Ante ti, soy

Capítulo 25

La cena había transcurrido bajo un silencio funesto. Miradas esquivas y amenazantes, suspiros y resoplidos bajo la melodía de cubiertos rozándose unos a otros y un tenue susurro, punteado con risas burlescas y por momentos estruendosas. Law no había pronunciado palabra desde que había tomado su lugar, mientras en el extremo opuesto de la fastuosa mesa para dieciocho comensales, Drake hacía exactamente lo mismo.

La mesa claramente dividida por una barrera invisible, aunque tan inquebrantable como el acero forjado, se debatía entre quienes se sentían dueños y señores de todo, o al menos lo habían sido hasta aquel momento; sus invitados, y en el extremo opuesto Cadence y Diane que acompañaban silenciosas a la mirada hiriente y amenazante de Drake.

Caddy llevaba la espalda erguida aunque las mejillas le ardían. Podía sentir por momentos los ojos puestos sobre ella, luego las risas y susurros. Tragó el bocado de comida mientras se repetía a si misma todas las afirmaciones que Amy le había gritado aquella tarde y se convencía que con el tiempo la situación en la casa mejoraría.

— Señor Lexington…  —Aquel llamado de voz seductora y atractiva, atravesó la barrera inquebrantable en apenas unos segundos y tan fácilmente como si de un papel se tratara, llamando la atención de todos, hasta de la propia Cadence, quien giró su rostro hacia la joven señorita que entre risos castaños, brillosos y colocados perfectamente en el costado de su esculpido rostro de labios delicados, se había atrevido a llamar la atención de su marido en medio de semejantes circunstancias.  —Finalmente, ¿qué le han parecido los terrenos? ¿Ha visitado la ribera del río como le sugerí? —Caddy pestañeó ajena a lo que sucedía mientras Diane arrugaba la frente y ambas volvían sus ojos a Drake, quien limpió el costado de su boca y con una sonrisa afable y un tono elegante, respondió.

—Los terrenos son preciosos y amplios, la ribera con una arboleda majestuosa y claro que pude ver las garzas y los patos que mencionó. —Para completar el confuso cuadro donde todos los demás parecían ajenos, a excepción de ellos dos, la señorita sonrió con aquel par de pestañas perfectas.

—Sabía que aprovecharía el paseo, señor Lexington. Desde que estoy aquí molestando a mi tío, no he dejado de realizar aquella vuelta obligada.

—Lo imagino. —Drake replicó aquella sonrisa mientras respondía con su voz pausada y calma. Caddy, en cambio, sintiéndose completamente invadida por un ardor profundo y agrio que se apoderó de su estómago y cerró su garganta por completo, arrugó la frente al observar la comida, sintiéndose incapaz de incorporar un solo bocado más. Bebió un sorbo de agua mientras a través del cristal contemplaba a la señorita perfecta, sonreír ante algún comentario que Sarah Duddley hacía en su oído.

A pesar de que la barrera había vuelto a erigirse y los comensales continuaban como si nada hubiera ocurrido, Cadence volvía una y otra vez a la señorita y a Drake, que se había envuelto nuevamente en  silencio y permanecía absorto en la comida.

Fue inevitable no tomar en cuenta lo que había sucedido y de alguna manera sorprendente y casi mágica, aquel hecho había flaqueado su orgullo y su estima propia, haciendo que inevitablemente comparara aquel vestido elegante, de colores vivos y telas de primera calidad, con el antiguo vestido que la acompañaba cada verano de los últimos cinco años. Tragó saliva mientras repasaba el peinado, comparando irremediablemente con su recogido modesto y simple; la piel de porcelana, la manera de sonreír y cada uno de sus gestos.

¿Acaso había perdido por completo la conciencia de quién era? No lo sabía, pero un sentimiento de compasión hacia sí misma, invadió sus pensamientos y sólo deseó retirarse del lugar. No pudo pensarlo dos veces y arrebatada en su propio derecho a huir de cualquier sitio donde se sintiera indefensa, se puso de pie haciendo que Drake tragara el bocado casi atragantándose y replicara lo más rápido posible, pero sólo oyó sus disculpas y vio la espalda de Cadence abandonando el comedor.

Caminó decidida a salir de allí, huir de aquellos pensamientos que no dejaban de molestar su orgullo, socavando  viejas heridas y sacando a luz sus inseguridades. Prefirió obviar aquel apretado nudo que destilaba amargura y subió las escaleras hacia su habitación.

Cerró la puerta con impulso y el estruendo le hizo inspirar profundo y abrir sus manos al lado de su cuerpo, intentando calmar unos nervios repentinos y tan molestos como inentendibles. Su mente aturdida parecía correr más rápido aún que su capacidad de entender lo que acontecía y sus problemas parecían rodearla, quitando la tibia calma con la que solía tomar decisiones.

Odiaba aquellos días en que su estado de ánimo, sus deseos y sus odios se entremezclaban en una especie de desesperante e intolerable vendaval. Se recostó de espaldas en la cama mientras rememoraba las palabras de Amy, la posibilidad de que John fuera padre de aquel niño en camino, de las peripecias que estaría sufriendo Brooke si Robert así lo sospechaba y el dolor al ver la ilusión brillar en los ojos de su amiga.

John merecía un amor verdadero y posible, un amor límpido y sincero como el de Amy, pero había arruinado todo con aquella aventura prohibida que traía consecuencias y muchas. El problema principal era determinar si Amy sería capaz de amarlo bajo aquellas circunstancias.

Cadence arrugó su frente en aquel mismo instante preguntándose si ella sería capaz de vivir con semejante carga en sus espaldas. Tampoco sentía las fuerzas necesarias para decirle a ella, qué había sucedido entre John y Brooke, y mucho menos abogar por ella, quien bajo sus circunstancias y  sabiendo de los sentimientos de Amy, se había atrevido a mirar a John. Resopló.

Tan complicada se había vuelto la vida alrededor, que hasta se había olvidado por momentos de pensar en sí misma. No era consiente de quién era, qué deseaba y a dónde iría. Todo había cambiado repentinamente. Las preguntas de Amy habían revuelto recuerdos y plantado inquietudes. Preguntas que habían estado allí en su corazón desde que podía recordarlo y que su padre se había encargado de dejarle muy claro que mejor era dejarlas cubiertas bajo piedras, enmascaradas con silencio y respuestas simples que recitaba de memoria cada vez que ansiaban salir por sus labios. Las había callado tantos años y ahora abarrotadas se enredaban unas a otras, llenándola de ansiedad.



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En el texto hay: epocavictoriana, amor misterio

Editado: 05.04.2022

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