Antes de Diciembre

Cap. 12: Ángeles y demonios

Al salir de clase, hice una mueca al ver que estaba lloviendo. Me detuve 
delante de una de las ventanas de la entrada y recordé que no tenía paraguas y 
tampoco dinero para el metro. Pensé en esperar que dejara de llover o que, al 
menos, amainara, pero en ese momento recibí un mensaje de Naya: 
He dejado el disfraz sobre vuestra cama. <3 
Negué con la cabeza, divertida, y le contesté: 
¿Crees que Will puede venir a buscarme a la facultad? 
Está en clase. Pero seguro que Ross estará encantado de hacerlo. 
Marqué su número tras dudarlo unos segundos y me llevé el móvil a la 
oreja. Al segundo tono ya me estaba respondiendo. 
—¡Si es mi chica favorita! 
—Llamando a su chico favorito —bromeé. 
—Por fin lo admites. 
Puse los ojos en blanco, divertida. 
—¿En qué puedo ayudarte en esta agradable velada? —preguntó. 
—¿Estás… haciendo algo importante? 
—¿Más importante que tú? No lo creo. 
—Ross, hablo en serio. 
—¿Qué pasa? ¿Necesitas un chófer? 
Me miré las manos, algo avergonzada. 
—Bueno…, no me vendría mal. Es decir…, si puedes. Es que me he 
dejado la cartera y no puedo coger el metro, y esperar no es… 
—Jen, no tienes que darme explicaciones. Solo tienes que pedírmelo.

No pude evitar esbozar una sonrisa un poco estúpida. 
—¿Puedes venir a buscarme? 
—Ya estoy en el coche —dijo, divertido. 
Negué con la cabeza. 
—Nos vemos en un momento, entonces. 
—Espero ganarme un beso de agradecimiento por esto. 
—Ya lo veremos. 
—Entonces hay una posibilidad. 
—¿Quieres colgar? ¿No estás conduciendo? 
—Puedo hacer dos cosas a la vez. 
—¡Ross, con esas imprudencias al volante, vas a terminar…! 
—Que sí, mamá —murmuró y colgó. 
Me metí el móvil en el bolsillo y miré a mi alrededor, esperando. Ross no 
tardaría nada. Incluso con el mal tiempo, conducía como un loco. Y Will me 
había dicho que conducía mucho más despacio cuando yo estaba en el coche, 
no quería ni imaginarme cómo conduciría estando solo. 
Decidí centrarme en el tablón de anuncios que tenía al lado. Al principio, 
lo leí distraídamente, pero me centré mucho más cuando me di cuenta de lo 
que contenía: ofertas de empleo. Las leí todas y me quedé con una en 
concreto en la que buscaban una camarera. Con o sin experiencia. El sueldo 
era horrible y las horas todavía peores, pero estaba cerca de casa de Ross y 
seguía necesitando el dinero de la residencia antes de que pasaran los meses 
acordados. Me mordí el labio inferior, pensativa, releyéndolo de nuevo. 
Justo en ese momento, noté que alguien me rodeaba la cintura con un 
brazo desde atrás, pegándose a mi espalda. No necesité girarme para saber 
quién era. 
—¿Qué miras, pequeño saltamontes? —preguntó Ross, curioso. 
—¿Cómo puedes haber venido tan rápido? —Lo miré por encima del 
hombro. 
—Porque soy un imprudente al volante. ¿Qué es eso? 
—Una oferta de trabajo. —Se la enseñé. 
Agarró el papel y vi que su ceño se fruncía al leerlo. 
—¿Y puedo preguntar por qué te interesa? 
—Ross, necesito trabajar. 
—No necesitas trabajar. —Frunció el ceño aún más—. En absoluto. 
—De hecho, sí lo necesito. 
—Lo que necesitas es el dinero. 
—Pues… sí. Para eso están pensados los trabajos.

