La relación con mi padre nunca fue fatal, pero claro, eso fue antes de la muerte de Jack, él siempre
me había cuidado por ser el más pequeño, aún recordaba las veces en que regañaba a mi hermano
de en medio cada que me dejaba solo.
Cuando mi cuerpo dolía por los golpees que él me proporcionaba, yo solo me encerraba en mi
habitación, lamentándome por lo que había pasado, y no fue una vez, fueron varias veces que
recurrí a la droga para aliviar ese dolor, ese sentimiento de insuficiencia y daño que me ocasionaba
su indiferencia.
Traba de lastimarme mentalmente, trayendo de nuevo los recuerdos que pasamos cuando yo tenía
catorce años.
—¡Ya despiértense!— gritabas desde que comenzabas a subir las escaleras hasta que entrabas a
nuestras habitaciones—. ¡Vamos a pescar! A ver si esta vez pueden conseguir más que trescientos
gramos.
Yo gruñía poniéndome una almohada encima, preguntándole al cielo "¿que hice para merecer esta sufrimiento?", oh, vaya que era tan ingenuo en ese tiempo. Ni siquiera se comparaba al cuarto del que sufriría después.
—¡Papá, ya cállate!— escuchaba a Jack farfullar, cansado y odiando tu manera de despertarnos.
Eran raras las veces que tú querías ir con nosotros de pesca, normalmente te ibas con tus amigos, no
valorábamos el esfuerzo que hacías para salir con nosotros, no nos culpe, debiste entender que los
adolescentes preferían dormir completas sus horas antes de tener que ir con sus padres.
—¡Pushi!— canturreaba mi hermano al entrar a mi habitación, yo cerraba fuertemente los ojos
antes de abrirlos y comenzar una pequeña pelea por ese estúpido apodo, recuerdo que daba
carcajadas por ver mi estado de ánimo mientras yo pensaba cómo demonios se lavaba la cara
cuando las lagañas todavía yacían en sus ojos.
Era un completo idiota.
En todo el camino, tu cantabas canciones de The Rolling Stones y Jack te pedía que pusieras algo de
The Maine, le hacías una seña de que se callara, pues no tenías idea de quienes eran, él bufaba en
forma de rendición. En el asiento de atrás, yo los observaba a ambos, mis ojos viajaban de ti a mi
hermano, cada que la canción terminaba, yo te decía el nombre de alguna y aceptabas mientras Jack
se indignaba.
—Pon Fearless de Pink Floyd — murmuraba, incorporándome hacia ti.
—¡Claro, campeón!— reías.
—¿¡Qué!?— él gritaba incrédulo—. ¿A él si le haces caso, pero a mí no?
—No conoce The Maine, Jack.
Ponía los ojos en blanco y se tiraba contra el asiento, a ninguno de los dos nos volvía a dirigir la
palabra hasta que llegáramos al muelle, tu siempre habías dicho que de todos tus hijos, él era el más
infantil. Totalmente de acuerdo, padre.
Cuando enfermé de las amígdalas, tú fuiste el más preocupado, me llevaste hasta el auto
diciéndome que todo estaría bien, que fuera fuerte, mamá me consolaba mientras el dolor en mi
garganta aumentaba.
Aún no entiendo cómo fue que lo perdimos todos.
Nos cegamos, ambos. Nos cegamos por el dolor y miedo, por la impotencia de poder hacer ya nada,
nos herimos, nos dañamos, nos lastimamos y todos los sinónimos por haber. Perdimos el tiempo y
no supimos contar uno con el otro, solo echábamos culpa, nos maldecíamos y fingíamos odiarnos.
Lo entiendo. Tú perdiste un hijo y yo perdí un hermano.
No te tengo ningún rencor, en lo absoluto, jamás te denuncié porque te quería. Te quería tanto que
no tenía el valor de ver a una de las personas que amaba detrás de unas rejas, te echaba en cara que
era por mi madre, y sí, ella también era la razón del por qué no lo hacía, pero igual estaba ese lado
que quería ser bueno contigo, ¿por qué demonios lo era si lo único que hacías era joderme la vida?
No lo sé, señor. Aún no lo tengo en claro.
No te culpo de todo. Yo igual fui grosero, cuando tú querías hablar, yo solo te mandaba a la mierda,
cuando me regañabas, lo único que hacía era echarte en cara la muerte de mi hermano, siempre te
gritaba que yo era el culpable y que por ello me odiabas.
