Sus manos permanecían heladas como si afuera de aquel carruaje un viento recio soplara bajo la humedad de una lluvia torrencial, aunque en realidad el sol de la tarde veraniega se escondía entre las arboledas del camino y aún percibía bajo los rayos que se escurrían por el cristal, las diminutas partículas de polvo sobrevolando el lugar.
El zarandeo constante sumado al silencio de John, acrecentaba el malestar que parecía haberse convertido en un nudo apretado, instalado precisamente en el centro de su pecho.
Su tía Anne llevaba el ceño apretado, pero de alguna manera parecía estirar sus comisuras en una sonrisa constante que acusaba a la distancia el placer que le producía que finalmente consumara el matrimonio, no importaba con quien, aunque en realidad se había empeñado al menos dos horas en cuestionarle a John por qué desconocía el número de ingreso anual de las arcas de Drake. ¿Acaso importaba? Nada en absoluto.
Su vida había sido una constante sucesión de pérdidas. Su identidad, su padre, su libertad, su prometido, su poder de decisión y ahora su vida completa. Apretó con sus manos aquella realidad y sus nudillos blancos sólo percibieron alivio al tacto de la mano de John sobre la suya.
Levantó la mirada y encontró sus ojos amables y aquella sonrisa tierna.
— ¿Estás bien?
—Un poco nerviosa… —musitó y sus labios se estiraron en lo que simulaba una sonrisa.
El camino continuó en silencio, ella lamentando su suerte y con aquel temor profundo por lo que vendría después; él cuestionándose una vez más el no haber sabido antes el nombre de la maldita mujer, pues se hubiera ahorrado bastantes problemas que ahora lo aquejaban.
Cuando el carruaje finalmente se detuvo frente a la capilla, corrió el cortinado del cristal y a través del velo blanco que cubría su rostro, tragó nerviosa sintiendo lástima de sí misma. La entrada estaba vacía y sólo precedía el gran pórtico de madera antigua, una enredadera repleta de flores rosadas. Sus piernas avanzaban temblorosas mientras oía el viejo pianoforte resonando al final del recinto y a los costados de aquel pasillo que parecía eterno, sólo distinguió el rostro de aquella anciana junto a dos hombres más. A su izquierda su tía Anne que sonreía feliz y a su lado Jane junto a Walter. Su corazón se estrujó deshecho y repasó la figura del hombre que amaba que con el rostro tan apesadumbrado como el propio, permanecía de pie junto a la sanguijuela sin cabello.
Deseaba huir o ser rescatada antes de cometer aquella locura, pero el rostro esperanzado de Brooke y la voz suave de John susurrando a su oído que debía avanzar, le recordaron que ya no había nada por hacer.
El pianoforte continuaba dando aquellas notas desafinadas en un ambiente que parecía sumergirla en oscuridad a cada paso que avanzaba y sólo quedaba apaciguar el dolor de su estómago y recordarle que aquel hombre que esperaba por ella en el altar, sería su esposo y a él le pertenecería para siempre.
Sólo en aquel instante en que lo había pensado, levantó apenas la mirada y allí al final del camino, a escasos pasos, estaba él. Su cabello perfectamente peinado hacia atrás, de frac negro y elegante, aguardaba con sus manos a la espalda y sus ojos oscuros y profundos fijos en ella. Tendió su mano aguardando la suya y titubeando la extendió mientras sentía el tacto frío y áspero, rozándola. Tragó nerviosa preguntándose si así sería la vida que le esperaba. Una sucesión de dolores y fríos desengaños que la golpearían de manera interminable, día tras día.
Un sermón eterno de palabras se extendió frente a su rostro inmóvil, fijo en la determinación de hacer aquello contra lo que siempre había luchado; mientras las palabras sobre el amor precioso y eterno, que ahora le era definitivamente inalcanzable, se diluían entre las notas de aquel pianoforte que continuaba graznando su melodía y el corazón que al unísono se partía en mil pedazos.
Sólo había comandado a su boca callar cualquier otra palabra o pensamiento que no fuera el “Sí” esperado, pero bajo ningún concepto permitiría que aquel ser despreciable rozara sus labios.
Había levantado su velo y aunque avistó el hambre de aquellas honduras oscuras perplejas ante su boca, giró levemente su rostro a la derecha y los labios se posaron en la esquina de su comisura. Fue suave, dejando el lugar cálido y distinto, pero a pesar de percibir en él su sorpresa, no se atrevió a mirarlo. Mantuvo sus ojos distantes y lo que quedaba de su corazón, a salvo de aquel ser de oscuridad.
—Ha sido una boda bellísima… siempre lo he dicho. No es necesaria tanta pompa. Mientras menos, mejor.
Cuando volvió a respirar ya todo había acabado, estaba de pie junto al umbral del ventanal de la sala, y la voz de Brooke la devolvía a su nueva realidad: la oscuridad de la noche rodeando su nueva casa y su mano lánguida cayendo sobre la falda blanca de su vestido, cargando en si misma la brillante sortija de bodas. Pesaba y mucho, al menos en su corazón.
—Claro que sí, pues aunque sencilla, la iglesia estaba preciosa. —dijo la suave voz de Amy y Brooke asintió. Ambas bebieron un sorbo de la copa y se detuvieron en el rostro pálido de Caddy que las observaba con cierta confusión o desasosiego. —Cadence, ¿te encuentras bien?—preguntó preocupada y la risa feliz de Jane ante algún comentario de John, resonó alrededor. —Por Dios bendito, creo que tantas emociones juntas te están afectando. Buscaré un refresco. —Se alejó hacia las mesas y Brooke tomó su mano helada y la apretó fuertemente.