No me podía creer que estuviéramos todos con caras tristes cuando llegamos
al aeropuerto. Naya incluso se había preparado un paquete de pañuelos. Me di
la vuelta junto a la entrada y los miré.
—Son solo dos días —dije, viendo que a ella empezaba a temblarle el
labio inferior.
—¡Dos días y medio!
Dejé que me abrazara, entre divertida y sorprendida. No estaba muy
acostumbrada a que alguien me dijera tan abiertamente que me echaría de
menos. Alguien que no fuera mi madre, claro.
—Pásatelo bien. —Will me dedicó una sonrisa afable mientras me daba
una palmadita en la espalda.
Sue parecía incómoda. Cuando la miré, puso cara rara y luego asintió una
vez con la cabeza. Siendo ella, era muchísimo.
Dudé un momento al mirar a Ross. Él parecía estar esperando a que yo
hiciera lo que quisiera. Una vocecilla en mi interior me dijo que él no iba a
hacer nada —como besarme, por ejemplo— porque no sabía cómo me lo
tomaría.
Nunca lo había besado en público. Quizá era el momento.
Estuve a punto de dar un paso más allá, pero entonces me acobardé y me
limité a abrazarlo por la cintura.
Si eso le decepcionó, no lo demostró. Se limitó a sonreírme y a desearme
un buen viaje.
«Ay, Ross…, eres demasiado bueno», pensé.
***
Estaba bajando del avión con un nudo en el estómago. Nada más llegar a la
zona de salidas, se me paró el corazón al ver a mis padres y a Spencer, mi
hermano mayor, que sujetaba un cartelito de «Bienvenida a casa». No pude
evitar sonreír con los ojos llenos de lágrimas. No me podía creer que los
hubiera echado tanto de menos en tan solo unos pocos meses.
Mi padre seguía siendo bajo, con perilla blanca y su polo de golf. Mamá, a
su lado, se había recogido el pelo castaño en un pequeño moño y ya tenía un
paquete de pañuelos preparados para el drama. Me recordó a Naya. Mi
hermano mayor, mucho más alto que yo, tenía el pelo castaño corto y un
tatuaje de una mujer pirata en el brazo. Fue el primero que me vio, pero mi
madre fue la que soltó un grito al verme, haciendo que medio aeropuerto se
girara hacia nosotros.
—¡Ay, cariño! —Empezó a besuquearme las mejillas—. ¡No sabes cuánto
te he echado de menos! ¡Ya estás aquí, por fin! ¿Me has echado de menos tú a
mí?
—Sabes que sí, mamá.
Me reí y dejé que me besuqueara y apretujara. Mi padre se acercó y me
dedicó una sonrisa. No le gustaban los abrazos.
—¿Estás más delgada? —preguntó, frunciendo el ceño.
—¡¿No estás comiendo bien?! —chilló mamá.
—Como perfectamente. Es que he vuelto a correr por las mañanas.
—Seguro que sigues sin ser más rápida que yo —dijo Spencer sonriendo,
y se acercó y me dio un abrazo de oso, levantándome del suelo y
apretujándome. Se lo devolví con ganas antes de que volviera a dejarme en
tierra—. Mírate, toda una mujercita —bromeó, revolviéndome el pelo.
—¡Deja de despeinarme!
—Cada vez que te veo, me pareces más baja.
—Y tú cada vez me pareces más viejo.
Comenzamos a empujarnos el uno al otro mientras él sonreía
malévolamente.
—Niños, no empecéis.
Mi madre ya estaba usando un pañuelo dramáticamente.
—Bueno, ¿vamos a casa? —preguntó papá, incómodo, al ver que todo el
mundo nos miraba.
Hacía mucho más frío ahí. Me abracé a mí misma, siguiéndolos. Dejé la
maleta en el coche de Spencer y subí a la parte de atrás con mi padre. Mi
madre no dejó de darse la vuelta durante todo el camino, preguntándome cosas sobre la universidad, sobre mis nuevos amigos… y, naturalmente, sobre
Ross.
—No la agobies —protestó mi padre.
—No pasa nada —aseguré.
Cuando vi que entrábamos en mi calle sonreí y miré por la ventanilla.
