Sin atreverme a mirar al capitán, me enfoco en el suelo. Miro fugazmente a Coralie, quien mueve la cabeza negativamente. «Ya sé, Coralie, ya sé que no debí decir nada, pero no me llamo Prudencia». Pienso, jugando con mis manos, esperando lo que sucederá.
–¿Y bien, qué es lo que has dicho? –repite la pregunta, ahora frente a mí.
–Lo que ha escuchado, capitán. No daré detalles, pero a mí no me engaña con esa actitud villana que ha tomado en mi contra.
–Ven conmigo –expresa, tomando mi brazo y haciéndome avanzar en dirección a su habitación. Evidentemente quiere hablar sin que lo escuchen, y bueno, creo que tiene algo de razón. Hablar frente a Coralie no me representa ningún problema, pero Taranis es diferente. Así llegamos hasta la puerta de la habitación, la cual abre y me hace ingresar–. ¿Qué has estado insinuando?
–¿Insinuar? Fui muy clara, capitán. Está molesto conmigo y no puede negarlo. Es por eso que tiene esa actitud y es por eso que quiere encerrarme en la celda de castigo.
–Ideas tuyas, nada más. Te envié a tu lugar de descanso y me ignoraste. No puedo perder tiempo rescatándote de otra situación parecida a la anterior; eres un imán de problemas y no tengo tiempo que perder. Únicamente me aseguro de no preocuparme.
–Yo quiero conocer este lugar; es el hogar de mi única amiga a bordo.
–Eso no me interesa. No irás, y es definitivo, pero no te traje aquí para que hablemos de tus deseos. Estamos aquí porque no puedes ser irrespetuosa conmigo. He sido demasiado paciente contigo, pero todo tiene un límite. Llamarme de la manera en que lo hiciste frente a un prisionero y un miembro de mi tripulación es inadmisible.
–Esas son tonterías. ¿Por qué no eres sincero? Estás molesto, y estás molesto porque solo escapé sin más y te he estado evitando.
–Al menos admites lo que haces, pero es mucho más que eso. Te lo dije: no quiero preocuparme porque te suceda algo. Espero que aprendas a comportarte de una manera más adecuada. Te quedarás encerrada hasta que cumpla mi misión aquí –indica con seriedad, para acto seguido girar y marcharse. Sale de la habitación y, sin dudarlo, salgo tras de él. Llegamos de vuelta donde se encuentran Taranis y Coralie.
–Yo realmente deseo ir. No daré problemas, lo prometo –expreso, deteniéndolo del brazo.
–No, es peligroso, y no, simplemente no irás –responde con tono tajante, al tiempo que me mira directamente a los ojos.
–Capitán… –lo llamo con mi voz quebrada y con mis ojos llenándose de lágrimas–. Por favor.
–Capitán, disculpe mi intromisión, pero Magari no es peligroso. Yo lo conozco; puedo cuidar de Hiver sin problema. Permita que nos acompañe –interviene Coralie al ver que me encuentro a punto de llorar. El resto del equipo de búsqueda ya se encuentra esperando.
–De acuerdo –accede, girando para reunirse con el resto del equipo, pero deteniendo su andar antes de llegar hasta ellos–. Pero si se involucran en un problema, no haré nada por ustedes.
–Sí, capitán –responde Coralie.
–¿Quién necesita su ayuda? –musito por lo bajo. Coralie me mira con reproche.
–Guarda silencio de una vez y deja de estar molestando al capitán, o verás que dejará de ser tan considerado –me reprende con gran seriedad.
Sé bien que Coralie tiene razón, pero mis emociones son las que me controlan. Me parece injusto que el capitán se comporte de esta manera únicamente porque huí después de que me besó. Sé que debió ser… ¿inusual? No sé qué debió pensar o cómo debió sentirse, pero no fue algo que planeara. Simplemente, asimilar tal situación no es nada sencillo. Debería intentar comprender y no actuar de esa manera. Coralie me acompaña a buscar lo necesario para ir con el grupo de búsqueda y explorar la dimensión. Una vez que nos encontramos preparadas, volvemos con el grupo de búsqueda.
Descender del barco y pisar suelo Magarita para mí no representó un gran cambio, pero ante mis ojos he visto cómo Coralie brillaba con luz propia. El efecto que tiene el hogar en cada individuo es increíble, pero ver lo que a ella le ocasionaba es aún más increíble. La veo feliz, y eso es algo contagioso. Es un lugar hermoso. Avanzando al lado de Coralie, disfruto del paisaje mientras atravesamos un sendero inclinado. Al parecer, nos encontramos descendiendo una montaña, pero no parece demasiado pronunciada. No mentiré: en realidad no soy la mejor cuando de caminar se trata, y a mitad del camino ya siento el cansancio invadirme. Todos parecen tan tranquilos, como si caminar una larga distancia fuese nada para ellos; e incluso, Coralie dijo que no era muy lejos donde se encontraba el pueblo, pero yo siento que hemos recorrido el monte Everest unas dos veces, por lo menos.
–¿Podemos descansar? –me atrevo a preguntar, con la esperanza de recibir una respuesta afirmativa. Me encuentro realmente agotada; me duelen mis pies.
–No –responde el capitán con un tono lleno de seriedad.
–Oh, por favor, estoy agotada.
–Debiste pensar en ello antes de querer unirte al grupo. ¿Acaso alguien más se encuentra agotado?
–No, capitán –responden todos al mismo tiempo. Son unos bribones. ¿Qué podía esperar de ellos?
–Entonces continuemos. La noche puede caer en cualquier momento, y este lugar puede ponerse peligroso. Debemos llegar al pueblo antes de que la oscuridad nos envuelva y nos toque permanecer en una zona tan boscosa y aislada como esta.
Antes de que pueda objetar algo, Coralie sujeta mi brazo y me hace avanzar a su lado. Son un grupo de insensibles. ¿Acaso no se dan cuenta de que yo no soy como ellos? Pero debía venir aquí, por lo que seguramente esta desconsideración hacia mi persona es parte de una lección. ¡Qué malvados son! La tarde se encuentra por terminar cuando vislumbramos algunas señales de vida. Estoy tan agotada que en varias ocasiones he sentido que me quedo dormida por algunos segundos. Si no fuera por Coralie, que me mantiene del brazo haciéndome avanzar, seguramente habría tropezado en más de una ocasión, y seguramente nadie me habría ayudado. Ciertamente no soy santo de su devoción, y tal vez me lo he buscado, especialmente con Taranis.