El sol pleno de una mañana preciosa, se colaba por los cristales del ventanal iluminando la sala y la gran mesa. Miró el reloj constatando que habían pasado unas ocho horas desde su encargue a Rose, y aún no tenía novedades. No entendía que tan difícil podía ser conseguir la dirección de un caballero pero sin dudas algo había sucedido, de lo contrario, la habría despertado apenas hubiera amanecido con alguna noticia.
—Gracias al cielo que nada sucedió, que nadie lo notó, porque estoy abrumada de tantos problemas contigo, Cadence.
Caddy revolvió el té humeante del desayuno mientras oía la voz irritante de su tía Anne, reprochándole una y otra vez que hubiera abandonado la mansión de los Hemingway sin avisar a John o a la mismísima Jane, quien llorisqueaba compungida junto a su madre, repitiendo hasta el hartazgo que la desagradecida de su prima le había arrancado dos mechones de sus preciosos cabellos en un ataque de descontrol. Tragó saliva y cerró sus ojos un instante para calmar sus impulsos, mientras llenaba su boca de aquel líquido cálido y deseaba con todas sus fuerzas que le crecieran alas grandes y fuertes para volar lejos de allí.
—John, creo que Cadence ha enloquecido… mira el estado en el que regresa de una reunión social. —John bebió su café y miró a su madre con desgano y sin pronunciar palabra. —Ha llegado sola en medio de la noche y luego de dar semejante espectáculo en una casa decente y de excelentes modales. Es que ya estoy imaginando las habladurías de todas las señoritas de buena familia que presenciaron semejante bochorno.
—¡No solo eso, madre! Mira mi cabeza, mírame… —Jane señaló a un costado de su cabeza como si pudiera verse la falta de cabello. Caddy levantó la mirada apenas para constatar que sólo estaba exagerando, aunque hubiera deseado que sus palabras fueran verdaderas pues a pesar de continuar soportando su voz de áspid, la imagen de aquel cabello en su mesa de noche le recordaría para siempre por qué llevaba el apellido Miller y que por primera vez le había dado su merecido. Sería un trofeo que guardaría para siempre.
— ¡Por Dios bendito! ¡Mira, John! Si le falta el cabello… —Anne Miller señalaba la cabeza de su hija y John rodó sus ojos, harto de semejante teatrillo. — ¿No piensas decir nada? —Le reclamó su madre, molesta y decepcionada.
— ¿Qué quieres que diga, madre? —preguntó hastiado y con tono áspero.
—Eres el hombre de esta casa, John, no lo olvides… —Fue la escueta respuesta de su madre y luego volvió la mirada a Caddy. —Y tú, deja de pasear de noche por las calles sin compañía y dando espectáculos de semejante envergadura. En lugar de eso hubieras aprovechado los días fuera de estas paredes para conseguir marido. El tiempo pasa, querida mía y esta no es tu casa, sólo recuérdalo. Es la herencia de mis hijos y no pretenderás que te mantengan para siempre ¿verdad? —La había herido. Observó sus ojos enrojecidos de rabia y la media sonrisa en el rostro de Jane que permanecía a su lado, disfrutando plenamente del momento. Su tía tenía razón. Nada de allí le pertenecía y solo le recordó una vez más lo que siempre supo: estaba allí por caridad, por ayuda, por misericordia y el pedido de su padre a su difunto tío. Su barbilla tembló y contuvo el deseo profundo de llorar, aunque sus ojos se anegaron en lágrimas y su garganta se cerró comprimiendo su respirar.
— ¡Madre! —Intervino John por primera vez desde que había tomado su lugar en la cabecera de la mesa, claramente ofuscado. —No vuelvas a decir eso nunca. No lo permitiré. Caddy es parte de esta familia y siempre lo ha sido. Si hay algo que reprocharle, es algo que me concierne sólo a mí como responsable de esta casa y de cada una de ustedes. Ahora déjennos a solas y hazme el gran favor de dejar de gritar que soy yo quien no da más del dolor de cabeza. —Su voz había retumbado en el gran salón y por un instante, Caddy hubiera jurado que se oían los pájaros cantando en el jardín ante el silencio abrumador en que todos quedaron sumidos. El chirriar de la silla de Anne resquebrajó el momento y a continuación los pasos ofendidos de ella y de su hija abandonaban el recinto.
Caddy apoyó la taza en el plato aguardando el reproche de John, pero para su sorpresa se recostó nuevamente hacia atrás en su silla mientras comía un bocadillo, en silencio y tranquilidad. La sala continuaba calma y ante su mirada contrariada y con un dejo de preocupación, Caddy le ofreció un poco más de té y volvió a su lugar. Lo observó con detenimiento y solo allí se percato de que estaba extraño, con el rostro apesadumbrado, los hombros hundidos y su cabello un tanto despeinado.
—John… ¿te encuentras bien? —Él inspiró profundo y como si los pensamientos que lo perturbaban se desvanecieran y volviera a la realidad, la miró a los ojos y asintió con una leve sonrisa.
—Estoy bien, no te preocupes. Solo necesito tener el desayuno en paz y calma. Ahora quiero que me expliques qué sucedió ayer.
—Entiendo. —Tomó su taza y en aquella paz silenciosa, bebió un sorbo mientras tomaba coraje para hablar. —Quiero disculparme contigo por lo de Jane, por avergonzarte o hacerte pasar un mal momento. Lo siento profundamente por molestarte, por perturbar tu paz, pero solo por eso. No lo lamento por ella, porque juro que lo merecía. —Dijo con determinación mientras los ojos de su primo la observaban con atención, oyendo su descargo y tratando de encontrar una justificación. —Pasé un momento terrible en esa calle, no lo imaginas. —Volvió a sentir el deseo de llorar al recordar el caño de aquella arma sobre su cabeza y los ojos embravecidos que la observaban directo y amenazantes, para luego arrebatarle lo más preciado que atesoraba. —Estaba alterada, dolida, asustada y ella insistió en molestarme. Sé que no hice lo correcto y me disculpo por ello.