Another Cinderella

Capítulo V

Alice Arlelt sabía cocinar muy bien. Había aprendido desde pequeña y a pesar de no tener grandes estudios, y ni siquiera podía leer o escribir, el preparar alimentos era una habilidad que se le daba exquisitamente. Le gustaba hacer sobre todo pasteles, aunque la mayoría de las veces estos iban a dar al paladar de otras personas. No siempre se podían dar el gusto de comprar cosas tan lujosas como el azúcar, pero cuando había oportunidad incluso los decoraba con frutas. Conocía el dicho "la cereza que adorna el pastel" puesto que esas pequeñas frutitas lucían muy monas y daban un aire perfecto a cualquier pastel que hiciera. Las cerezas eran el toque final.

Bueno pues, si aquella fatal noche fuera uno de sus tan exquisitos pasteles, la cereza sería el capitán Armin.

Pero esa situación no era un pastel. Ni siquiera era dulce. Era amarga.

Y era estúpido comparar a un hombre que comía golosinas y dirigía un ejército con una fruta.

—¿E-en… problemas? — lo único que faltaba en la noche de Alice Arlelt para ser oficialmente la peor noche (¿o pastel?) de su vida era tener un enfrentamiento con aquel príncipe malhumorado. Tontamente creyó que podía librarlo, que él no sabría nunca de su escape. Pero no contó con ver al capitán de la Guardia Imperial parado frente a ella, comiendo como si fuera un día de campo y dictando su sentencia con una gran sonrisa en su rostro.

—¿En serio, creías que no me enteraría? —dio otro mordisco, después alargó la bolsa de papel hacia Alice. Ella tardó en comprender que le estaba compartiendo, pero se negó—. La última vez te demoraste toda la noche en ir a tu distrito, y ¿crees que podrías ir y venir en unas horas sin que me diera cuenta? Eres una persona bastante peculiar.

—¿Cómo supo que vendría hasta aquí?

—Intuición, supongo— Armin se encogió de hombros.

Alice solo desvió la mirada, avergonzada. No por haberlo subestimado, más bien por no haber pensado bien las cosas. Pero lo hecho, hecho estaba. Seguramente el príncipe se molestaría… No: seguramente el príncipe se enfadaría. Seguramente la encerraría, o la mataría, o la torturaría…

En el poco tiempo que tenía de conocerlo (en persona, puesto que sabía que había un príncipe, un rey y una reina desde el día que nació) inmediatamente supo que no era alguien a que le gustara bromear. Se tomaba las cosas enserio y… era muy malhumorado. Sin contar que daba órdenes –en su opinión– a diestra y siniestra.

Así que si duda le daría un castigo del que nunca se libraría.

Castigo del que nunca se libraría, repitió en su mente. Castigo del que nunca se libraría, volvió a pensar… ¡Castigo del que nunca me libraré! y como si de una revelación se tratase, abrió sus ojos esmeraldas como platos, las manos comenzaron a sudarle, el corazón le palpitó en una taquicardia… Estaba asustada. Estaba realmente aterrada. Demonios, demonios ¡demonios!.

Debería pensar mejor las cosas.

Debería dejar de hacer planes tan suicidas.

—Hey —susurró suavemente Armin, haciendo que sus malos pensamientos se esfumaran un instante. Él por el contrario no se veía interesado en la situación—. No te preocupes aún. Si yo no abro la boca, seguramente no se entera.

La última oración resonó en su cabeza. Seguramente no se entera. ¿Es real lo que he escuchado?

El rostro de Alice fue iluminándose poco a poco mientras procesaba aquellas palabras. ¡Él no pensaba delatarla! Se estaba preocupando en vano. Era la única buena noticia que había recibido, era tal la alegría que por un instante olvidó su reciente pelea con Nathaniel. Comenzaba a agradarle aquel singular capitán.

—¿De verdad? ¡Muchas gracias por no decirle! De verdad, no sabe lo mucho que…

—Espera, espera…—hizo un ademán con la mano, antes de que ella comenzara a dar brinquitos de alegría a juzgar por la enorme sonrisa en su rostro—. Para tu carro chica. Nunca dije que no hablaría. Dije "no te preocupes AÚN…"

Y mientras Armin ensanchaba su sonrisa, la de Alice se desvaneció por completo. Los sentimientos le llegaron de golpe. Taquicardia, manos sudadas, pensamientos de tortura…

Y Armin… el Capitán de la Guardia Imperial, Armin comenzó a reír frenéticamente, dejando en confusión a la chica pelinegra.

—Me encanta ver esa expresión de terror en sus rostros —Armin se tuvo que limpiar una lágrima producto de la fuerte carcajada que acaba de dar ¡Llevaba mucho tiempo sin reír así! Pero Alice, por su parte no estaba nada contenta con aquella pesada broma—. Me agradas, así que hagamos un trato. Toma asiento primero.

El capitán se tiró entre la hierba, y Alice evidentemente confundida, tardó el procesar que él no sacaría alguna silla para sentarse. Terminó por hincarse frente a él, sin preocuparse mucho por su viejo vestido.

—Juega conmigo—señaló el tablero de ajedrez que había preparado con anterioridad—. Una partida solamente y ya veremos si le digo o no.

Alice frunció el ceño. ¿Eso quería decir que su vida dependía de aquel juego de ajedrez? En verdad aquel Capitán estaba demente. Sin embargo, aceptara o no, había un pequeño problema: jamás en su vida había tocado un tablero. Sabía de ese juego puesto que en el bazar que siempre visitaba había uno, pero era tan caro que nadie se podía dar el lujo de comprarlo. Además, era tan difícil que ni siquiera Nathaniel, a quien consideraba la persona más inteligente que conocía, había conseguido jugar una sola vez.

—No sé jugar —dijo, con la esperanza de que el capitán cambiara de opinión. Pero se había equivocado.

—¡Es sencillo!

Y con una gran sonrisa en su rostro, Armin comenzó a explicar las reglas del aquel juego –que era de todo, excepto sencillo– a una velocidad impresionante. Alice captaba algunas, otras no, y ni tiempo había de preguntar. Para el final del curso intensivo, sólo recordaba que una pieza se llamaba Rey y otra Reina. Y daba gracias de que no hubiera un Príncipe, porque sentiría que la pieza comenzaría a atacarla.



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En el texto hay: fanfic, romance, corazondemelon

Editado: 01.02.2023

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