Nuestra casa era la del final, con vistas al mar, que en esos momentos
apetecía poco por el frío que hacía. Además, la playa siempre estaba sucia por
la gente que iba a emborracharse ahí por la noche y dejaba las botellas en la
arena. Era mejor ir a la zona de los hoteles, un poco más al este.
Spencer dejó el coche junto a la puerta del garaje y me ayudó con la
maleta. Al entrar, el familiar olor a casa me invadió las fosas nasales. Ni
siquiera recordaba que tuviera un olor particular, pero acababa de descubrir
que me encantaba. Pasé por la cocina y me agaché cuando una enorme bola
de pelo se acercó corriendo a mí.
—¡Biscuit! —exclamé, dejando que mi perro me lamiera la cara.
Estuve un buen rato acariciándole la espalda y la cabeza mientras él, feliz,
me lamía las manos. Después me detuve en la sala de estar, donde mis otros
dos hermanos mayores, Steve y Sonny, estaban discutiendo algo sobre un
partido que estaban mirando.
—¡Hola! —los saludé alegremente.
Ellos me miraron y pusieron mala cara a la vez.
—Oh, no, ya está aquí otra vez —murmuró Steve.
—Mucho ha tardado en volver —dijo Sonny, asintiendo con la cabeza.
—¿En cuánto estaba la apuesta?
—Yo dije que duraría dos semanas, tú un mes, Spencer tres meses y
Shanon dijo que no volvería nunca.
—Pues no ha ganado nadie. —Me crucé de brazos—. ¡Podríais fingir que
me habéis echado un poco de menos!
—Teníamos un cuarto de baño solo para nosotros.
Steve me miró como si fuera la culpable de todos sus problemas.
—Sí, se acabó la paz en esta casa.
—¡Yo también os quiero, idiotas!
Me lancé sobre ellos y les di un abrazo mientras ellos no dejaban de
protestar. ¿Por qué era tan divertido molestarlos? Por si fuera poco, Biscuit se
animó y se apuntó a la fiesta, lanzándose sobre mí, así que estábamos los dos
como pesos muertos sobre ellos.
Eran mis famosos hermanos del taller de coches. Por su culpa me quedé
sin dinero para seguir en la residencia. No estaba segura de si estar enfadada o agradecida por eso. Después de todo, habían hecho que fuera a vivir con Will,
Sue y… Ross.
La mayor de todos los hermanos era Shanon, que vivía con su hijo a unas
manzanas de la casa de mis padres. Después estaba Spencer, que en esos
momentos era profesor de gimnasia en el instituto local, y luego iban Steve y
Sonny, los mellizos. Yo era la última, la más baja y el objetivo de casi todas
sus bromas pesadas, que eran frecuentes.
—Abrazad a vuestra hermana —les ordenó mi padre cuando pasó por
nuestro lado y vio que intentaban apartarme de ellos.
—Quita —protestó Sonny—. Estábamos haciendo cosas importantes.
Sonreí y le puse la gorra al revés, algo que sabía que le sacaba de quicio.
Mi madre volvía a lloriquear en la cocina.
—¿No podrías quedarte? —me preguntó.
—Mamá, no empieces —le dijo Spencer, poniendo los ojos en blanco y
dejando mi maleta en el suelo.
—¿Mi habitación…? —pregunté.
—No he tocado nada —me aseguró mi madre.
—Yo intenté mudarme a ella, pero no me dejó —protestó Steve.
—Sí, ¿no te habías ido a vivir con tu nuevo novio? —me preguntó Sonny
de mala gana.
—No es mi novio.
Me puse roja sin querer.
Oh, no.
Eso había sido un gran error.
Por su expresión, supe que la tortura había empezado.
—¡Se ha puesto roja! —Steve ensanchó su sonrisa.
—¡Mamá, Jenny tiene novio!
—¡Que no es mi novio, idiotas!
—Sí, ahora vive con él —continuó Sonny, tratando de seguir
fastidiándome.
—Con su nuevo novio —repitió Steve, burlándose de mí.
—Oh, callaos de una vez.
—¿Por qué no ha venido contigo? ¿Qué tiene de malo? —me preguntó
Sonny.
—No tiene nada malo.
—Seguro que algo malo tendrá.
—Sí, no olvidemos que está saliendo contigo, Jenny.
—¿Por qué eso tiene que implicar que tenga algo malo?