Ross y yo no habíamos hablado demasiado al día siguiente. La cosa estaba
tensa. Y tampoco había hablado con Monty. A pesar de todo, no había vuelto
a mandarme un mensaje o a llamarme. Yo tampoco lo había hecho. La verdad
es que no quería ver a ninguno de los dos, al menos, en un día. Sonaba
egoísta, pero necesitaba aclararme un poco.
Sin embargo, cuando me llamó casi por la noche, mientras estaba en el
campus, decidí responder para no empeorar las cosas.
—Hola —murmuré.
Silencio. Oh, no.
—¿Se puede saber por qué no me has hablado en todo el día, Jenny?
Me detuve un momento al notar el tono tenso que había usado para
decírmelo. Conocía demasiado bien ese tono. Sabía lo que auguraba.
—Relájate —le advertí.
—¿Que me relaje? ¿Se puede saber qué coño ha estado haciendo mi novia
para no hablarme en todo el día?
—Te he dicho que te relajes.
—Oh, sí, qué fácil es para ti. Yo siempre te llamo. ¿Tan difícil es que tú
me llames de vez en cuando?
—He estado ocupada, ¿vale?
—¿Ocupada con qué? ¿Con la polla de Jack Ross en la boca?
Sentí que se me encendían las mejillas por la indignación.
—¡Ni se te ocurra hablarme así! —le espeté—. ¡Estás enfadado, pero eso
no te da derecho a…!
—¿Qué hacías? —me cortó bruscamente.
—¡No hacía nada!
—Entonces no tienes ninguna excusa para haber sido una novia de mierda
durante todo el día.
Intenté no ponerme de mal humor —o de peor humor, más bien— y
decirle de todo menos cumplidos. Respiré hondo y me apreté el puente de la
nariz con los dedos. Casi podía ver su expresión furiosa y el único alivio que
tuve fue que, al menos, no estaba delante de mí y pagaría sus frustraciones
con su almohada.
—Mira, Monty —dije lentamente—, tú estás enfadado, yo estoy a punto
de enfadarme…, no creo que este sea el mejor momento para hablar de esto.
—¿Hablar de qué? ¿Qué has hecho?
—¡No he hecho nada!
—¿Y por qué estás así? ¿Por qué te sientes culpable? —sonaba agitado—.
¿Qué has hecho, Jennifer?
—¿Cuándo he dicho yo que me sintiera culpable?
—¡Es evidente! ¿Qué coño has hecho?
—Dios mío… —Me froté los ojos—. De verdad, ¿qué te pasa? ¿Has
hecho algo tú y tienes miedo de que haga lo mismo o qué?
—No he hecho nada, pero me da miedo que tú sí lo hayas hecho.
—¡Pues no lo he hecho, así que enhorabuena, me estás gritando por nada!
—¿Seguro que no has hecho nada?
—Tengo que irme —le dije, cansada—. Ya hablaremos.
—A partir de ahora, quiero que me respondas a todos los mensajes, ¿vale?
—No tengo que hacer lo que me digas.
—¿No puedes hacer lo que te digo por una puta vez en tu vida, Jennifer?
—Siempre hago lo que me dices porque eres un psicótico.
—¿Quieres que te diga lo que eres tú?
—Monty…
—¿Quieres que vaya ahí a decirte lo que eres a la cara?
Noté que se me formaba un nudo en la garganta y sacudí la cabeza.
—No —murmuré.
—Exacto.
Mi tono sumiso pareció gustarle más.
—Ahora sé una buena chica y prométeme que vas a responder a mis
mensajes.
—Monty…
—¿Estás sorda? Venga, prométemelo.
Respiré hondo, intentando calmarme un poco.
—Te lo prometo —le dije en voz baja.
—Así me gusta. Ahora, dime lo que llevas puesto.
—Un jersey, unos pant…
—¿Qué jersey?
—El verde, Monty.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. O, mejor dicho, ¿qué harás esta
noche?
—Te estás pasando —le advertí.
