Cuando me desperté, me quedé mirando fijamente el techo un momento.
Estaba sudando y tenía el corazón acelerado.
No acababa de soñar lo que acababa de soñar, ¿verdad?
Era imposible.
Me llevé las manos a la cara y solté una palabrota en voz baja. No acababa de soñar eso. No lo había hecho.
No acababa de soñar que lo hacía con Ross.
Lo miré de reojo con las mejillas rojas como tomates. Él estaba durmiendo tan plácidamente que parecía un angelito. En ese momento, suspiró y se acomodó en la almohada, apoyando una mano al lado de su cabeza.
No podía haber soñado que me acostaba con él. Era imposible. Si a mí Ross no me gustaba. ¿Por qué había soñado eso? ¿Se me estaba yendo la cabeza por haber dormido con él una noche? ¿Por la culpa? Bueno, no había
hecho nada malo. Y, aunque lo hubiera hecho, Monty y yo teníamos un acuerdo. Entonces, ¿qué demonios me pasaba? ¿Por qué estaba tan histérica?
Me moví un poco hacia el lado contrario y me pasé las manos por la cara, intentando calmarme. El corazón seguía latiéndome a toda velocidad. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? ¿Quedarme ahí? No. Lo único que estaba claro era que tenía que irme de esa cama. Cuanto antes. Y aclararme. Me puse mi ropa de deporte, me hice una cola y salí de la habitación. Todo el mundo dormía plácidamente, así que me ahorré muchas explicaciones sobre mi cara roja y mi expresión tensa. Pero… lo peor no era que hubiera soñado eso, sino que en el sueño él… era muy bueno. Demasiado. Mucho mejor que Monty.
Aunque tampoco había tenido tanta acción con Monty como para saber cómo era él del todo, claro.
De todas formas, me entraron ganas de golpearme a mí misma.
Ese día estuve mucho más tiempo corriendo e intentando despejarme la mente. Una hora y media. Quería agotarme para dormir sin soñar. Cuando terminé, estaba tan cansada que me dolían las rodillas y los gemelos. Me detuve un momento en la puerta del edificio de Ross, sujetándome las costillas y jadeando.
Fue en ese momento cuando mi hermana me llamó.
—Hola, Shanon —la saludé, intentando recuperar la respiración.
—Eh, alguien está jadeando. ¿Has salido a correr o has hecho cosas más
interesantes?
—Correr.
Al menos, estando despierta.
—Spencer estaría orgulloso —me dijo, divertida—. Desde que da clases de gimnasia, está obsesionado con que la gente haga deporte. Como si eso fuera sano.
—Técnicamente, lo es.
—No para mí. Si salgo a correr, me canso. Eso no puede ser sano.
—Tu vida es un drama, Shanon. —Sonreí.
—Bueno, ¿qué tal todo? Mamá me dijo que volvías a casa. Negué con la cabeza. Ay, mamá…
—En realidad, eso es lo que quiere ella, pero no lo voy a hacer.
—Creo que no le gusta que en casa solo estén los chicos.
—Oh, ¿tú crees? —Me reí—. Yo creo que incluso ellos son conscientes de eso.
—¡Owen! —gritó mi hermana a su hijo, apartándose del móvil—. ¡Deja de correr por ahí! ¿No ves que te vas a matar? Bien. —Volvió a acercarse—.
¿De qué estábamos hablando?
—De mis problemas financieros.
—Ah, sí. ¿Has encontrado trabajo?
—No he tenido tiempo. Pero un amigo me ha ofrecido quedarme a vivir con él una temporada.
—¿Un amigo? Mmm…
Me tensé al instante.
—Shanon, no —le advertí.
—¿Amigo hasta qué punto?
—Hasta el punto de amistad.
—Sí, claro.
—Sigo teniendo novio, ¿recuerdas?
—Oh, ¿en serio? ¿Puedo preguntar por qué?
Mi hermana no soportaba a Monty. Eso lo había dejado claro el primer día que lo había visto. Había arrugado la nariz disimuladamente y había negado con la cabeza. Y seguía sin cambiar de opinión sobre él.