—Cállate, Luke— me pedías con lágrimas en los ojos.
Te provocaba. Siempre lo hice.
¿Sabes? Aquel veintiocho de noviembre del años dos mil quince, a tan solo unos cuantos días de mi
partida, tuvimos el momento más sano de nuestras vidas, no sabía que era mi despedida, tal vez tú
presentías que algo malo iba a pasar.
Después de ese día, no volviste a ofenderme, no nos agredimos, ni mucho me golpeaste. Nos
topábamos y solo cruzábamos miradas, no tenía idea de si Ben te había dicho algo, si él tenía algo
que ver, pero joder... fue hermoso y creí que las cosas cambiarían.
Estaba solo en casa, nadie se encontraba, según todos habían salido, así que decidí poner algo de
música. Escuchaba Paint It Black de The Rolling Stones, tu favorita, con el tiempo se volvió la mía
de ellos, ¿sabes? Fuiste tu quien me enseñó a escuchar bandas legendarias, ¡fuiste tú quien me dio
un viaje por la buena música! Y te lo agradezco de corazón.
—Esa es demasiado buena.
Tu voz hizo eco en toda la casa cuando empezó a sonar Losing My Religion. No te mentiré, me
congelé en ese momento, el miedo me invadió creyendo que había hecho algo malo para ti, pero no.
Sólo vi como caminaste desde la puerta de entrada hasta donde me encontraba, te sentaste en el
sillón y miraste el estéreo, yo tragué saliva por lo alto y me hice a un lado.
—Sí, me gusta el significado— admití, tú movías la cabeza al ritmo de la melodía, me miraste
directamente a los ojos y sonreíste.
Padre, me sonreíste después de tanto.
—Es genial, trata de cuando te obsesionas tanto por un amor que pierdes la cordura, pero también
puedes interpretarlo como cuando pierdes a esa persona especial y viviste tantas cosas con ella—
confesaste —. Depende tu punto de vista.
—Jack decía eso— me atreví a nombrarlo, temiendo a que reaccionaras de una forma incorrecta,
pero eso no pasó—, que cada uno le toma el significado a las canciones, el ritmo son para los
oyentes y la letra para los amantes de la lírica.
—Oh, vaya que sí— asentiste.
Te sonreí a medias, tú vista fue hacia la mesita de la sala y me percaté que observabas el collar que
había comprado en aquella tienda para simbolizar de alguna manera lo que teníamos Weigel y yo.
Lo sabías o al menos te hacías la idea de que había alguien en mi vida, ese alguien que me estaba
transformando poco a poco y comenzaba a percutir en lo que yo era, todavía no era capaz de
confesarlo, ¿cómo te lo habrías tomado? ¿Me hubieses gritado o felicitado? ¿Quizás ignorado o
simplemente nada?
No lo sé.
Y es algo que jamás sabré.
Te pusiste de pie para alejarte de mí, le diste la vuelta al sillón y fuiste directo a las escaleras, ibas a
tu habitación, a encerrarte como solías hacerlo desde que Jack murió. Aunque esa vez fue la
excepción, te quedaste quieto y me volteaste a ver.
—¿Has visto alguna vez esa película de lobos y vampiros adolescentes? — me preguntaste.
—Sé de cuál hablas, pero no la he visto, ¿por qué?
—¿Conoces The Hoobastank?— volviste a indagar y negué—. Bien, escucha The Reason, es de
ellos, tal vez te quede como anillo al dedo.
Fue lo último que me dijiste, volviste a darme la espalda y, continuaste tu común y melancólico
recorrido hasta tu recámara. Escuché como la puerta se cerró y ahí estaba yo, de pie, solo, en medio
de la sala con la música de fondo.
Y sonreí. Sonreí porque de todos los momentos, ese siempre será mi favorito.
Tengo todos las memorias grabadas en mi corazón, ninguna se perderá.
Te lo prometo.
Las guardaré, no importan los malos momentos, no importa lo que haya sucedido, todas las que me
hicieron sonreír estarán por y para siempre aquí. En este órgano vital que hoy ya no late más. 221
Si pudiera regresar y tratar de hablar nuestras indiferencias como aquella vez, lo haría sin pensarlo,
te diría tantas cosas, no ofensivas, sino, cosas buenas.
Te diría que lo siento mucho.
Que lamento haber sido un mal hijo.
Te pediría disculpas.