5:30 AM. Jayden estaba de pie, vestido con su uniforme a excepción de la casaca. Ató firmemente los cordones de sus botas, se ató el cabello con una liga y salió del complejo a trotar por los alrededores. Le dolía la cabeza, después de todo sólo había dormido dos horas pero estaba acostumbrado a eso. Estaba muy oscuro, las luces que apuntaban hacia el bosque no bastaban para iluminar todo el trayecto quedando espacios de luz y otros de absoluta sombra como una manta de retazos.
«Sin el visor es más complicado ver por donde ando» se lamentó Jayden en cuanto trastabilló por tercera vez con un guijarro suelto «Y hablando del visor, ¿qué fue de mi máscara? Se supone que los puntos muertos están inundados de gases mortales, ¿dónde está la nube de gases tóxicos? Esto es una farsa»
Al terminar de calentar se detuvo junto a un tronco para usarlo de apoyo mientras estiraba las piernas. Pasaba de las seis de la mañana, el sol comenzaba a mostrar sus primeros rayos de luz dorada por encima de las copas de los árboles. Algunas aves iniciaron con suaves gorjeos que se convirtieron en silbidos, hasta que el aire se inundó de un coro armónico e improvisado, rebosante de vida como el bosque mismo. Jayden se quedó quieto un minuto, escuchando a aquella banda de músicos con alas emitir las más intrincadas notas.
—Es maravilloso —dijo en voz queda, mirando a unas cuantas aves pasar volando en dirección desconocida.
Cuando terminó su rutina de ejercicios más o menos a las ocho, el comandante de Heavenly regresó al cuartel para darse un baño. Luego se fue al comedor y disfrutó con calma de un delicioso almuerzo y una taza de café como le gustaba, bien caliente, con dos de azúcar y una pizca de canela. Cerró los ojos mientras le daba un gran sorbo a su café, sintiendo el vapor ascender hasta su rostro y mecer ligeramente algunas hebras de su cabello.
—Buenos días —dijo una voz grave pasando frente a él. Abrió los ojos y se topó con la acostumbrada sonrisa del general, por primera ocasión lo veía bien vestido, con su uniforme color verde oliva y sus botas marrones, el cabello arreglado y peinado hacia atrás, las condecoraciones al pecho y una corbata roja contrastando contra el blanco de su camisa.
—Buenos días, Jesse —respondió Jayden sonriéndole también, con la taza rozando sus labios. Reprimió una carcajada burlona, el general tal y como prometió se dirigía hacia su fatal destino. Esto es: correr por todo el complejo vistiendo únicamente su calzado.
Jesse se despidió de él inclinando la cabeza y siguió su camino hacia donde fuera que iba. Se veía bastante contento. Y guapo también. Jayden le siguió con la mirada de reojo hasta que se perdió tras la puerta del otro lado. Más tarde se enteraría de qué tan ridículo estuvo el asunto. Volvió a su café, terminó de disfrutarlo como todo buen café se merece y salió al campo de tiro.
Bajo una caseta que consistía en cuatro postes y un techo de lámina había varios estantes con armas y unos cuantos cartuchos. El soldado tomó un rifle de franco, parsimoniosamente lo cargó y lo revisó, el olor de metal y grasa tan propio de las armas se coló por sus fosas nasales recordándole sus días de entrenamiento como novato. Dejó escapar una risa nasal al evocar al chico de cabello largo y cuerpo delgado que solía ser, tímido y retraído.
—Era un crío inadaptado —dijo Jayden para sí —. A veces me pregunto cómo sobreviví a tanta mierda.
Con el rifle en brazos se colocó tras la barrera de seguridad y verificó que las luces de alerta no estuviesen encendidas. Esas luces se encienden cada que alguien está en pleno campo para avisar a los tiradores y evitar tragedias. Miró de cabo a rabo la extensión del campo y al no avistar a nadie recargó el rifle sobre unos cubos de heno y se soltó el cabello.
—Esa melena de princesa debería ser un crimen —dijo un hombre de acento sureño, marcando sus pasos sobre la gravilla. Jesse se acercaba trotando tras casi darle la vuelta a todo Red Point, usando las manos para cubrirse su zona privada.
—Lo que es un crimen es verte correr desnudo, así que no voltearé —respondió Jayden, riendo y negando con la cabeza. Las risas de los soldados que venían tras Jesse terminaron por opacar la suya hasta que se alejaron mientras el general soltaba un grito de horror al sentir una ráfaga fresca de viento primaveral matutino. El hombre de ojos violeta volteó rápidamente, sólo para ver el trasero del general desaparecer tras un recodo —Sigo sin creer que haya pagado la apuesta —suspiró Jayden, divertido.
De un momento a otro ya no quiso practicar. Se sentía sin ganas, no triste, pero sin ganas. Dejó el rifle donde lo encontró y con las manos en los bolsillos se alejó lentamente del campo. Jayden no supo a ciencia cierta el por qué de su desgano pero no quiso indagar más en ello, sabía que si se metía en asuntos sentimentales estaría todo el día dándole vueltas a la idea y apenas era la mañana, no desperdiciaría un día magnífico.
Sin ahondar más por el momento, Jayden regresó al interior, en ese momento lo que más quería era un poco de acción y el mejor lugar para hallarla era fuera de Red Point en una misión. Se dirigió a la oficina del general, que ahora era su superior, y esperó ahí sentado aproximadamente un cuarto de hora. Cuando Jesse apareció por la puerta estaba rojo como jitomate, se había aseado pero el rubor se debía a la vergüenza, no al calor. Jayden cruzó la pierna y las manos sobre su regazo, y arqueando una ceja esperó hasta que el general se sentó tras su escritorio.
—General Torres, ¿cómo le fue en su caminata matutina? —le recibió Jayden con acento burlesco. Jesse se acomodó el cuello de la camisa y carraspeó antes de hablar.
—Me quedaré con el ejercicio de interior, gracias. Salir a trotar no es lo mío —gruñó Jesse queriendo borrar esa experiencia de su mente. Cambiando el tema, comenzó a revolver papeles de sobre el escritorio buscando algo en especial.