo qué significa esa palabra —masculló dejando el platito con las salchichas en el suelo a lado de los demás—. ¿No te gusta el jamón ni el pan? —preguntó curiosa, señalando los dos platos. Annie sólo la miró sin decir nada, como casi siempre hacía—. Entonces supongo que tampoco te gustarán las salchichas
—Annie —repitió la criatura con un tono que a Maya le pareció que sonaba un poco reflexivo.
—No, escucha, Annie es un nombre; un nombre —recalcó Maya—. ¿Entiendes lo que es un nombre?