Antes de Diciembre

Cap. 4: La monja loca

Después de un año de hacer el vago y no salir a correr por las mañanas, 
aproveché que era viernes y decidí volver a intentarlo. Cuando salí de la 
residencia, saludé a Chris con toda mi motivación reunida. 
Y… me arrepentí de haber salido a correr a los cinco minutos. 
Justo cuando estuve a punto de escupir un pulmón por el esfuerzo. 
De pequeña había hecho atletismo, e ir a correr por las mañanas era, 
prácticamente, una actividad obligatoria, así que lo hacía cada día antes de ir a 
clase. Ahora me resultaba complicado levantarme de la cama sin sentir 
pereza. 
De todos modos, me forcé a seguir un rato más. El corazón me iba a toda 
velocidad a la media hora, cuando volví a detenerme, apoyándome en las 
rodillas. Definitivamente, necesitaba entrenar más. Podía imaginarme la cara 
de decepción de mi antiguo entrenador. Bueno, o la de Spencer, mi hermano 
mayor, que era profesor de gimnasia y me había estado ayudando a entrenar 
durante mucho tiempo. Si él llegara a ver cómo estaba solo por correr durante 
media hora… 
Volví a la residencia hiperventilando y con las mejillas rojas. Chris sonrió 
nada más verme. 
—¿Qué tal el ejercicio? 
—Fatal. Estaba mejor en la cama. 
Él se rio y yo subí las escaleras, yendo directa a la habitación. Naya 
seguía durmiendo —y roncando, por cierto— y, como no se despertaba ni con 
una granada explotando a su lado, pude hacer todo el ruido que quise a la hora 
de ir a la ducha. 
—Buenos días —le dije al salir y ver que se estiraba perezosamente en su 
cama.

—¿Qué hora es? —preguntó, bostezando. 
—Las once. 
—¿Tan pronto? 
—¿Las once es pronto? 
—¿En un día sin clases? Claro que es pronto. 
—¿No habías quedado en ir a desayunar a casa de Will? —pregunté, 
secándome el pelo. 
Ella resopló y se incorporó perezosamente. 
—Es verdad. —Suspiró, y lo pensó un momento—. Ya me ducharé en su 
casa. Si tengo la mitad de mi armario allí… 
Parecía que hablaba más para sí misma que para mí, así que me centré en 
buscar algo que ponerme. 
—¿Te vienes? —me preguntó, poniéndose las zapatillas. 
—A mí no me ha invitado, Naya. 
—¿Y qué? —Puso los ojos en blanco—. Vamos, ven. Si Sue se queda 
sola con nosotros, se pone de mal humor. Bueno, de peor humor. Y seguro 
que Ross va a preguntar por ti. 
Me detuve y la miré con curiosidad. 
—¿Tú crees? 
Enarcó una ceja y se puso de pie. 
—Anda, ponte una camiseta y nos vamos. 
Ya en el metro, ella no dejaba de bostezar y de ajustarse las gafas de sol 
como si viniera de la mejor fiesta de su vida. Seguía teniendo la misma 
expresión de dormida cuando llamamos a la puerta de casa de Will. 
Sue abrió y suspiró al vernos. 
—¿Otra vez aquí? 
—Yo también me alegro de verte —le dijo Naya, pasando por su lado. 
Sue volvió a entrar sin decir nada más, así que me tocó a mí cerrar la 
puerta. Cuando entré, Will y Naya ya estaban besuqueándose en la cocina 
mientras Sue los miraba con mala cara. 
—Buenos días, Will. —Sonreí. 
—Oh, buenos días —me saludó, separándose de Naya. 
—¿Y Ross? —pregunté, mirando a mi alrededor. Era extraño no verlo 
revoloteando por ahí. 
—Durmiendo. 
—¿Todavía? 
—Se nota que no vives con él —murmuró Sue.

