Jack había desaparecido por la mañana. Me incorporé con un poco de dolor
de cabeza y parpadeé al ver que me había dejado una nota sobre su almohada.
«El idiota de Mike se ha dejado el cargador del móvil en mi casa y hemos ido
a buscarlo. Volveré en un rato», decía.
Sonreí, negando con la cabeza, y me metí en el cuarto de baño. Mientras
me lavaba los dientes, no pude evitar echar otra ojeada al tatuaje. Seguía
cubierto de una envoltura protectora y dolía un poquito, pero me gustó mucho
verme a mí misma con él.
Cuando bajé las escaleras —ya con ropa presentable—, me llegó
enseguida el olor a pintura. Lo seguí distraídamente hasta llegar al patio
trasero. Mary estaba en el porche, sentada en un taburete frente a un lienzo.
Estaba dibujando algo, pero era difícil saber el qué. Acababa de empezar.
—Buenos días —la saludé, acercándome a ella mientras me frotaba los
ojos.
—Buenos días, cielo. ¿Has desayunado?
—No tengo hambre —le aseguré.
Tenía la boca seca. Estúpido alcohol.
Ella me dedicó una sonrisa por encima del hombro mientras mezclaba dos
colores en la paleta.
—Hoy me he levantado inspirada —comentó.
—Ya veo. ¿Qué es?
—En los años que llevo pintando he aprendido a no decir qué es nunca. Es
mejor que cada persona te dé su opinión cuando terminas el cuadro.
Al acabar de decirlo, se detuvo en seco y se quedó mirándome. Yo
parpadeé, pensando que quizá había hecho algo mal.
—¿Quieres ayudarme? —preguntó, sin embargo.
—¿Yo? —Mi voz sonó muy aguda.
—Bueno, no con este en concreto. Pero tengo más de diez lienzos en
blanco.
—Yo… yo no…
Oh, no. Ya estaba entrando en pánico.
—¿No me dijiste que te gustaba pintar?
Parecía sinceramente ilusionada mientras yo seguía en mi pequeño
cortocircuito.
—Sí, pero… hace ya tiempo que no…
—¿Con qué pintabas?
—Con… con carboncillo. Pero…
—¿Carboncillo? —Pareció sorprendida—. Nunca ha sido mi fuerte. Eso
de mantener la muñeca quieta me resulta complicado. Soy más de óleo. Pero
creo que tengo carboncillo por aquí. A ver…
No me dejó tiempo para protestar. Antes de poder reaccionar, estaba
sentada delante de una hoja en blanco y con el carboncillo, la goma
moldeable y el difuminador. Ella me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué pintarás?
—Eh…, es que no…
—¿No me dijiste que pintabas a tus amigos?
—Sí…
—Podrías hacer algún retrato. De alguien.
Al instante, la cara de Jack me vino a la cabeza. Pero pintarlo a él era un
poco vergonzoso delante de su madre, así que me decidí por otra persona.
—Vale —respiré hondo—. Pero seguro que me sale horrible.
—No será tan horrible —dijo, centrándose en su cuadro—. Y si lo es, no
se lo diremos a nadie, y ya está.
En cuanto tracé la primera línea, tuve la sensación de que no tenía la
menor idea de qué estaba haciendo, pero seguí adelante distraídamente.
Tampoco es que tuviera nada mejor que hacer.
—¿Ibas a clases de pintura? —me preguntó Mary.
—Solo di una clase. Lo único que recuerdo es al profesor gritando porque
alguien se había puesto guantes. Él decía que teníamos que ensuciarnos las
manos para entender el arte.
—Mi profesora era parecida. Se pasaba el día…
Y empezó a hablarme de ella y de todos los profesores extravagantes que
había tenido durante su época de estudiante. Estuve más de una hora con ella.
Como hacía tanto tiempo que no pintaba, avanzaba despacio. Pero no me estaba quedando tan mal como yo había esperado. Eso sí, había tenido que
pintar un ojo más de tres veces para que quedara bien.
Al final, mis capacidades artísticas no me estaban pareciendo tan malas, o
al menos hasta que me giraba y miraba su cuadro, perfectamente armonioso.
Yo ya hacía un rato que había terminado y me dedicaba a ver cómo ella
dibujaba cuando escuché dos voces muy familiares discutiendo en el salón.