—¿Vas a ir a ver a ese Jack Ross?
—Yo… no lo sé…
—Es decir, que hay una posibilidad de que lo hagas.
—Monty, no lo sé, te lo estoy diciendo.
—Eres una mierda de novia.
—¡Tú me dijiste que podía hacer lo que quisiera!
—Y eso te gustó, ¿eh? Te di la excusa perfecta para seguir tirándote a…
—No voy a seguir con esta conversación, Monty. Voy a colgar.
—Como me cuelgues, te juro que voy a romper el puto móvil contra la
pared.
—Adiós, Monty.
—Ni se te ocu…
Colgué y respiré hondo, intentando calmarme.
Estas discusiones me agotaban. Y siempre eran las mismas. Estaba harta
de ellas. ¿Por qué no podía ser el chico encantador del que yo me había
enamorado en su momento? ¿Por qué tenía que convertirse en ese loco celoso
que no dejaba de soltar improperios? Apenas había pasado un día y ya había
roto el trato de no volver a enfadarse conmigo por tonterías.
Estuve a punto de soltar una palabrota cuando noté que mi móvil vibraba.
Mi mano ya estaba preparada para lanzarlo dentro de mi bolso, pero me
detuve en seco cuando vi que era Ross. Dudé un momento. Esa mañana
apenas habíamos hablado y… ¿ahora me llamaba?
—¿Ross? —murmuré, descolgando.
—¿Tienes algo que hacer esta noche? —preguntó alegremente.
Parpadeé, sorprendida.
—Yo… eh… no. ¿Por qué?
—Mi madre nos ha invitado a cenar. Will y Naya vienen. ¿Puedo
confirmar tu presencia en la mesa presidencial?
No nos hablábamos y ahora me invitaba a casa de sus padres. Genial. Y
luego yo era la difícil de entender.
—¿Esta noche? —repetí, saliendo del edificio.
—Sí —me dijo—. Si quieres, puedo pasarte a buscar a la facultad.
No dije nada por un momento. No sabía qué pensar.
—¿Jen? —preguntó, confuso.
—Sí, estoy aquí. —Volví a la realidad.
—¿Qué pasa?
—Yo… —dudé un momento—. Nada. Estoy un poco… confusa.
—¿Por qué?
—Por nada, solo… Nada.
Hubo un momento de silencio.
—Sabes que puedes contarme lo que quieras, ¿no? —me dijo suavemente.
Por algún motivo, eso hizo que me entraran ganas de llorar. Sacudí la
cabeza, aunque no pudiera verme.
—Solo… solo es que he discutido con Monty —dije con un hilo de voz
que había intentado evitar con todas mis fuerzas—. Pero no quiero hablar de
ello. De verdad.
Volvió a tomarse un momento de pausa.
—Jen…, yo…
Se aclaró la garganta.
—Si alguna vez…, si alguna vez sientes que no puedes seguir lidiando
con él…, dímelo. Solo dímelo.
—A ti no te afecta, Ross —murmuré, ahora con más ganas de llorar.
—Claro que me afecta. En el momento en que dejas de sonreír por un
imbécil, me afecta.
Esta vez fui yo la que no supo qué decir. Tragué saliva y me deshice del
nudo de mi garganta. Ross era demasiado dulce cuando quería. Y creo que ni
siquiera se daba cuenta de ello. Eso solo hacía que me gustara todavía más.
—Deberías estar enfadado conmigo —dije al final.
Él dudó por unos segundos.
—Me resulta difícil estar enfadado contigo, Jen.
Esbocé una pequeña sonrisa y sacudí la cabeza, algo más animada.
—No sé si debería ir a esa cena —murmuré.
—¿Y eso por qué? —preguntó, confuso.
Porque Monty se enfadaría conmigo. Porque seguiría jugando con los
sentimientos de Ross. Pero no me atrevía a decírselo, así que le dije solo el
tercer motivo:
—Deberías verme. Voy hecha un desastre.
—Lo dudo mucho.
—Pues no lo dudarás cuando me veas.