—Olvídate de trabajos explotadores. ¿Cuánto dinero necesitas? 
Parpadeé, sorprendida, al darme cuenta de la seriedad de sus palabras. 
—N-no…, bueno…, no es que lo necesite ahora mismo. Es para pagar la 
residencia cuando vuelva. O no tendré habitación. 
—Pues quédate con nosotros. 
—Sí, claro… —Sonreí, divertida—. Sue me matará mientras duerma. 
—A Sue le caes bien… sorprendentemente. A Will también. Y creo que 
no hace falta que te diga lo que siento yo cuando te veo revoloteando por el 
piso, ¿no? 
—Me quedaré con el anuncio igualmente. —Hice un ademán de agarrarlo 
y él se apartó—. ¡Ross! 
—No, no con este. Esto parece esclavitud. 
—Solo son unas cuantas horas más. 
—Ni siquiera es legal. No debería devolverlo al tablón. 
—Ross, necesito un trabajo —le dije, esta vez seria. 
—¿Y por qué no puedes, simplemente, aceptar mi dinero? 
—Porque no quiero abusar de ti y me gustaría tener mi propio dinero. 
Me miró, mordiéndose el labio como si estuviera pensando a toda 
velocidad. Yo me crucé de brazos, enfurruñada. 
—Vale, pero este trabajo no —concluyó—. Al menos, búscate uno en el 
que no vayan a explotarte. 
—No voy a encontrar nada mejor. 
—Claro que lo harás. No digas bobadas. 
Dejó el anuncio en el alféizar de la ventana y yo suspiré. 
—Está bien. Pero solo lo acepto porque tengo hambre y ganas de llegar a 
casa. 
Algo se iluminó en su mirada cuando me referí a su piso como «casa». 
Nunca lo había hecho. Al menos, no en voz alta. Me aclaré la garganta, un 
poco abochornada, e hice un gesto hacia la salida. 
—¿Tienes… eh… paraguas? 
—Tengo algo mejor. 
—¿El qué…? 
Me agarró de la mano y me arrastró hacia la puerta. Vi que se ponía la 
capucha de la chaqueta y se levantaba uno de los lados para cubrirme con él. 
No me quedó otra que pegarme a su cuerpo para avanzar hacia el coche. Casi 
me maté por el camino y empezó a reírse de mí, por lo que lo empujé y me 
mojé las zapatillas deportivas y los calcetines. Por supuesto, siguió riéndose de mí con más ganas. Y continuaba haciéndolo cuando se subió a su asiento 
tras dejarme en el mío y rodear el coche. 
—No tiene gracia, ¡podría coger una gripe por tu culpa! 
—Eres una dramática. Quítate las zapatillas y ya está. 
—También tengo los calcetines mojados —dije, enfurruñada, cruzándome 
de brazos. 
—Pues quítate las dos cosas. 
—¿Y voy descalza desde el coche hasta tu edificio? 
—Si lo que insinúas es que quieres que te lleve en brazos, no vas a tener 
que pedirlo dos veces. 
Sonreí, divertida, mientras me descalzaba. Él puso la calefacción al 
instante y noté el aire caliente en mis pies desnudos. 
—¿Ya tienes disfraz para esta noche? —preguntó, mirándome de reojo. 
—Sí. —Sonreí, ilusionada, sin saber muy bien por qué—. Naya me deja 
uno. 
—¿Es de pequeño saltamontes? 
—Lo siento, pero no. 
—¿Es de enfermera sexi? 
—Pues no. 
—¿Es una fantasía o algo así? 
—Puede. ¿Qué es? 
—Vas a tener que esperarte a esta noche para verlo. 
Sonrió y negó con la cabeza. 
—¿Y tú? —pregunté. 
—Te lo diré para que veas que soy mejor persona que tú. Iré del asesino 
de la película Halloween. Michael Myers. 
—¿De su versión sexi? —pregunté, riendo. 
—Obviamente. No podría dejar de serlo. Como bien sabes. 
—Quizá debería disfrazarme de la protagonista de esa película. 
—Quizá debería perseguirte toda la noche para meterme en mi personaje. 
Le di una palmada en la rodilla y él sonrió, inclinándose para subir el 
volumen de la radio. 
No hablamos de nada más por el camino y comprobé que, efectivamente, 
conducía más despacio cuando estaba conmigo. Había tardado casi el doble 
en volver a casa que en ir a buscarme. No sé por qué, pero eso hizo que le 
sonriera un poco cuando aparcó. Se dio cuenta enseguida y levantó una ceja, 
curioso. 
—¿Qué me he perdido?




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