Mike fue el primero en aparecer. Puso los ojos en blanco de tal manera que
pareció que iba a quedarse ciego.
—Mamá —la miró—, ¿puedes decirle a tu hijo pequeño que me deje en
paz?
—¿Qué pasa ahora? —preguntó ella, suspirando.
—¡Me dijiste que era un cargador! —Jack apareció, enfadado, mirándolo.
—¡Y he conseguido el cargador! —Lo agitó en el aire.
—¡Sí, después de allanar una maldita casa!
Estaba bebiendo un trago de agua, pero me atraganté.
—¿Qué? —pregunté, estupefacta.
—Me había dejado el cargador del móvil en casa de mi ex. —Mike
suspiró dramáticamente, dejándose caer en el sillón que tenía al lado—. No es
para tanto. Solo ha sido un momentito. Y nadie se ha enterado.
—Te lo voy a decir lentamente para que tu limitado y engreído cerebro
pueda procesarlo —le dijo Jack—. Allanar… una… casa… que… no… es…
tuya… es… delito.
Mike le dedicó una sonrisa inocente.
—De-li-to. —Jack marcó cada sílaba al ver que no reaccionaba.
—Pero no nos han pillado, ¿no?
—¿Y qué?
—¡Que si no te ven, no es ilegal!
—¿No podrías haberte esperado a que esa chica estuviera en casa y
pedírselo?
—Lo necesitaba ahora, no cuando ella estuviera en casa. No te pongas así,
hermanito. ¿Es que no te lo has pasado bien? Ha sido una pequeña aventura.
Al ver la expresión de asesino en serie de Jack, decidí intervenir.
—¿Por qué no me has pedido el mío? —pregunté—. Te lo habría prestado
sin ningún problema.
Mike se giró lentamente hacia mí con expresión confusa. Después volvió
a la sonrisa inocente.
—Ups, no lo había pensado.
—¡Pues menuda sorpresa! —Jack puso los ojos en blanco.
—Jackie —advirtió su madre, que se había vuelto a girar con cara de estar
cansada de esas discusiones.
—No te alteres, hermanito. —Mike le sonrió—. Lo pasado, pasado está.
Sigamos con nuestras vidas.
—No volveré a hacerte un favor. Nunca.
Eso decía siempre justo antes de volver a ayudarlo.
—¿Ahora pintas con carboncillo, mamá?
La pregunta de Jack me devolvió a la realidad.
Su madre se estaba poniendo de pie mientras se limpiaba las manos con
un trapo y miraba mi cuadro.
—No lo he hecho yo —dijo.
Y, dicho esto, se metió en la casa, dejándonos solos. Los dos hermanos se
giraron hacia mí a la vez con la misma expresión de confusión.
—¿Lo has hecho tú? —me preguntó Jack.
—El tono de sorpresa sobra un poco. —Enarqué una ceja.
—¿También pintas? —Mike me sonrió, ladeando la cabeza—. ¿Hay algo
que no hagas bien?
—Conseguir que el hermano de mi novio deje de hablarme así. —Le
dediqué una dulce sonrisa.
—¿Quién es? —me preguntó Jack.
—Mi sobrino Owen. —Lo miré de reojo—. No se me ocurría a nadie más
a quien pintar.
—¿Y yo qué? —me preguntó, ofendido.
—¿Quieres ser una de mis chicas francesas? —bromeé.
Me sacó el dedo corazón mientras Mike se encendía un cigarrillo
distraídamente. Ahora que lo pensaba, hacía mucho que no veía a Jack
fumando. No dio señales de ver que su hermano lo estaba haciendo delante de
él, pero noté que se tensaba un poco. ¿Lo estaba dejando?
—¿Y cuál es el plan para hoy? —pregunté, intentando distraerlo.
Me puse de pie y me senté en su regazo, rodeándole los hombros con un
brazo.
—No hacer nada siempre es un buen plan —comentó Mike—. El mejor,
diría yo.
Jack suspiró.
—Por la tarde, no lo sé. Por la noche, toca fingir que queremos con locura
a nuestro padre mientras le deseamos un feliz cumpleaños.
—Es verdad, hoy es su cumpleaños. —Mike puso mala cara.
—A veces me sorprende lo mucho que lo queréis. —Sacudí la cabeza.