Los grillos sonaban en las calles casi vacías e iluminadas por grandes farolas a lo largo de la acera. Todo estaba en silencio, los pasos de Noah al caminar por la calle no se escuchaban, era como un gato silencioso y ágil, sostenía su paraguas negro sobre el pese a que no estaba lloviendo.
—¡Eh, niño!—lo llamó alguien.
El se detuvo en seco. Un policía se acercó a él. El menor lo miro de reojo sin molestarse a contestar o hacer otra cosa que no fuera quedarse quieto.
—Es muy tarde, deberías volver a casa—le indico—. ¿Que hace un niño como tú en plena noche? ¡Han habido muchos accidentes, no deberías salir por la noche!
Noah alzó la mirada hacia el cielo.
—Si... Es muy tarde ya—admitió—. Nunca he podido dormir una noche completa ¿sabe? Siempre camino, siempre busco y anhelo, pero nunca encuentro. Si... Tal vez sea hora de volver a casa, o eso me gustaría hacer...
Cerró los ojos y haciendo un ademán con la mano empezó a caminar sin un rumbo fijo. Se detuvo abajo de una farola. La luz naranja lo iluminó y el bajo la vista viendo sus muñecas, tenía marcas de heridas en ellas debido a las ataduras de aquellas dos asesinas.
Como si el cielo le diera una razón para no verse ridículo o sospechoso: empezó a llover. Era una lluvia ligera y fresca. Empezó a caminar mientras las delicadas gotas cubrían su paraguas.
Aún cuando sus acciones ya tenían sentido, como si quisiera lo contrario, se quitó el paraguas y alzó la cabeza dejando que la lluvia (qué se hacía más fuerte) lo mojará y las gotas cubrieran su ropa y piel. Cerró los ojos sintiendo las gotas golpear su cuerpo.
Cuando enderezó su cabeza pudo haber jurado que había alguien más cerca de él mojándose también con la lluvia. Vio hacia la oscuridad, saludo con la mano a las sombras y sonrió con tristeza empezando a avanzar.
Las sombras detrás de él se movieron y supo que alguien venía detrás ¿el policía? Instintivamente giró para atacar a quien sea que lo siguiera, pero se tropezó y cayo en un charco. Giró con rapidez tratando de protegerse.
—¡Oh, no! ¿Estas bien?
Una mano se estiró frente a él ofreciéndosela para ayudarlo a levantarse. El niño dudo pero finalmente aceptó y el extraño con una fuerza increíble lo paró y le devolvió su paraguas, le regaló una sonrisa. El extraño tenía un paraguas azul cubriendo su rostro y lo único que alcanzó a ver antes que el desconocido empezara a caminar fueron sus grandes ojos color verde esmeralda, un verde preciso que sólo podrían comprarse con dos joyas que fueron incrustadas en su cara.
El extraño chico de ojos verdes desapareció siendo tragado por las sombras. Noah miro hacia la oscura calle dándose cuenta que estaba completamente solo. Solo en aquella calle de un pueblo lejano. Solo en aquel mundo enorme. Alzó la cabeza mientras rezaba en silencio.
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Ese día estaba nublado y la niña Campbell decidió no ir a la escuela ese día, no le apetecía para nada ver a nadie. Ni ahora ni al día siguiente.
Camino por las calles viendo bastantes policías a su alrededor. No podía ir a casa, Nadeline estaba ahí debido a que faltó al trabajo, ver de nuevo a Ethan Campbell le había afectado mucho. No tenía interés en ver a ninguno de los dos. Solo quería encontrar un libro o información que pudiera ayudarla para parecer normal en aquella situación.
Aunque eso no serviría de mucho, estaba decidida: mataría a su padre. No sabía cuándo ni cómo pero estaba determinada a hacerlo.
Paso en frente de una tienda y observo su aspecto: se veía adorable como siempre. Ese día se había puesto un hermoso vestido color rosa con un moño blanco en la cintura, llevaba unos botines color negro. Su cabello, como siempre, perfectamente peinado y adornado con dos coletas y listones rosa a los lados de su cabeza. Era un vestido y una apariencia hermosa. Lo odiaba.
Odiaba el rosa, odiaba los vestidos y las faldas (sin embargo, era la prenda que más usaba) odiaba los zapatos y odiaba los peinados de niña de cinco años. Odiaba su apariencia hermosa e inocente. No era ella quien se veía en el espejo a diario, era una niña que las personas deseaban ver.
Una niña buena y obediente que nunca rechistaba, así no era ella. No le interesaba la opinión de la gente y sin embargo eso parecía. Miro hacia el cielo como si hubiera una respuesta escrita ahí pero solo vio las nubles grises cubriendo el sol.
Bajo la cabeza y siguió caminando sin atreverse a mirarse de nuevo o a la niña que pretendía ser. Camino hasta que llegó sin querer cerca de la casa de la familia Rose, había oído que planeaban mudarse pronto pues no soportaban la pedida de su única hija.
En el patio de la casa pudo ver a alguien saliendo de un auto lujoso. Era una joven de cabello rizado color rojo que le llegaba hasta debajo de los hombros, lucia preocupada y triste observando la casa de la familia Rose con esos ojos color verde oscuro que reconocería en cualquier lugar. No había duda, era ella: