Después de un año de hacer el vago y no salir a correr por las mañanas,
aproveché que era viernes y decidí volver a intentarlo. Cuando salí de la
residencia, saludé a Chris con toda mi motivación reunida.
Y… me arrepentí de haber salido a correr a los cinco minutos.
Justo cuando estuve a punto de escupir un pulmón por el esfuerzo.
De pequeña había hecho atletismo, e ir a correr por las mañanas era,
prácticamente, una actividad obligatoria, así que lo hacía cada día antes de ir a
clase. Ahora me resultaba complicado levantarme de la cama sin sentir
pereza.
De todos modos, me forcé a seguir un rato más. El corazón me iba a toda
velocidad a la media hora, cuando volví a detenerme, apoyándome en las
rodillas. Definitivamente, necesitaba entrenar más. Podía imaginarme la cara
de decepción de mi antiguo entrenador. Bueno, o la de Spencer, mi hermano
mayor, que era profesor de gimnasia y me había estado ayudando a entrenar
durante mucho tiempo. Si él llegara a ver cómo estaba solo por correr durante
media hora…
Volví a la residencia hiperventilando y con las mejillas rojas. Chris sonrió
nada más verme.
—¿Qué tal el ejercicio?
—Fatal. Estaba mejor en la cama.
Él se rio y yo subí las escaleras, yendo directa a la habitación. Naya
seguía durmiendo —y roncando, por cierto— y, como no se despertaba ni con
una granada explotando a su lado, pude hacer todo el ruido que quise a la hora
de ir a la ducha.
—Buenos días —le dije al salir y ver que se estiraba perezosamente en su
cama.
—¿Qué hora es? —preguntó, bostezando.
—Las once.
—¿Tan pronto?
—¿Las once es pronto?
—¿En un día sin clases? Claro que es pronto.
—¿No habías quedado en ir a desayunar a casa de Will? —pregunté,
secándome el pelo.
Ella resopló y se incorporó perezosamente.
—Es verdad. —Suspiró, y lo pensó un momento—. Ya me ducharé en su
casa. Si tengo la mitad de mi armario allí…
Parecía que hablaba más para sí misma que para mí, así que me centré en
buscar algo que ponerme.
—¿Te vienes? —me preguntó, poniéndose las zapatillas.
—A mí no me ha invitado, Naya.
—¿Y qué? —Puso los ojos en blanco—. Vamos, ven. Si Sue se queda
sola con nosotros, se pone de mal humor. Bueno, de peor humor. Y seguro
que Ross va a preguntar por ti.
Me detuve y la miré con curiosidad.
—¿Tú crees?
Enarcó una ceja y se puso de pie.
—Anda, ponte una camiseta y nos vamos.
Ya en el metro, ella no dejaba de bostezar y de ajustarse las gafas de sol
como si viniera de la mejor fiesta de su vida. Seguía teniendo la misma
expresión de dormida cuando llamamos a la puerta de casa de Will.
Sue abrió y suspiró al vernos.
—¿Otra vez aquí?
—Yo también me alegro de verte —le dijo Naya, pasando por su lado.
Sue volvió a entrar sin decir nada más, así que me tocó a mí cerrar la
puerta. Cuando entré, Will y Naya ya estaban besuqueándose en la cocina
mientras Sue los miraba con mala cara.
—Buenos días, Will. —Sonreí.
—Oh, buenos días —me saludó, separándose de Naya.
—¿Y Ross? —pregunté, mirando a mi alrededor. Era extraño no verlo
revoloteando por ahí.
—Durmiendo.
—¿Todavía?
—Se nota que no vives con él —murmuró Sue.
—¿Puedo ir a despertarlo? —Naya sonrió malévolamente y se marchó sin
esperar respuesta.
Will suspiró mientras ella abría la habitación de Ross de un portazo y
empezaba a gritarle que se despertara. Vi una almohada volando y, diez
segundos después, apareció Ross frotándose la cara, claramente de mal
humor.
—¿Quién la ha dejado suelta por la casa? —protestó, sentándose a mi lado
en la barra.
—Oye, que no soy un perro.
—No; eres mucho peor. Un mosquito molesto.
Naya le sacó el dedo corazón y él la ignoró.
—¿No hay nada para desayunar? —pregunté.
—Claro que hay algo. —Ross me sonrió—. Pizza fría, agua tibia y
cervezas. Un desayuno rico en proteínas para afrontar el día con energía.
—¿Solo tenéis eso? —pregunté, confusa.
—Bueno, creo que también hay helado, pero es de Sue. No te recomiendo
tocarlo a no ser que tengas instintos suicidas.
—Ross, ve a comprar algo —le pidió Will.
—¿Y por qué tengo que ir yo? —Le puso mala cara.
—Porque siempre lo hago yo.
—¿Y por qué no lo hace Sue?
—Yo desayuno mi helado —dijo ella, abriendo el congelador.
—¿Desayunas helado? —Arrugué la nariz.
Ella se quedó mirándome fijamente y me puse roja.
—Ya voy. —Ross suspiró y se puso de pie.
No tardó en vestirse e irse de casa quejándose de que abusaban de él. Will
y Naya estaban ocupados dándose amor junto a mí. Sue, mientras, miraba la
televisión comiendo helado.
Casi estaba durmiéndome otra vez cuando Naya me miró.
—¿Era tu móvil el que sonaba anoche?
—¿Mi móvil? —pregunté, confusa.
—Sí. Quería avisarte, pero estabas dormida y no quise molestar.
Hurgué en mi bolsillo y saqué el móvil, extrañada. Casi se me paró el
corazón cuando vi que Monty me había llamado doce veces.
—Mierda —solté.
—¿Qué pasa? —me preguntó ella, sorprendida.
—Era… mi novio. Se habrá enfadado por no responderle. —Miré a Will
—. ¿Puedo llamar en la habitación o…?
—Solo hay cobertura aquí, lo siento.
La cosa mejoraba por momentos.
Ellos me miraron mientras marcaba su número y me llevaba el móvil a la
oreja. Admito que estaba un poco nerviosa.
Monty respondió al primer tono.
—Mira quién sigue viva —espetó.
Conocía ese tono demasiado bien. Apreté los labios, intentando no
enfadarme también porque sabía que eso solo empeoraría la situación.
—Lo siento. No oí el móvil.
—No sabía que tu habitación fuera tan grande como para no oír un móvil
que está al lado de tu cabeza, Jenny.
—¿Y tú cómo sabes que está al lado de mi cabeza? —intenté bromear,
nerviosa.
—¿Sueno como si estuviera de buen humor? —me soltó, enfadado—.
Porque te aseguro que no lo estoy.
—Cariño —por algún motivo, solo utilizaba esos términos cuando estaba
muy enfadada con él—, cuenta hasta diez. Relájate. No es para tanto.
—Estaba preocupado.
—Estoy bien, ¿no?
—Sí, pero sigues comportándote como siempre.
—¿Como siempre? —repetí—. ¿Y eso qué significa?
Esa vez ya no pude evitar sonar irritada. Me molestaba que siempre
insinuara que me portaba como una niña pequeña.
Justo en ese momento, Ross abrió la puerta y levantó dos bolsas de
comida con una gran sonrisa.
—Queredme —anunció alegremente, dejándolas sobre la barra.
Naya y Will me miraron sin disimular mientras las abrían y empezaban a
comer.
—Sabes perfectamente a lo que me refiero —me soltó Monty a través del
móvil—. Sabía que me harías esto.
—¿Qué…? ¿Se puede saber qué he hecho? —pregunté, confusa.
Ross me miró con curiosidad, mordisqueando una tostada.
—Pasar de mí. Sabía que lo harías.
—Yo no estoy… —Intentaba parecer tranquila para que los demás no
pensaran que estaba loca, pero por dentro ya había matado a Monty tres veces
—. ¿Podemos hablar de esto más tarde?
—No.
—Es que ahora no es un buen…