Walter permanecía frente a ella y su corazón latía apresurado ante el roce suave de su mano en su mejilla.
—No llores, Caddy… —se acercó más a ella y su voz parecía suplicar. —Tú sabes que nada más puedo hacer…
Quería decirle que lo entendía, que tenía sus razones, pero dentro de sí misma algo terrible parecía crecer y ahogarla hasta. Se acercó aún más hasta que pudo sentir el cálido aliento de su voz sobre su rostro cuando lo levantó frente a él.
— ¿Qué quieres que haga? Dime. —le suplicó y hubiera deseado gritar. —Sabes que no puedo aunque lo deseo con todas mis fuerzas.
—Yo… es que no puedo entenderlo… —musitó entre lágrimas. —Aunque quisiera, no puedo.
— ¿Crees en mí? —pronunció casi rozando sus labios. Temblaba por completo y aunque su corazón deseaba gritar que sí, algo en su razón impedía que aquella escueta palabra fuera pronunciada. —Anda, dímelo…
Entreabrió su boca y un sacudón violento la espabiló, al tiempo que el rostro perfecto de Walter desaparecía y en medio de las penumbras de su habitación apenas iluminada por el pabilo de una vela a punto de extinguirse, el rostro de Jane volvió a acercarse a ella.
— ¡Al fin despiertas! ¿Qué tomaste? Hace rato que estoy hablándote y no abres los ojos. —Le reprochó con los brazos en jarra sobre su cintura.
Caddy se sentó sobre su cama y refregó sus ojos intentando enfocar la mirada en aquel rostro poco amigable, mientras tomaba aquellos segundos en pensar qué responder. Se había quedado dormida profundamente y el tiempo cruel había pasado sin darle el instante para pensar alguna excusa que finalmente convenciera a la harpía de Jane.
—Yo… No… ¿Qué hora es? —sus pensamientos mezclados, el deseo de sus labios por aquel beso soñado y el rostro de su prima fijo en el suyo, evitaban que una idea coherente e inteligente viniera a ella. Sólo resonaron en su cabeza las palabras del señor Denson: “Tiene que pensar más rápido”. Tenía toda la razón. Llevó su mano a la sien y presionó allí.
— ¡Habla ya, Cadence! —Reprochó molesta.
—Es que no se qué quieres que diga… Déjame dormir…
— ¿Que no lo sabes? Me dejas sola en la fiesta; vuelves a casa en sabrá Dios qué o con quién y te haces la que no sabes. Claro que vas a darme una explicación, de lo contrario se la darás a mi madre o peor aún, a John. —Dijo con tranquilidad pero tono claramente amenazante.
—No diré nada. —Las tres palabras se escurrieron sin pensar y se percató del asunto en el mismo instante en que los ojos de Jane brillaron, enderezó su espalda y caminó hacia la puerta.
—Muy bien… —dijo con tranquilidad y cerró la puerta tras de sí.
La llama de la pequeña vela se zarandeó ante el golpe estridente y todo quedó en silencio. La mansión dormía y percibió los pasos de su prima alejándose por el corredor. Dejó caer su espalda abruptamente hacia atrás y sus puños se cerraron presionando la sábana con todas sus fuerzas mientras un grito violento escapaba de su garganta casi como un gruñido. Había arruinado todo y el señor extraño tenía razón. Era lenta para pensar salidas apresuradas a los problemas.
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Bajó las escaleras lentamente, deteniéndose en el último escalón de la mansión. Sus ojos se posaron en el viejo reloj de la sala y a lo lejos oía el tintinear de la porcelana. No habían terminado de desayunar y claro que estaría John, su tía Anne y la fastidiosa de Jane que aprovecharía la oportunidad para cobrar su arrebato nocturno. Revisó la bolsa de terciopelo y allí junto a su carta estaba la única salida que se le había ocurrido a tremendo embrollo.
Carraspeó para aclarar su voz y continuó su caminata repitiéndose que debía mantener la calma y no dejar que sus ojos tan sinceros delataran a su boca mentirosa. Atravesó la arcada principal y John sonrió al verla llegar.
—Caddy… —replicó su gesto y él rápidamente se puso de pie para correr su silla del sitio.
—Buenos días… —dijo sonriendo mientras tomaba su puesto y todos respondían al unísono.
El sol resplandecía en la sala burlándose de la noche tormentosa, iluminando el amplio ambiente y llenando de calidez. Tras el cristal del amplio ventanal, sólo quedaba el vestigio de alguna gota escurridiza entre la hierba del jardín, alguna nube desparramada en el cielo casi diáfano y una humedad que se percibía sofocante.
Su tía había dado el lugar en la cabecera de la mesa a John y ocupaba el puesto a su derecha; Jane a su izquierda y frente a ella, la silla de Cadence.
Tomó un panecillo y Rose, una de las empleadas de la casa, vertió el humeante té en su taza.
— ¿Cómo les ha ido anoche? —Preguntó John entusiasmado, mientras Caddy tragaba el bocado de pan y percibía la mirada gozosa de Jane clavada en su rostro.
— ¡Excelente! —Se apuró su prima a responder. —Es que no imaginas lo preciosa que es la mansión Hemingway, el excelente gusto para decorar que tiene Brooke y claro que el baile fue exquisito. La orquesta, el jardín… todo perfecto. ¿Verdad Caddy? —dijo con una sonrisa en los labios y ella solo se limitó a asentir mientras bebía un sorbo de té, preparada para su ataque de un instante a otro. —Aunque te perdiste la mejor parte… ¿Dónde te metiste? Es que luego que descendimos del carruaje no volví a cruzarte… ¿Cómo llegaste a casa? No pudimos dar contigo y eso que le pregunte al estorbo de Amy y a Brooke, por supuesto. —Podía percibirse el siseo de serpiente venenosa en cada una de sus palabras, pero al unísono, John dejó reposar su taza sobre el plato y apretó el ceño.