—¡Alteza! ¡Eso es imposible! —Castiel se llevó una mano a la frente mientras que la otra, escondida bajo la mesa, formaba un puño en un intento de contener su ira. Y no era el único con cara de fastidio, pues en el Cuartel de la Guardia Imperial el ambiente era denso. Había transcurrido ya buena parte del día atrapado en una reunión que los Líderes del Segundo y Tercer Distrito consideraron de carácter urgente—. Nos han llegado informes de actividades sospechosas procedentes de Sucré, ¿no cree que es momento de tomar medidas? — Jason Kahler, líder del Segundo Distrito era la persona más obstinada de todo Amoris y la más paranoica también, a vista del príncipe.
—Lo repito, no entraré en una guerra innecesaria —contestó por enésima ocasión.
— ¡Con esa mentalidad, nuestros distritos serían los primeros que caerían! —Dorian Holtzer, líder del Tercer Distrito se irguió con agitación. Para él y su compañero las señales de guerra eran inminentes y debían contraatacar cuanto antes.
—Pero qué pesimista, señor. ¿Acaso no confía en la capacidad de sus soldados para proteger al pueblo? —la única persona que parecía hasta divertido con la situación era el Capitán Armin Krieger. Tanto él, como Kentin (quien trataba de mantenerse al margen de la situación) compartían ideales con el Príncipe de Amoris. Pero al primero le fascinaba observar cómo la gente perdía sus estribos. Dorian frunció el ceño como respuesta; y Castiel, moviendo cielo, mar y tierra en su interior para no perder la compostura, volvió a tomar la palabra.
—Hemos sido aliados del Reino Sucré desde hace décadas. Cuando ha sido necesario, hemos llegado hasta el punto de enviar víveres para apoyar a los ciudadanos que han perdido sus cultivos a causa de las constantes tormentas de nieve que azotan aquella región. Y han respondido a nuestra generosidad con paz. Y, hablando de manera personal, conozco a Viktor. Sé que es un hombre de palabra y respeta acuerdos.
—Con todo respeto, Alteza, lo mismo pensábamos del Reino Dolce y su actual soberana, y creo que todos sabemos cómo terminó tal historia —Kahler, con una sonrisa mal disimulada sabía que aquella situación había herido la sensibilidad del príncipe en su adolescencia. Sin embargo el heredero a la corona no demostró ninguna reacción, lo que terminó por hastiarlo—. Además, usted aún no es la máxima autoridad de Amoris, por lo que no está capacitado para resolver este caso con el Rey de Sucré. Y con la Reina ausente, no tenemos un líder en concreto— suspiró con pesadez. Luego añadió en voz baja—. Si tan solo nuestro rey no hubiese fallecido…
—Estoy comprometido. Contraeré nupcias.
Aunque ambos líderes parecían sorprendidos por la declaración del príncipe, no era suficiente excusa para amedrentarlos.
—¿Y cuándo? ¿Se tomará el tiempo de organizar un evento de tal magnitud cuando los distritos corren peligro? ¡Esta guerra no se va a detener para asistir a una boda!
—No hay otra alternativa: debemos someterlo a votación.
—No podremos entrar en una votación. La representante de la Zona Candy no se encuentra con nosotros —Lysandre, en su papel de Consejero Real, era el mediador en cada reunión que se hacía, adoptando un punto de vista imparcial. Sin embargo, hasta él sabía que la propuesta de los líderes era un tanto radical—. ¿O es que acaso duda de las capacidades de la señorita Allen?
Jason emitió un gruñido y rodó los ojos.
—Bien, entonces, si su Alteza me permite, pospondremos esta reunión hasta la llegada de la señorita Allen, muy pronto a efectuarse —cuando el príncipe escuchó la última frase no pudo menos que mostrar un gesto confundido—. Se les hará llegar un comunicado cuando esto suceda.
Una vez que en la habitación solo quedaron el príncipe y su consejero, Castiel se desplomó sobre la silla.
—Voy a fingir que no escuché a un par de vejestorios decir en mi cara que no tengo madera de rey —dijo—. Lo que no alcanzo a comprender es por qué nunca se me informa de los sucesos más relevantes que suceden dentro del Palacio ¡Es mi casa!
—Alteza, ha estado muy al pendiente de la señorita Arlelt que no he tenido ocasión de comunicárselo—antes de que el príncipe le preguntara qué significaban aquellas palabras, Lysandre continuó—. Lo que me recuerda, la señorita Alice solicita verle.
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Alice había escuchado alguna vez que las puestas de sol en la playa eran las más hermosas que una persona podía ver; pero no tenía manera de comprobar aquello. Jamás había visitado el mar.
Lo que sí sabía era que observar el atardecer desde el jardín de rosas del Palacio Real era uno de los espectáculos más impresionantes que había visto en toda su vida. La manera en cómo los colores cálidos se fundían unos con otros, realzando las bellezas de las flores era una vista que de verdad extrañaría. Quizás, cuando haya regresado a su casa en el Tercer Distrito y su vida volviera a la normalidad, le pediría a Louis que consiguiera algunas semillas de rosas y así tener su propio jardín en miniatura.
Pero por ahora, a cada minuto que pasaba con el sol ocultándose en el horizonte era un recordatorio de que estaba cada vez más cerca de enfrentar muchos de sus miedos, comenzando con el príncipe Castiel.
Cuando despertó y Lysandre fue a dejar el atuendo que ese día usaría, lo primero que pidió fue ver al príncipe. Pero todo el día transcurrió sin que lo viera, lo que aumentó su nerviosismo. Ni siquiera contemplar el vestido (que era, por mucho, el mejor atuendo que le habían proporcionado), ni la comida, ni la conversación amable de Iris y Melody habían logrado que se calmara. Y ahora, a unos instantes de que la fiesta de Charlotte Leclair diera inicio y con eso su última actuación como futura princesa de Amoris, sentía que la presión sobre ella iba en aumento.
Pero antes de hacer todo aquello, tendría que confrontar al príncipe. No huiría más.