Sentí que la sangre abandonaba mi cara, dejándome lívida. Si hubiera
aparecido un fantasma delante de mí en lugar de mi exnovio, seguramente
habría tenido la misma expresión de espanto.
Él estaba tenso, con los labios apretados y las manos hechas puños. Su
mirada se desvió hacia Mike, que no parecía entender nada.
—¿Quién es este? —preguntó bruscamente, y su tono dejaba claro quién
no quería que fuera.
—Mike —dijo él, sonriendo—. Un placer. Seas quien seas.
Eso pareció calmarlo, pero no mucho, porque se volvió a girar hacia mí
con la misma expresión tensa.
—Por fin sé algo de ti —me espetó.
—¿Qué…? —reaccioné por fin—. ¿Qué haces aquí?
—Creo que lo sabes muy bien.
Monty clavó la mirada en Mike.
—¿Y tú no tienes nada mejor que hacer que molestar aquí? ¿Por qué no te
vas a tomar por culo?
Mike frunció ligeramente el ceño y yo me aclaré la garganta al ver que iba
a decir algo.
—Mike, yo… Es mejor que te vayas, ¿vale? Solo vete. Por favor.
Él seguía mirando fijamente a Monty, no muy seguro. Y creo que entendí
lo que le impedía marcharse.
—Estoy bien —aclaré.
Asintió una vez con la cabeza, todavía un poco extrañado.
—¿Quieres que me quede un rato? —preguntó, para mi sorpresa, mirando
a Monty con desconfianza.
—¿Y a ti qué coño te hace pensar que quiere que te quedes? —le espetó
Monty bruscamente.
Le puse una mano en el brazo a mi exnovio al ver que se alteraba y le
supliqué a Mike con la mirada que se fuera.
—Ya hablaremos en otro momento, ¿vale?
Seguía sin parecer muy convencido, pero se encogió de hombros.
—Como quieras. Nos vemos en casa de Ross.
Se me detuvo el corazón.
Oh, no.
Oh, no, no, no…
Noté que Monty se tensaba completamente bajo mi mano mientras Mike
se marchaba y yo cerraba los ojos con fuerza. Tan pronto como se alejó un
poco, apartó el brazo de mí de un tirón y se quedó mirándome fijamente.
Estaba furioso.
—¿En casa de Ross? Ross es ese, ¿no? El que te estás tirando.
—Monty, cálmate —le pedí, al ver que estaba levantando la voz y que la
gente nos miraba de reojo.
—¿Que me calme? —Me agarró del brazo—. ¿Qué ha sido ese mensaje,
Jennifer?
Miré a mi alrededor, avergonzada y asustada a partes iguales, pero volví a
girarme hacia él cuando me agarró del brazo con fuerza, atrayéndome hacia
él. Me plantó el móvil delante de la clara y, por un momento, pensé que iba a
golpearme con él. En la pantalla estaba el mensaje que le había mandado esa
mañana.
—¿Qué coño es esto? —masculló, apretándome el brazo hasta el punto de
que empezó a doler—. ¿Quién te crees que eres para dejarme? ¿Eh?
Desagradecida de mierda.
—Suéltame —le dije en voz baja, sin mirarlo.
—¿Soltarte? No debería soltarte, debería…
—¿Estás bien?
Los dos nos giramos hacia dos chicas desconocidas que se habían
acercado. Tenían cara de preocupación. Una de ellas, la que había hablado,
me miraba a mí. La otra tenía los ojos clavados en Monty y el móvil en la
mano, listo para llamar.
—¿Estás bien? —repitió la que me miraba—. ¿Quieres que llamemos a la
policía?
—¿A la policía? —repitió Monty, cada vez más furioso.
—Estoy bien —les aseguré enseguida.
—¿Estás segura? —me preguntó la otra, señalando su móvil—. Si te está
molestando…
—¿Es que estás sorda? —le espetó Monty. Ellas retrocedieron—. No os
metáis donde no os llaman. Y tú ven conmigo de una vez.
Me empezó a arrastrar por el campus hacia el aparcamiento mientras yo
intentaba librarme de su agarre sin muy buenos resultados. En cuanto vi su
coche, él se detuvo y me soltó, respirando hondo. Me aparté unos pasos
enseguida, cautelosa.