—¿Puedo ir a despertarlo? —Naya sonrió malévolamente y se marchó sin 
esperar respuesta. 
Will suspiró mientras ella abría la habitación de Ross de un portazo y 
empezaba a gritarle que se despertara. Vi una almohada volando y, diez 
segundos después, apareció Ross frotándose la cara, claramente de mal 
humor. 
—¿Quién la ha dejado suelta por la casa? —protestó, sentándose a mi lado 
en la barra. 
—Oye, que no soy un perro. 
—No; eres mucho peor. Un mosquito molesto. 
Naya le sacó el dedo corazón y él la ignoró. 
—¿No hay nada para desayunar? —pregunté. 
—Claro que hay algo. —Ross me sonrió—. Pizza fría, agua tibia y 
cervezas. Un desayuno rico en proteínas para afrontar el día con energía. 
—¿Solo tenéis eso? —pregunté, confusa. 
—Bueno, creo que también hay helado, pero es de Sue. No te recomiendo 
tocarlo a no ser que tengas instintos suicidas. 
—Ross, ve a comprar algo —le pidió Will. 
—¿Y por qué tengo que ir yo? —Le puso mala cara. 
—Porque siempre lo hago yo. 
—¿Y por qué no lo hace Sue? 
—Yo desayuno mi helado —dijo ella, abriendo el congelador. 
—¿Desayunas helado? —Arrugué la nariz. 
Ella se quedó mirándome fijamente y me puse roja. 
—Ya voy. —Ross suspiró y se puso de pie. 
No tardó en vestirse e irse de casa quejándose de que abusaban de él. Will 
y Naya estaban ocupados dándose amor junto a mí. Sue, mientras, miraba la 
televisión comiendo helado. 
Casi estaba durmiéndome otra vez cuando Naya me miró. 
—¿Era tu móvil el que sonaba anoche? 
—¿Mi móvil? —pregunté, confusa. 
—Sí. Quería avisarte, pero estabas dormida y no quise molestar. 
Hurgué en mi bolsillo y saqué el móvil, extrañada. Casi se me paró el 
corazón cuando vi que Monty me había llamado doce veces. 
—Mierda —solté. 
—¿Qué pasa? —me preguntó ella, sorprendida. 
—Era… mi novio. Se habrá enfadado por no responderle. —Miré a Will 
—. ¿Puedo llamar en la habitación o…?

—Solo hay cobertura aquí, lo siento. 
La cosa mejoraba por momentos. 
Ellos me miraron mientras marcaba su número y me llevaba el móvil a la 
oreja. Admito que estaba un poco nerviosa. 
Monty respondió al primer tono. 
—Mira quién sigue viva —espetó. 
Conocía ese tono demasiado bien. Apreté los labios, intentando no 
enfadarme también porque sabía que eso solo empeoraría la situación. 
—Lo siento. No oí el móvil. 
—No sabía que tu habitación fuera tan grande como para no oír un móvil 
que está al lado de tu cabeza, Jenny. 
—¿Y tú cómo sabes que está al lado de mi cabeza? —intenté bromear, 
nerviosa. 
—¿Sueno como si estuviera de buen humor? —me soltó, enfadado—. 
Porque te aseguro que no lo estoy. 
—Cariño —por algún motivo, solo utilizaba esos términos cuando estaba 
muy enfadada con él—, cuenta hasta diez. Relájate. No es para tanto. 
—Estaba preocupado. 
—Estoy bien, ¿no? 
—Sí, pero sigues comportándote como siempre. 
—¿Como siempre? —repetí—. ¿Y eso qué significa? 
Esa vez ya no pude evitar sonar irritada. Me molestaba que siempre 
insinuara que me portaba como una niña pequeña. 
Justo en ese momento, Ross abrió la puerta y levantó dos bolsas de 
comida con una gran sonrisa. 
—Queredme —anunció alegremente, dejándolas sobre la barra. 
Naya y Will me miraron sin disimular mientras las abrían y empezaban a 
comer. 
—Sabes perfectamente a lo que me refiero —me soltó Monty a través del 
móvil—. Sabía que me harías esto. 
—¿Qué…? ¿Se puede saber qué he hecho? —pregunté, confusa. 
Ross me miró con curiosidad, mordisqueando una tostada. 
—Pasar de mí. Sabía que lo harías. 
—Yo no estoy… —Intentaba parecer tranquila para que los demás no 
pensaran que estaba loca, pero por dentro ya había matado a Monty tres veces 
—. ¿Podemos hablar de esto más tarde? 
—No. 
—Es que ahora no es un buen…




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