Bueno, dudaba que llegara a hacerlo alguna vez.
—Porque estoy bien con él, pesada —le dije, negando con la cabeza—. ¿Por qué te cae tan mal?
—Para empezar, se llama Monty. Otra que se metía con su nombre.
—Pues… es… ¡es original!
—¿Original? Madre mía, Jenny.
—A mí me gusta, ¿vale?
—¿Ya te has metido drogas universitarias de esas?
—Qué graciosa eres.
—Bueno, su nombre debería ser razón suficiente para cuestionarte por qué estás con él.
—La pregunta es: ¿alguna vez te gustará alguien que te presente?
—No lo sé. ¿Cómo se llama tu amigo?
—¿El de la casa?
—Sí.
—Ross.
—¿Ross?
—Bueno…, Jack Ross. Pero todos le llaman Ross.
—¿Ves? Jack es un nombre normal. Seguro que es más aceptable que el idiota de Monty.
Negué con la cabeza.
—Tengo que ir a ducharme, Shanon.
—¿Y vas a venir por Navidad? —me preguntó—. Porque es dentro de dos meses y medio. Y mamá ya me ha dicho que hará comida para todos.
—Claro que iré —le aseguré antes de acordarme de un pequeño detalle—. Si encuentro la forma de pagarme el billete del avión, claro.
—El cumpleaños de mamá es en un mes y también deberías venir.
—Shanon, no tengo dinero…
—Si no vienes —me dijo lentamente—, pienso ir a agarrarte de la oreja y a humillarte delante de tus nuevos amigos, ¿me has oído?
—¿Ya te ha salido el espíritu de madre malvada?
—Ya me has oído —se relajó—. Ahora ve a buscar una manera de pagarte el billete. Me quedé mirando la puerta con una mueca.
—Gracias por tu apoyo —mascullé.
Escondí el móvil y entré en el edificio justo en el momento en que una anciana también lo hacía. Le sujeté la puerta y ella me sonrió. Esperamos las dos juntas al ascensor. Pensé en decirle algo, pero no se me ocurría nada interesante, así que me mantuve callada.
—¿Vives aquí? —me preguntó ella al final.
—Eh…, sí. Bueno, es temporal.
—Ya veo —comentó, y parecía divertida.
No entendí nada, así que sonreí, algo incómoda, y seguí esperando el ascensor.
—¿Con los chicos del tercero? —preguntó, y supuse que era para cortar el silencio incómodo.
—¿Los conoce?
—Sí, llevo viviendo aquí muchos años. Son buenos chicos, ¿eh?
—Mucho —aseguré—. El dueño, Ross, me ha dejado quedarme gratis. Ni mi mejor amiga me hubiera dejado.
—Debe de ser un buen chico.
—Lo es —aseguré, con una sonrisa tonta.
La borré enseguida cuando el maldito sueño vino a mi mente.
Las dos entramos en el ascensor y me giré para preguntarle a qué piso iba, pero ella se adelantó y pulsó el botón del tercero.
—¿Es usted la vecina que tenemos enfrente? —pregunté, sorprendida. Ella asintió con la cabeza y me giré hacia delante. Sin embargo, noté que me hacía una inspección de arriba abajo. Pensé que quizá quería quejarse por el ruido que hacíamos o algo así, pero no llegaba a hacerlo y me estaba
poniendo muy nerviosa. Además, no parecía querer quejarse de nada. Al contrario, tuve la sensación de que estaba contenta.
—Ay, cuando yo tenía tu edad… —comentó, nostálgica—. Si me
hubieran dejado vivir con dos chicos en ese entonces, el piso habría salido ardiendo. Ya me entiendes. Balbuceé, confusa
—Bueno, nosotros no…
—No te hagas la inocente conmigo. —Me dio un codazo con una sonrisa traviesa—. Yo viví los ochenta, niña. Me metí más basura en el cuerpo de la que tú verás en tu vida.