Annie de las Estrellas

14. VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (IV)

14
VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (IV)

—¿Cuáles luces azules? —respondió Clarisa Mathews, un poco distraída, a la pregunta de Lake.

Ambas niñas se encontraban a mitad de su clase de danza, y tenían una mano apoyada contra el pasamano de la pared, mientras realizaban los ejercicios que la Srta. Cortés les decía al ritmo de la melodía que sonaba en las bocinas de su reproductor.

—Una luz azul en el cielo de anoche —recalcó Lake, mientras se sostenía en la punta de su pie derecho, y extendía su pierna izquierda hacia atrás, flexionándola—. ¿Estás segura que no la viste?

Clarisa soltó un pequeño quejido reflexivo, y fijó su mirada en el techo. Pero claro, todo sin dejar de realizar el ejercicio.

—Yo no vi nada —concluyó la niña de brillantes cabellos rubios, sujeto con una cebolla en la parte trasera de su cabeza—. Oye, Larisa —exclamó en alto para llamar la atención de la niña que estaba delante de ella en la formación—. ¿Viste una luz azul en el cielo anoche?

—¿Una qué? —exclamó Larisa Nichols, volteando a mirarlas sobre su hombro.

—Una luz azul. Lake dice que vio una en el cielo ayer en la noche.

—¡Yo no dije que la haya visto! —se apresuró Lake a aclarar, quizás bastante más alto de lo que se proponía en un inicio—. Sólo que… me pareció escuchar a alguien comentarlo esta mañana en la tienda.

—Pues yo no vi nada —respondió Larisa, justo antes de que todas tuvieran que girar ciento ochenta grados sobre la punta de sus pies, en perfecta sincronía—. ¿Segura que fue anoche?

Antes de que Lake pudiera responder algo, un sonido fuerte de la vara de la Srta. Cortés contra el suelo hizo que todas se sobresaltaran un poco.

—Dejen la charla para después, niñas —les ordenó su maestra con voz cantarina—. Concéntrense, que nuestro recital de verano está a la vuelta de la esquina, y no podemos desperdiciar ni un segundo de práctica.

—Sí, señorita —pronunciaron todas las niñas al unísono, y siguieron sin chistar con los ejercicios.

— — — —

Terminada la clase de ese día, Lake se montó en su bicicleta, y pedaleó con todas sus fuerzas hacia su casa. O, más bien, hacia la casa a lado de la suya.

Había pasado todo ese día muy al pendiente de cada conversación de sus padres, de las personas en el mercado cuando acompañó a su madre a las compras, de cualquier persona en la calle mientras iba en su bicicleta, y también de las demás alumnas en la clase de danza. Y para su sorpresa, alivio, pero también algo de frustración, nadie mencionó nada sobre haber visto una extraña luz azul en el cielo la noche anterior, menos haberla visto caer en los bosques cerca del río. Ni siquiera en el periódico local parecían haber dicho algo al respecto.

Como último recurso, y arriesgándose un poco a delatarse, se atrevió a preguntárselo directamente a sus compañeras de danza, pero obtuvo el mismo resultado.

No entendía cómo era posible que nadie hubiera visto algo como eso; literalmente casi les voló la cabeza a Maya y a ella cuando pasó sobre ellas. Pero al menos eso significaba que, de momento, ningún hombre de negro tocaría a su puerta para llevarse a Annie. Y en el fondo Lake no estaba segura si eso era algo bueno o malo.

Al llegar frente a la casa de Maya, acomodó la bicicleta a un lado del pórtico, y se tomó un segundo para recuperar el aliento luego de su larga carrera. Subió de un salto los escalones del pórtico, y llamó a la puerta. Para su sorpresa, quién le abrió fue la mamá de Maya.

—Hey, Lake —masculló la Sra. Stuart con una sonrisa—. ¿Estás bien? Te ves acalorada.

—Hola, Sra. Stuart —murmuró Lake, aún algo agitada, pero también nerviosa—. ¿No está trabajando?

—Me toca el turno de la mañana a partir de hoy, pero gracias por preguntar. No habrás venido porque pensabas que Maya estaría sola, ¿o sí?

—No, no, no —se apresuró Lake a pronunciar con ímpetu, poniéndose aún más ansiosa.

—Sólo bromeo, tranquila querida —rio divertida la Sra. Stuart, y entonces se hizo a un lado para dejarle el camino libre—. Pasa, anda. Maya está en el sótano. Ha estado todo el día ahí; quizás tú puedas decirme qué tanto hace.

—Sí claro. Con su permiso —exclamó Lake, y de inmediato se encaminó hacia la puerta del sótano, intentando no hacerlo demasiado apresurada y ponerse así en evidencia.

Al cruzar la puerta, sin embargo, se calmó un poco y en su lugar comenzó a bajar con mucha más lentitud los escalones de madera.

—Maya, Maya —susurró en voz muy baja—. ¿Estás aquí?

—Acá —pronunció la voz de su amiga, proveniente del rincón en donde la noche anterior habían colocado el colchón para Annie.

Lake bajó un poco más aprisa los escalones, y se aproximó hacia aquel sitio. Se detuvo un instante en cuanto en su rango de visión estuvieron el colchón, Annie sobre éste con un grueso libro sobre sus piernas en el que casi tenía pegada su no-nariz, y Maya sentada delante de ella con un bloc en sus manos en el que se encontraba trazando algo con uno de sus lápices de dibujo.

—¿Qué pasa? —pregunto Lake con curiosidad.

—Nada —respondió Maya, encogiéndose de hombros y sin apartar sus ojos de su bloc—. Yo dibujo, y Annie lee; o algo así.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.