La niña de cabello rubio corrió extendiendo los brazos con una resplandeciente sonrisa.
—¡Papá!—grito arrogándose a los brazos del hombre.
El hombre, alto y bien parecido, la rodeo en sus fuertes brazos.
—Hola, princesa—saludó sonriendo.
La pequeña Doll hizo un puchero.
—¡No me llames así! Ya casi cumplo diez años, no quiero ese apodo de niña pequeña.
—¿Como debería llamarte entonces?
—Reina—sugirió la niña sonriendo. El hombre se rio ante la respuesta inesperada—. No es broma.
El padre de familia rio de nuevo al comentario de su hija y avanzó para saludar al mayor de sus dos hijos.
Esa fue la última vez que se comportaron como una verdadera familia. La familia Campbell, una semana después, se rompió.
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Doll no supo que hacer cuando escucho eso, sintió una punzada en el pecho.
—¿De qué hablas... Que estás diciendo?—dijo con voz entrecortada con los ojos abiertos de par en par.
Elizabeth puso sus manos en sus rodillas mientras jadeaba.
—Tu padre está muerto—repitió—. Cuando iba a casa vi a gente reunida y pregunté que había sucedido. Lo asesinaron esta mañana en el bosque del parque—dijo con la cabeza baja para luego tomarla por los hombros nuevamente.
No podía ser. Su corazón latía con fuerza, no podía ser cierto. Alzó la vista y vio a Elizabeth, lo sabía, había sido ella quien lo mato así que apartó sus manos y la agarro del cuello.
—¡Tú lo mataste! Lo sugeriste y lo obtuviste... ¡Era mi víctima, Elizabeth!—le grito furiosa.
Elizabeth frunció el ceño y la apartó de un empujón.
—¡No fui yo! Lo sugerí con la mirada pero me dijiste que lo querías hacer tú y no lo hice ¡En serio! ¡¿Que objetivo tendría arriesgarme a arruinar nuestra poca confianza con eso?! ¡¿Por qué lo haría sabiendo que podrías matarme?! ¡No lo hice!
Doll se apartó un poco, empezó a jadear mientras sostenía su muñeca. Sus emociones estaban revueltas. No sabía si sentir enojo por qué le quitaron a su víctima, tristeza por qué mataron a su padre o felicidad por qué se deshizo de el. Fue cuando cayó en cuenta de algo.
—Pero... Si no fuiste tú, ni yo... ¿Quien fue?—pregunto asustada.
Elizabeth la miro unos segundos.
—Yo también lo pensé... Por unos momentos, pensé que habías sido tú, pero... Era imposible—dijo bajando la cabeza—. Hay alguien más que no eres tú ni yo matando gente, esto es peligro para las dos. En nuestro juego alguien está haciendo trampa, en este juego de dos personas se ha colado una tercera—dijo Elizabeth con seriedad.
Había alguien moviendo hilos detrás de ellas, mientras ellas cocían su perfecta trampa alguien estaba armándola de nuevo. Antes ellas eran las que miraban el juego desde arriba y controlaban el juego, eran jugadoras. Ahora eran piezas, eran peones.
—Podría haber sido un intento de asalto que salió mal... No significa necesariamente que sea alguien peligroso—pensó Doll.
—¿Y si no?—cuestionó su socia—. Piénsalo, aquel incidente en el circo podría tener algo que ver. Debe ser la misma persona.
—¿Quién... Quien puede ser?—preguntó Doll nerviosa.
Elizabeth tardó unos momentos en responder.
—No lo sé, pero hay que andar con cuidado. Ahora es asesinar o ser asesinado. Al primer sospechoso, lo matas—indicó—. Ya no puede ser como antes, ahora podríamos morir en cualquier momento.
Doll solo asintió. Elizabeth vio a los lados antes de retirarse de ahí. La pequeña asesina empezó a caminar hasta su casa con la mirada baja. ¿Qué haría? Ahora comprendía lo que sentían los demás. El problema era que ellas eran las que mataban y elegían a sus víctima con anterioridad. Ahora había otro loco suelto que había matado a su padre ¿por que lo mato?
Se paró en seco recordando al pequeño mentiroso, el se veía agitado cuando lo vio hacia solo unos minutos, estaba nervioso al verla e incluso la atacó. Sacudió la cabeza, era absurdo pensar que ese niño tan débil hubiera podido matar a un adulto.
Quiso seguir avanzando pero se sintió sin fuerzas para caminar, se sentó en la acerca de la calle y abrazo sus piernas. Sus pensamientos estaban revueltos y confusos con emociones entrecruzadas. Estaba mareada y tenía ganas de vomitar.
Ethan Campbell había muerto, por unos momentos consideró en que Elizabeth pudo haberle mentido, pero era imposible que fuera tan tonta. Su padre había muerto, el hombre que la amo y la cuidó durante diez años.
Lo había amado, había amado a ese hombre con todo su ser, pero desde que la abandonó el hombre que se presentó frente a ella no era el mismo que la había criado. Su padre había muerto hacía dos años.