—¿Has conducido hasta aquí solo por un mensaje?
—¡Claro que lo he hecho, Jennifer! ¿O es que querías que no reaccionara?
—Monty…, te he dejado.
—No, no lo has hecho.
—Lo he hecho, vuelve a leer el mensaje y…
—Me importa una mierda tu mensaje, ¿me entiendes? No eres nadie.
Nadie. No puedes dejarme, así que quítatelo de la cabeza de una vez.
Retrocedí, un poco asustada. Eso pareció irritarlo todavía más.
—¿No tienes nada que decir? —me preguntó, mirándome fijamente—.
Porque espero que tengas una buena excusa.
—Yo… n-no… no la tengo…
—Entonces, ¿solo eres una novia de mierda? ¿Y ya está?
—No quiero estar contigo, Monty.
Pareció que iba a decir algo muy ofensivo, pero se contuvo.
—¿Y se puede saber por qué?
—Porque… mira lo que estás haciendo —me atreví a acercarme un poco
y a ponerle una mano en el brazo de la forma más conciliadora que pude en
un momento de tanta tensión—. No… no puedes alterarte de esa forma.
—¿Que no puedo alterarme…? ¡Has intentado dejarme! ¡A mí! ¡A tu
novio!
Se detuvo y me dedicó una mirada de advertencia. Una de esas que me
dedicaba antes de que las cosas se descontrolaran demasiado.
—Eres una maldita egoísta, ¿lo sabes?
—¿Yo? —pregunté, incrédula.
—Sí, tú. ¿No te das cuenta de que estaba preocupado? Esto no es como
antes, Jenny. No estás en casa, no puedo ir a buscarte para ver si estás bien.
Estás… a cinco malditas horas. Y con…
Otra vez se contuvo antes de soltar una palabrota.
Di un paso hacia él, suspirando. Vale, sí, igual debería haber respondido a
sus llamadas. Ahora me sentía mal por haberlo obligado a venir hasta aquí.
Un poco cautelosa, estiré la mano y se la puse en el hombro. No se apartó.
De hecho, lejos de hacerlo, se adelantó y me clavó una mano en la nuca para
acercarme e intentar besarme en los labios. Fue tan brusco que me asustó, y
mi primer impulso fue alejarme. Eso pareció ser la gota que colmó el vaso,
porque su cara se volvió roja de rabia.
—¿Acabas de apartarte?
—Monty —ya no sabía cómo decirlo—, te… te he dejado.
—Ven aquí.
—No quiero que me beses. ¿No lo entiend…?
—¿Sabes la cantidad de cosas que tenía que hacer hoy y he dejado a
medias por tu culpa? ¿Por tu puta culpa? ¿Por tu puto mensaje?
—¿Seguro que ha sido por eso, Monty? —pregunté, frunciendo el ceño—.
¿No ha sido para ver cómo es Ross?
—Ah, sí, Ross —repitió, haciendo énfasis en su nombre de una forma
muy despectiva—. Tu nuevo novio.
—No es mi novio.
—Pero te has abierto de piernas para él en menos de un mes.
—Me merezco un poco de respeto, Monty.
—Te daré respeto cuando te lo ganes.
—¡Deja de comportarte así conmigo!
—¡Tú misma me obligas a ser así contigo! ¡Me conoces y sabes cómo
puedo reaccionar, y aun así me provocas continuamente! ¡Es culpa tuya!
—¡No… puedes intentar echarme la culpa de todo!
—¿Qué ibas a hacer esta noche en casa de Ross?
Dudé un momento con el cambio de rumbo. Él no sabía que estaba
viviendo con Ross, Will y Sue. Quizá creía que lo veía una vez a la semana o
algo así. Al verme dudar, volvió a acercarse a mí con el ceño fruncido y me
obligué a improvisar a toda velocidad.
—Solo… iba a cenar con ellos —dije en voz baja—. ¿Qué hay de malo en
eso?
Me miró fijamente unos segundos antes de recorrerme de arriba abajo con
los ojos.
—¿Así vestida?
Me miré a mí misma y vi que me pasaba un dedo por el cuello en uve del
jersey.
—¿Qué tiene de malo?
—Oh, lo sabes muy bien. —Se acercó y me subió la cremallera de la
chaqueta, ocultando el pequeño e insignificante escote.