El príncipe Castiel avanzaba preocupado de un lado a otro de su habitación; no lograba conciliar el sueño, su mente estaba ocupada pensando con detenimiento en fallos que se pudieran presentar en el plan que empezó a tramar al lado de su consejero. ¿Cómo podría su madre descubrirlo? ¿Qué hacer en caso de que las cosas no salieran como él esperaba? Y finalmente ¿cómo encubrir, por ahora, a su prometida ficticia?
No quería que fuera del dominio público, lo haría únicamente en caso de ser extremadamente necesario. Por el momento era seguro que la enviaría lejos, a aquel lugar que utilizaban como casa de verano, con la excusa de que podría cometer algún acto indecente teniendo a su prometida tan cerca… Sí, seguramente con aquella banal excusa su madre le creería.
Sabía que la chica se las podía arreglar viviendo ella sola en una residencia como aquella, puesto que era muchísimo más chica que el palacio, pero aún así pensó que sería buena idea enviar a un par de sirvientas de su confianza.
Así que tendría que empezar a hacer los preparativos. Era hora de despertar a Lysandro.
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Alice sentía que la suerte estaba de su lado. No había tenido problema alguno desde que salió de su habitación, no había guardias en los pasillos, y no tardó mucho en encontrar la salida.
Tan solo caminó unos minutos cuando se encontró con una caravana de carretas que identificó como comerciantes que se dirigían precisamente al Tercer Distrito. Con astucia logró colarse en una de ellas, así el viaje fue más cómodo.
Llegó a su distrito en menos tiempo del que esperaba.
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El capitán de la Guardia Imperial refunfuñaba sin parar, haciendo recorridos por el palacio cerciorándose de que todo estuviera en orden. No había podido escaparse a dormir aunque fuera una pequeña siesta; a pesar de que era su deber montar guardia todas las noches, la mayoría del tiempo solía evadir su responsabilidad dejándola a algún miembro de la Tropa de Élite. Sin embargo esa noche todos habían negado a ayudarle. Vaya equipo. No era suficiente con que no tuvieran sentido del humor, ahora desacataban sus órdenes. Bostezaba cada tanto, hastiado. Estaba completamente seguro de que no habría ningún problema, al igual que las otras veces, pero Castiel insistía en la seguridad. Y Lysandro también. Y Armin no era capaz de desobedecer al consejero real.
Sólo le faltaba recorrer el pasillo de las habitaciones de invitados, en donde yacía la prometida del príncipe. Iría a echar un vistazo y después se retiraría a su habitación a dormir el resto de la noche. Si algo pasaba ya se encargaría al día siguiente.
Se plantó frente a la puerta de la única habitación ocupada y pegó su oído. Silencio, quizás demasiado. No distinguía ni siquiera el sonido de la respiración.
Sin pensarlo dos veces entró con sigilo a la habitación; entre la oscuridad visualizaba un bulto recostado en la cama, pero a esas alturas ni siquiera era necesario acercarse para darse cuenta que eran las almohadas que la chica dejó como reemplazo de su cuerpo.
Armin rió al ver la habitación vacía y todo rastro de sueño se esfumó. Por lo menos, esa noche no estaría aburrido.
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Cuando llego al Tercer Distrito, Alice Arlelt tenía dos objetivos en mente: visitar a Sharon para asegurarse que estuviera a salvo, y visitar a Nathaniel para explicarle su situación actual. Por un instante fugaz pensó en visitar también a su madre pero inmediatamente descartó la idea; seguramente ella ya estaría codeándose con la gente del Primer Distrito, alardeando en la nueva casa que Castiel había prometido. Además si aún la encontraba allí, seguramente la reprendería por haber huido del castillo. Descartó inmediatamente esa última idea.
Empezaría por lo más cercano: la casa de Nathaniel.
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—¿A dónde vas, Armin? —a pesar de que no compartía habitación con su hermano gemelo (más bien, eran habitaciones contiguas), el alboroto que había hecho el capitán había sido más que suficiente para despertar a Alexy, quien aún somnoliento y tallándose los ojos, acudió a verificar el estado de su hermano, encontrándolo en medio de la habitación hecha un desastre. Supo que saldría puesto que había empacado un par de cosas y aún estaba con el uniforme distintivo de la Tropa de Élite: la capa con la imagen bordada de tres rosas sobre una corona.
—Hazme un favor y no digas nada a nadie hasta que vuelva— le pidió sin dejar de lado su labor. Alexy, sin entender mucho solo asintió—. Quiero ver la cara de Castiel cuando sepa que su prometida se escapó —aquella declaración, más para sí que para su hermano, hizo que Alexy despertara por completo.
—¿QUÉ?
Armin solo rió por lo bajo.
—Promételo.
—¿Pero cómo pasó? —inquirió, pero Armin ya estaba saliendo de la habitación.
—¡Ni una sola palabra! ¡Nos vemos en la mañana!
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—Nath…—susurró alzando la vista hacía la ventana en la que se suponía estaba su verdadero prometido. Sabía perfectamente que no alcanzaría a escucharla, pero tenía la esperanza de que él se asomara por allí. Al final, no hubo ningún ruido.
Respiró profundamente, y rogando que la persona que abriera la puerta fuera el rubio y no cualquier otro de sus familiares, dio tres toques a la puerta. Su mano temblaba.
—No conforme con arruinar mi vida, decides aparecer a media noche— la suerte que la había acompañado desde su salida del palacio decidió abandonarla en el momento crucial: quien menos se quería encontrar estaba frente a ella. Sabía que una vez que se casara con Nathaniel la debía frecuentar, después de todo Ámber era su herma; pero simplemente no podía soportar su actitud y la manera dura en cómo le miraba en instantes como ese—. ¿Qué quieres?